martes, 22 de marzo de 2011

Doji Yariko



Varios pasos sonaron detrás del samurái, y unos brazos de mujer, blancos como la nieve, se deslizaron por su cuello, tapando su piel oscura y llena de cicatrices, acariciando despacio cada parte que no ocultaba el kimono. Su pelo caía en cascada por los hombros del guerrero que se encontraba sentado, con las piernas cruzadas. 

Las delicadas manos de la mujer pasaron por su cuello y sus labios besaron su mejilla, algo vergonzosos. Durante aquel tiempo había desaparecido parte de su vergüenza, pero aun conservaba aquello que había aprendido más allá de las tierras del Cangrejo.
Ella acerco una bandeja que los heimin habían traído, con algo de arroz y una pequeña copa de sake. 
-¿Tienes hambre? -Preguntó ella con una pequeña sonrisa, sus dientes blancos relucían debajo de sus labios, mientras miraba con sus ojos, unos ojos que eran como el agua, mansa, pero que escondían una fuerza devastadora. 
-Si, bastante -dijo él bastante seco, desde que se habían casado había mantenido la raya, como si no quisiera ver a su esposa. Desde que había vuelto de las Tierras Sombrías, y ella lo notaba y a cada contestación seca ella se volvía más distante, más fría. 

Sus manos, que habían buscado los palillos para darle de comer, se pararon en seco, dejaron los palillos en su sitio y entregaron la bandeja. Sus manos temblaban, con ira e impotencia. 
Ella solo quería ser una buena mujer, y sólo se encontraba siendo la otra

A Hiroki se le encogió el corazón, y cogiendo la bandeja empezó a comer despacio, como si cada grano de arroz fuera demasiado grande para tragarlo, mientras la mirada de ella se perdía en el infinito, con una melancolía que resaltaba sus rasgos, haciéndola todavía más bella. 
-Nunca…-dijo ella mientras se mordía el labio, las palabras eran amargas en su boca y se hacían un nudo en su garganta ante de poder salir.-Nunca podrás quererme, ni a mí ni a los niños.-Su voz se quebró al final de la frase. La había visto en la corte, con una voz tranquila, hasta cuando los más agresivos y osados samuráis le plantaban cara, pero nunca la había visto tan dolida, sin nada que poder decir más que palabras cargadas de dolor.


Hiroki intento abrir la boca, pero las palabras se le atoraban antes de poder decirlas, no tenía cómo consolarla y no parecía que ella fuera capaz de ser consolada. 
-Siempre querrás más a la niña que has tenido con ella, aunque en mi vientre esté tu varón, tu descendiente -dijo mientras el dolor se iba juntando con la ira.

-Yariko…-dijo él mientras ella enfurecía, pero sólo de palabra sin ser capaz de moverse, ni de levantar la voz. 
-No, Hiroki, yo…yo te quiero, sé que puedes ser un buen marido y un buen padre -dijo mientras las lágrimas caían por sus mejillas de porcelana- pero sé que nunca lo serás para mí y para mis hijos. 

Hiroki se levantó, cogiéndola por los hombros y la apretó contra su pecho, ella se dejó hacer, sollozando en su kimono y apretándolo fuerte con las manos. Él le seco las lagrimas con sus dedos, mientras le sonreía y dejó caer un beso en los labios, despacio, notando el sabor a salitre que había caído de sus mejillas. Sus labios eran parecidos a los de Yumi, pequeños, suaves. Ella cerró los ojos y se dejó hacer, por primera vez en todo el tiempo que habían estado casados ella notaba que era un beso sincero y para ella. 

Hiroki acarició su rostro y volvió a besar sus labios, ella se abrazó fuerte a su pecho, dejándose proteger, sabía que a el le encantaba sentir que alguien le necesitaba y aunque ella había crecido sin necesitar a nadie, se sentía a gusto entre sus brazos, como si nada pudiera hacerle daño. 
-No puedes evitar que quiera a Yumi, ni a la hija que he tenido con ella- La sonrisa de felicidad de Yariko se borró, y volvió a llorar. Hiroki le levanto la cabeza y secó sus lágrimas, sonriendo- pero también te quiero a ti, y te cuidaré y te protegeré. No voy a dejar que nada te pase. 

Yariko le abrazó y él la besó suavemente, sabía que ella no iba a conformarse con eso, pero por el momento le valía. 
-Quizá mañana podamos ir a comer bajo los cerezos en flor -dijo Hiroki, y ella sonrió, apoyada sobre su pecho, y separando su kimono, empezó a besarle allí donde las cicatrices recorrían su cuerpo. 
-Me encantaría-respondió ella.

1 comentario: