miércoles, 28 de marzo de 2018

Odio el amor mas de lo que amo el odio.

Los latidos de su corazón resonaban al compás de los jadeos que emitía mientras se recostaba la cama intentando poco a poco rebajar su ritmo cardiaco. Las pulsaciones fueron bajando a media que su corazón dejo de necesitar bombear sangre a su polla y el a tientas busco en la mesita de noche el paquete de tabaco que había dejado allí aquella noche, aunque no recordaba si entero o vacío. A su lado ella disfrutaba de los últimos estertores de aquel polvo, recreándose todavía en la sensación de sentirlo entrar dentro de ella, de abrirla completamente con cada golpe de cadera y de como iba creciendo a medida que estaba apunto de correrse. Las sabanas habían desaparecido en algún momento de la noche, y ninguno tenía pudor como para molestarse en buscarlas.

-No me queda ni un cigarro - maldijo él mientras apretaba en su puño el paquete vacío y lo lanzaba contra el suelo. Aquella noche había pensado en parar en aquella gasolinera para comprar un paquete nuevo, pero ella estaba cachonda y él no es que tuviera muchas ganas de retrasar aquello así que ni se planteo parar. Alargó un poco mas la mano y agarró del suelo enmoquetado lo que quedaba de una cerveza que había abierto el día de antes. Sabia a mierda, pero el sabor a mierda era mucho mejor que la sensación de sentirse sobrio.- ¿A ti no te quedará ninguno no? 

Ella no respondió, apenas había escuchado lo que el le había dicho, simplemente se deleitaba con el momento, simplemente disfrutaba de aquellos segundos en los que el mundo se detenía para dejar que su cuerpo se evadiera. Era algo más que soltar adrenalina, era algo mas que quitarse el estrés de encima, era casi como salir de su cuerpo y quedarse suspendida en el aire para luego volver a bajar y notar poco a poco despertar tu cuerpo con un cosquilleo leve que empezaba por la punta de los dedos y el calor que todavía tenía dentro. Se parecía a uno de esos viajes que te pegaban cuando conseguías mezclar las pastillas correctas en el orden correcto.

El chasqueó la lengua mientras se levantaba de la cama, con la mano izquierda se quitó condón, le hizo un nudo y lo tiro a la papelera que había en el cuarto. Era el típico cuarto de motel, lo mejor que podías conseguir si no querías pagar mucho por noche y no te importaban los ruidos en otros idiomas a las tantas de la noche. Dejó la cerveza en una de esas mesas redondas de madera y encendió la Luz del cuarto de baño.

-¿No te vas a quedar un poco más en la cama? -la voz de ella salió con dificultad, como un suspiro, su pecho todavía bajaba y subir agitadamente, ahora con la luz del baño iluminando el cuarto podía ver sus pezones rosados, en uno de ellos todavía estaban las marcas de sus dientes y se encontraba en un tono un poco mas rojizo. Después le dolería.

-Ya sabes como va esto, preciosa - Siempre las llamaba así, nunca se acordaba de sus nombres, era mucho más fácil usar un mote cariñoso, un apelativo al que se sintieran vinculadas, para no decirles que le importaba una mierda como se llamaran, o si aquello les ofendía lo mas mínimo. Para él aquello era una mera transacción. - No quiero verte cuando salga de la ducha, tengo trabajo que hacer.

-¿Trabajo? Si no ha escrito nada, has llegado a tu limite, ya no vas volver a escribir nada - ella le saco el dedo mientras el cerraba la puerta del baño ignorando los comentarios de esta. Encendió la ducha y esperó durante varios minutos dejando que el agua cayera hasta que el viejo calentador se puso en marcha y el vapor empezó a subir. Fuera se podía oír ruido, estaría recogiendo sus cosas y gritándole alguna cosa, seguramente le iba a tirar algo contra la puerta, era lo que siempre hacían, pero al final, después de un par de semanas, siempre acababan volviendo. 

