domingo, 24 de enero de 2010

La grulla del desierto.


"La mano derecha sujetó la empuñadura de la espada fuertemente, sus pies se movieron haciendo crujir las tablas del dojo, pero no se inmutó. Llevaba así un buen rato.

Su pelo estaba recogido en una coleta y caía desde arriba de un color negro azabache. El keikogi estaba desatado y caía sobre la hakama, era poco pudoroso, pero estaba segura de que no había nadie en la casa, y mucho menos en las cercanías del dojo. Su piel cobriza brillaba con las gotas de sudor que caía por su cuerpo. En la parte de la espalda, un pequeño tatuaje con la forma del sol y la cara de un pájaro dentro, decoraba la esquina superior derecha.
Pareció oír algo, quizá una respiración algo diferente, aunque inaudible para cualquier persona. La mujer había desenvainado la katana, y esta había descrito un arco acabando en el muñeco que tenia enfrente, con un movimiento demasiado rápido para que alguien hubiera visto cómo desenvainaba.

Respiro hondo y después bajo la espada que estaba sobre el cuello del muñeco y con un movimiento grácil y entrenado volvió a envainar la katana.
-Has mejorado mucho, Nailah-san -Dijo una voz al fondo de la sala, La Grulla se giró y en el marco de la puerta descansaba un hombre algo pasado de edad, rondando los cuarenta y tantos. Iba vestido con el uniforme de la Grulla. Sus atuendos le delataban como maestro de la escuela Kakita.
-Kakita-sensei -Dijo ella inclinándose hasta tal punto que parecía exagerado.
-Levanta, Nailah -se acercó a ella, pero los ojos de ella se desviaron hacía la katana que él llevaba enfundada.- Sigues deseándola ¿no?
-Sí -dijo ella, y acto seguido agachó la cabeza, avergonzada. En ese momento se dio cuenta de lo indecoroso de su atuendo y se apresuró a taparse.- La-lamento mi estado y mi falta de respeto, Kakita-sensei.

El hombre rió, y la carcajada sobresaltó a la samurái, haciendo que levantase la mirada, a esos ojos rasgados y muy marcados, de un color cobre parecido al de su piel, pero mas brillante. Volvió a posar la mirada sobre la katana de su antiguo sensei. Era una hoja Kakita, una de las pocas espadas legendarias que rondaban por el imperio y ella la había deseado desde el primer momento que la había visto en manos de su sensei. El acero era de las tierras del Cangrejo, bendecida por las fortunas, la había trabajado un gran artesano Kaiu, hacía al menos cuatrocientos años, en una de las fraguas legendarias del clan. Y el acero seguía brillando con la misma intensidad que cuando se le entregó a su dueño. 
En el interior del acero descansaba un kami, un gran kami de fuego que decían que podía derretir el acero con su mera presencia. Pero no era sólo el espíritu lo que le importaba sino la calidad de la espada, una espada trabajada con cariño, con mimo, con años de artesanía. Y la vaina era igual de sorprendente, trabajada con los mejores materiales y sin incrustaciones, ni ostentaciones, era simple pero bella. Esa espada había pasado de generación en generación en la familia de su sensei desde que se entregó a su ancestro.
-Adoras esa espada, pero eso es tu mayor defecto, pues quién sabe qué harás para conseguirla -la voz del maestro sonó algo más dura.
-Kakita-sensei, yo jamás...-dijo ella, pero él levantó la mano y la interrumpió.
-Ya no soy tu sensei, no tienes que tratarme como tal, si quieres la katana tendrás que arrebatármela en un duelo.

Nailah sonrió abiertamente y su mano buscó el mango de su katana sin pensarlo. Su sensei hizo lo mismo. Ambos se quedaron callados al instante, mirándose a los ojos, la mano del sensei tembló en el mango de la katana y Nailah soltó el mango, recuperando la posición.
-No voy a combatir-dijo ella y se dio la vuelta, oyó a su maestro temblar, dudar y erguirse.
-Nailah... ¿por qué te rindes? -Preguntó él, dubitativo- Habrías ganado...
-Pero la katana es suya, y no quiero ganarla así, ella vendrá a mí, es demasiado importante para ganarla de esta forma. -Ella empezó a andar hacia la puerta, recogiendo la peluca que había en el suelo, de un color blanco como las nubes.
-Tengo una ultima pregunta... ¿por qué elegiste ese nombre gaijin en tu gempukku en lugar de cambiártelo?-Dijo el hombre.
-Porque quiero demostrar que da igual quién fueras,  lo importante es quién eres, Kakita-sensei, eso es algo que me enseñó usted -dijo ella inclinándose levemente en señal de despedida a su sensei. 

Después, lanzó la peluca al suelo, ya no la llevaría maá, ya no seguiría las normas de esos cortesanos que se avergonzaban de su herencia, ella no.

Kakita Nailah, Duelista Grulla.

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