sábado, 25 de noviembre de 2017

No tenía ganas para vivir, pero tenía demasiado miedo para morir, así que al final, no hizo nada.

Mi alma siempre ha sido un poco noctambula, sería irrisorio a estas alturas de mi vida negar una de las partes mas evidentes de mi personalidad. La noche es uno de los escenarios sobre los que más escribo. Por la noche mi cerebro despierta partes que durante el día permanecen dormidas, descansando, recuperándose hasta que el sol caiga y poco a poco ir despertando.
La noche siempre ha tenido algo mágico, algo místico, una especie de espacio donde las fantasías más peculiares, el folclore mas imposible, las criaturas más mágicas, y los sortilegios más descabellados están agrupados. Las hadas deben bailar a la luz de la luna en un claro de un bosque, las brujas deben practicar su magia en las noches de luna llena, los lobos se transforman en bestias en mitad de la noche.
La luna, el signo de los lunáticos, de aquellos que han visto más allá de la razón y han vuelto, transformados, para intentar contar una gran verdad al mundo. Quizá por eso me llame tanto la atención la noche y sobretodo la luna. Como fuente de inspiración que se aleja de la razón pura. Mi mente consciente se pelea con mi alma. Una dice que eso no puede ser, la otra que así debe ser. Una reniega pues si eso fuera cierto el mundo no tendría sentido, la otra responde que si eso no pudiera ser cierto la vida no merecería la pena. La dualidad de quien busca la verdad, pero quiere vivir entre incógnitas. Es un punto curioso, irreflexivo, un punto que me obliga a pensar sobre lo mismo, a escribir sobre lo mismo, a llorar sobre lo mismo, a gritar por lo mismo y al final, a querer morir por lo mismo.

Quizá de todo lo que haya escrito hasta ahora esto sea lo más extraño, lo que menos sentido tenga para el que pueda pasar, si es que alguien encuentra algún sentido. Pero para mí estas palabras son cristalinas como el agua, como un recuerdo vívido, un recuerdo amigo que vuelve después de mucho tiempo estando lejos, y te abraza, sin rencor.

Ha sido doloroso leer esto, y creo que va a ser más doloroso escribirlo. Se exactamente donde estaba el día que escribí esto, (aunque ya no tenga el original, lo que poseo es solo una transcripción), puedo decir exactamente el día que lo escribí, la hora en la que lo pensé y en el recuerdo que se formaba en mi mente mientras la mano iba escribiendo lo que me dictaba mi alma. A veces los recuerdos pueden ser claros como el agua, a veces pueden ser borrosos y verlos a través de la niebla. A veces, estos recuerdos no tienen porque ser verdaderos, pero son nuestras verdades, las que han formado nuestro pensamiento, y eso al menos, debería bastar.

Ayer, entre la multitud, vi un ángel.
En una caja, solo, abandonado
Culpa del tiempo, desgaste, olvidado
mirando a nada y a todo, en un papel.

Me acerqué a ella curioso, intrigado
Se mostró dulce, y al tiempo me provocó,
y sin saberlo no quise irme, ya no,
y a dos palos me descubrí atado.

El perro descubre la tierra, antes 
tapada por el incesante verde.
ahora suave, pura y descubierta.

El perro busco a la luna, no estaba.
Enloqueció, gruñó, ladró y atacó.
¡PAM! si una sola palabra bastaba.

Y no tengo mucho más que decir, al menos esta noche no.

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