Se metió bajo la ducha, el agua caía sobre su cabeza, quitándole el olor a sudor, a sexo, aquello se le impregnaba en la piel y tenía que frotar para quitarse esa sensación del cuerpo. Odiaba aquello, pero a la vez era incapaz de parar. Dejó que el agua cayera sobre el hasta el punto de quemarle, entonces apagó el grifo y cogió una de las toallas que solía dejar el servicio del motel por la mañanas. Se la cruzó en la cadera y sacó el cepillo de dientes y la pasta de uno de los cajones del armario. Se lavó y enjuagó la boca hasta dejo de notar el sabor de ella en la lengua. Después salió y abrió la nevera que había debajo de la mesa y saco una bolsa de snacks y una botella de Bourbon barato. El vaso estaba encima de la mesa, en la posición de siempre, marcando el surco de humedad sobre la madera, como si jamás lo hubieran retirado, o como si el vaso hubiera venido con la propia mesa. Llenó el vaso y encendió el portátil, este hizo el ruido característico de encendido. Cuando estuvo cargado el sistema recorrió con el ratón todo el escritorio hasta clicar encima del correo. Tenía al menos 100 nuevos mensajes, algunos de su editor preguntando si había avanzado algo con la nueva novela, otros de algún chiflado que había conseguido su dirección y quería preguntarle si podía firmarle algo, un par de mensajes de viagra y otro de una tienda de muebles. Marco toda la Bandeja de entrada y la eliminó   sin leer ninguno de aquellos mensajes. Dio un sorbo al vaso de Bourbon y dejo poco mas de la mitad,  casi podía notar como aquello le quemaba la garganta y pasaba hasta el estomago, este hizo una mueca, llevaba unos días con molestias, pero aquello no era importante. Desplazó el ratón a otro icono del escritorio, en este ponía: " proyecto nueva novela". Colocó el ratón encima y volvió a darle doble click para abrir el archivo. Ante el se mostró un editor de texto completamente en blanco, sin una linea escrita. Sus dedos se movieron rápido por el teclado escribiendo párrafo tras párrafo, parándose durante unos segundos para corregir alguna expresión, algún detalle que se le había pasado por alto, algún insulto que quería que sonara mucho mas grosero que el anterior. Pasó tres horas al menos escribiendo sin parar un solo momento. Cuando miro al margen izquierdo el contador marcaba 47 páginas. Releyó durante un momento lo que había escrito, después movió el cursor hacia la X que se hallaba situada en la esquina superior derecha. Cuando el editor le avisó de que si quería guardar los cambios pulso en no. Respiró hondo y acabó su cuarto o quinto vaso de Bourbon, y su mano fue a buscar el paquete de tabaco, pero recordó que no le quedaba un jodido cigarro. Acababa de escribir la mayor mierda de su vida, las peores 47 paginas de su carrera como escritor y no podía ni fumarse un puto cigarro. Cerro el portátil de un golpe y metió la botella en la nevera. Se levantó y tuvo que cogerse de la silla para no caerse, el alcohol sube mucho más con el estomago vacío. 

Buscó por el cuarto algo de ropa interior pero estaba toda para lavar, asique cogió unos pantalones, que habían vivido mejores momentos, una camiseta que había colgada en el perchero. Cogió un par de billetes del cajón de la mesa y salió del cuarto. Recordaba que había una tienda no muy lejos, a un par de manzanas de donde estaba el motel, allí venderían algo de tabaco. El recepcionista le saludo al pasar por la entrada pero el ni siquiera se molestó en contestarle. Los primeros días le había pedido que le firmara un ejemplar de su último libro, el le había contestado que si quería la firma de un don nadie en un trozo de mierda podía firmarlo él solito. Al día siguiente se encontró su libro en el contenedor al tirar la basura. Era algo lógico, el también lo hizo cuando su editor le enseñó la primera edición encuadernada. 

Pasó por un par de calles intentando cruzarse con la menor cantidad de gente posible, hasta llegar a lugar en cuestión. Era un pequeño antro no mas grande que su habitación de motel. Lo regentaba un asiático que bien podía ser chino, vietnamita o japonés. Eso a él le importaba una puta mierda. Ni siquiera iba a molestarse en mirarle a la cara cuando fuera a pagar. Paseó por los dos pasillos que tenía la tienda y cogió un par de bolsas de snacks, una caja de condones, otra botella de Bourbon y le señaló al asiático que le sacara un par de cajetillas. Dejo el dinero y el hombre le devolvió exactamente el cambio sin decir una sola palabra. Era lo que le gustaba de esa gente, que no le jodía a preguntas de ¿Como ha ido el día? ¿Se encuentra bien? o soltaba alguna frase de mierda al estilo de: Menuda fiesta te vas a pegar, al ver el alcohol y los condones. Metió todo en una bolsa de plástico que le ofreció el hombre, evitando todo cualquier tipo de contacto físico y después salió a la calle. 

