martes, 21 de diciembre de 2010

Fin




El boli se movia por mis dedos mientras miraba por la ventana de la casa. Era por la tarde, en las últimas horas del sol, cuando todo se torna rojizo y las sombras empiezan a avanzar por las casas, llevando el frío y la noche a cada rincón. El boli seguía balanceándose torpemente, de joven había sido capaz de pasar por cada uno de mis dedos, pero ahora eran demasiado viejos y están demasiado gastados.
En la mano izquierda, todavía reposaba aquel anillo, la alianza. No recordaba cuanto me había costado pero recordaba el momento, como imágenes en una de esas películas antiguas, pegadas unas a otras torpemente, sin sonido alguno, había pasado mucho tiempo y las conversaciones se me iban borrando de la memoria, solo quedaban los sentimientos, como se sentía y desde ahí reconstruía las pequeñas imágenes con los sonidos.
Tapé el boli, llevaba toda la tarde corrigiendo redacciones, la mayoría aburridas, sosas, estructuradas como había explicado, pero no iban más allá de lo explicado. No tenían nada que llamase la atención, nada innovador, nada que demostrase que detrás de aquel chico había algún espíritu libre. Siempre habían varias personas que parecía que lo fueran, pero nunca prestaban mucha atención.
Me levanté del asiento, dejando los papelorios a medio corregir para acercarme a la estantería. Allí estaban casi todos los libros que me había traído. Alargue la mano y cogí aquel volumen pequeño, una edición de bolsillo de mi libro de cama. Fue el primer libro que ella publicó, no se vendió mucho, ni siquiera hicieron una bonita portada, ella no quería que lo tuviera porque le daba vergüenza.
Aun recuerdo como lo conseguí, aquella tarde ella firmaba en una pequeña librería que había consentido que ella fuera. Yo le había dicho que tenía una recogida de premios y me dirigi a la tienda al poco de abrirla, allí no había mucha gente, apenas 5 personas. Me dirigí al estante cogí aquel libro y fui a que me lo firmara.
Al llegar a la mesa, me quede sin palabras, ella estaba allí, con su carita triste, viendo que nadie se acercaba, y yo me encontraba mirándola desde fuera, desde la cola, como ojeaba a los pocos que habían ido con tristeza, hasta verme. Cuando llego no me dijo nada, simplemente escribió y me devolvió el libro. Salí despidiéndome, siguiendo el juego y al salir, abrí para leer lo que había escrito.
Las palabras las recordaba bien, pues la había leído cien, doscientas, trescientas veces, al igual que había visto nuestras fotos, había revisado nuestros videos después de que se fuera.
“Esto de escribir no es lo mío, menos mal que cuando llego a casa te tengo a ti”.
Sonreí al ver aquella dedicatoria, siempre me había gustado y la leí mas adelante cuando gano varios premios y sus libros se hicieron famosos.
Tuvieron tapa dura, ediciones especiales con ilustradores famosos, pero nunca compre ninguno de aquellos libros, solo aquella pequeña edición de bolsillo, que vendió poco más de 40 ejemplares. Aquella pequeña edición que fue escrita casi para mí.
Cogí el libro y me senté en el sillón, cansado, pero contento, hacía mucho tiempo que no lo leía, asique cogí el libro y empecé a leer, y entre líneas y líneas me dormí, para no volver a despertar.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Hida Hiroki

Los golpes se sucedían uno detrás de otro, acompasados por una respiración agitada, por el cansancio físico que se había acumulado en su cuerpo durante toda la semana. Iba saltando hacía atrás y hacía delante, bloqueando golpes que le venían por todos los lados, esquivando y atacando. Su brazo caía como una columna, firme contra su objetivo y se detenía en el momento que la sombra imaginaria era golpeada, desapareciendo, pero había más sombras. Y cada vez se acercaban más, y su furia aumentaba, notaba su corazón latir cada vez mas fuerte, y un calor que emanaba de su mancha se extendía por su cuerpo, dominándolo.