Fuera había empezado a refrescar y el rebuscó entre lo que había comprado hasta encontrar el paquete de tabaco. Estaba sacándolo cuando un tío se le acercó y lo cogió de la solapa de la chaqueta.

-¿Te ha gustado follarte a mi chica? ¿te lo has pasado bien con Sara? - El tío parecía alterado y el aliento le olía a alcohol, había tenido que parar en un bar para armarse de valor y venir hasta ese sitio a plantarle cara al tío que se estaba follando a su mujer.
-Araña un poco con los dientes al chuparla, pero no lo hace mal, con el tiempo lo hará mejor - Aquella respuesta era todo lo que necesitaba, el golpe fue directo hacía la cara por el lado derecho. No intentó defenderse, ni siquiera esquivarlo. Podía haberlo parado, era algo muy previsible pero dejó que lo golpeara en la cara. El puño golpeó su mandíbula y notó como su cabeza temblaba y su cerebro se removía dentro de su estúpido craneo. Al primer golpe le siguió otro, no en el mismo punto pero cerca, y un tercero, y un cuarto. Dejó de poder contarlos a partir de ese pero pudo oír como crujía un hueso en uno de esos golpes. El idiota acababa de romperse el dedo. Levantó la mirada, lo veía todo borroso y la sangre que salía de su ceja le tapaba completamente la visión del lado derecho. Iba medio borracho así que el dolor no era algo que le preocupase demasiado, así que agradecía la sensación de su cabeza palpitar y su corazón agitarse. Enfrente de él el otro tío se sujetaba la mano durante unos segundos, había golpeado mal y se había partido dos dedos pero eso no pareció pararle. Se acercó corriendo hacia el y le propinó un rodillazo en la boca del estomago que le dejó sin aliento. La Bolsa se cayó y pudo oír la botella de cristal partirse contra el suelo. Después lo empujo contra el suelo y empezó a patearle el estomago hasta que el dueño de la tienda salió con una pistola gritando algo en su jodido idioma de mierda. El otro tío se alejo un par de pasos y masculló algo, el tío del suelo le levantó un dedo y luego se arrastró hacia la pared llevándose La Bolsa consigo. El chino parecía estar diciendo algo pero no sabía si por la conmoción o porque hablaba su idioma como la mierda, no estaba entendiendo un carajo. Durante un segundo los chillidos dejaron de oírse y los pasos del hombre se perdieron en la tienda presumiblemente a llamar a algún sitio. 

Alargó la mano y sacó el paquete de tabaco de la bolsa de plástico, estaba completamente empapado. Deslío la tira de plástico que lo cubría y saco uno de ellos. Después metió la mano en su bolsillo y sacó el encendedor, le costó un par de minutos conseguir encender el cigarro porque todavía tenia la visión nublada y las manos le temblaban cuando intentaba hacer fuerza. Le dio una calada honda, el humo le volvió a arañar la garganta y bajo hasta sus pulmones, noto como se iban impregnando con el repugnante sabor del tabaco y lo soltó poco a poco, disfrutando de cada momento. Con un poco de suerte el cáncer lo mataría antes que uno de esos tíos. Siguió rebuscando y encontró el culo de la botella todavía con algo de Bourbon en el fondo. Se había partido y habían cristales por el fondo pero le importaba un carajo. Metió la mano y se cortó con uno de los trozos al sacar el culo de la botella. Intentó quitar los trozos mas grandes de cristal que flotaban en el alcohol y luego vació el contenido en su garganta. Las sirenas sonaban a lo lejos. Aquel maldito chino había llamado a la ambulancia. Ahora no podría terminarse el tabaco, no podría beber y no podría llamar a esa tía para volvérsela a follar, por muy pocas ganas que tuviera de hacerlo. Intentó levantarse pero los golpes habían sido demasiado y se volvió a caer al suelo. El cigarro se perdió entre la calle y no fue capaz de ver a donde. Una vez tuvo una vida, una vez fue escritor, pero aquella zorra tenía razón, ya no era nadie, ya no era nada. Sacó otro cigarro y lo encendió, con suerte palmaria antes de que llegara la ambulancia.