Con una rabia arrebatadora, se lanzó contra las sombras que lo acechaban, debía de haber más de cien y por cada una que destruía, salían cinco más. Le iban golpeando una detrás de otra, en cada parte de su cuerpo, pero su cuerpo no cedía, no lo notaba cansando, notaba que la furia le dominaba y no pararía hasta estar muerto.
Las sombras le cubrían cada vez más, hasta hacer que no viera nada, sólo oscuridad, una oscuridad densa, como si de una grasa se tratase, le cubría el cuerpo entero, e intentaba inmovilizarlo, pero en medio de su furia, golpeaba aquellas sombras, su arma se había caído pero con las propias manos arrancaba aquellas sombras que se aferraban a su carne, desgarrándola. Pero por cada sombra que se separaba de su carne aparecían más que ocupaban su lugar, Hiroki sudaba sin saber como combatir a aquellas criaturas y cerró los ojos, impotente.

Al abrir los ojos, se encontraba en el claro en el que había estado entrenando, su daisho se encontraba apoyado en un tronco, justo al lado de la hoja Shizume que le había dado el padre de Tomoe.
Hiroki jadeaba, cansado, el sudor recorría sus brazos y su tetsubo se encontraba en el suelo, se había hecho múltiples heridas en los brazos con sus propias uñas debido al pánico de aquellas escenas. Apoyando la rodilla en el suelo intentó levantarse, pero un reflejo en jade llamó su atención desde el suelo. Al acercar la vista un poco más vio el colgante que su abuelo le había regalado, el verde que días atrás había lucido impoluto, ahora tenía una veta enorme de color negro obsidiana, que la recorría de arriba abajo, desde el centro, extendiéndose como el agua sobre el jade. Su martillo había quedado igual, por el poder de corrupción que Akuma no Oni había lanzado.

Agarró la pluma que reposaba sobre el suelo aferrándola con su mano, como si aquel acto pudiera retener a alguien.
-¿Qué puedo hacer, abuelo? -Dijo en voz baja, casi susurrando- No puedo proteger al grupo, ni siquiera he podido proteger los objetos que quedaron de ti, tu legado, ahora todo está corrupto, como yo, todo se pudre. Y me encuentro luchando en esta tierra, y a cada paso que doy hacia delante parece que doy cuatro hacia atrás.- Hiroki dio un puñetazo con su mano libre al suelo, maldiciendo su debilidad.- ¿Qué puedo hacer, abuelo? ¡No soy un héroe! No soy el samurai honorable de tus cuentos, no puedo hacer nada en este mundo oscuro, no puedo seguir…

Un pequeño tintineo llamó su atención, y el  sonido de un objeto golpeando el suelo hizo que se girase bruscamente hacia el tronco donde yacía su daisho. Y allí seguía apoyado contra el tronco, y en el suelo la hoja Shizume, y justo encima un pequeño cuervo que lanzó un graznido hacia Hiroki.
-Cuervo -dijo Hiroki, olvidándose de todo- Tú otra vez… -De pronto Hiroki vio la imagen de Tomoe, cayendo ante la espada de la acólito del Dragon Oscuro de agua, y al Lord Oni desapareciendo junto al recuerdo de Keiya. 

Hiroki se levantó casi con lágrimas en los ojos, y acercándose al cuervo le ofreció otra ofrenda en forma de comida.
-Gracias ancestro del cuervo -dijo recogiendo la katana que había portado Tomoe y por la que habría muerto.- Tienes razón, no puedo parar aunque no sea un héroe, tengo algo por lo que luchar.

El cuervo graznó y dio el vuelo, mientras una leve brisa hacía mover las hojas de los árboles hasta llegar a Hiroki y refrescarle el rostro. Una brisa que olía como la tierra de los Cangrejo. Y con la brisa le pareció escuchar la voz de su abuelo, cómo le contaba una de sus historias, y al final recordó una frase que su abuelo le dijo una vez, aunque no recordaba el motivo: 

"Los héroes no son aquellos que nunca pierden, son los que, perdiendo, siguen adelante porque tienen algo que proteger."