martes, 5 de abril de 2011

Chuda Hisui


La lluvia volvió a cogerse, aquella lluvia negra, que se clavaba en cada parte de su cuerpo cuando caía y calaba su alma hasta lo más profundo. Allí, más allá de la Muralla del Carpintero, donde las leyes de Rokugan no tenían valor, donde el honor era visto como un lastre y el bushido no era más que palabras, donde la muerte rondaba a cada paso y la corrupción estaba hasta en los espíritus que rondaban por ahí.

Un destello hizo brillar las oscuras nubes que oscurecían las corruptas tierras que pisaba, y sonido atronador hizo que la tierra se moviera haciendo que la mujer levantara la cabeza.
Era una chiquilla, no tendría más de dieciséis años, llevaba un kimono con el mon de la familia Chuda, una serpiente en amarillo sobre un fondo verde. Llevaba el pelo corto, y algo revuelto, allí en las Tierras Combrías no tenía tiempo para cuidar esos detalles y prefería mantenerlo corto por comodidad. Sus ojos eran de un verde intenso, un rasgo que no sabía de dónde había venido.

Nunca se había preocupado de su cuerpo ni de su aspecto, aunque sabía que era hermosa, lo sabía por las miradas que los perdidos le echaban cuando pasaba cerca de ellos, sus miradas lascivas. Notaba cómo la desnudaban con la mirada y con su mente imaginaban las más depravadas situaciones. A ella le repugnaban, todos y cada uno de ellos, aquellos samuráis eran la vergüenza de todo el imperio y por ello estaban allí, eran como su antiguo sensei, y como él deberían estar hace tiempo muertos.

Los sonidos de unos pasos hicieron que levantara la cabeza.
-Hisui -sonó una voz delante de ella, era su maestro, Chuda Kazu.
-Decidme sensei -dijo ella con una voz que pareció solemne, era una grandísima mentirosa, odiaba todo aquello, pero ya no la querían en otra parte.
-Acércate, tengo algo que enseñarte -dijo él mientras se sentaba en una roca cercana, ella se levantó despacio y se sentó a su lado, mirando lo que el miraba. En un pequeño montículo de piedras, una planta se enredaba entre ellas naciendo pura.- Es como tú, Hisui -dijo con una sonrisa que provocaba escalofríos en más de uno.
-Yo me corrompo -dijo ella, ofendida, por eso le habían elegido aquel nombre en su gempuku.
-Sí, pero como esa planta, te niegas a corromperte, la planta se corromperá con el tiempo, pero mírala, es como tú -las palabras se clavaron en su alma, ella odiaba aquella mancha que provocaba aquel odio dentro de ella, aquellas ansias de venganza y esa sed de sangre.
-No digáis eso sensei, pertenezco al Daigotsu y bien lo sabéis -contestó ella, su mirada se había desviado de la planta para mirar al horizonte, a uno de los picos que despuntaba el cielo hasta internarse en las oscuras brumas.
-Sí, sí. Eso dices, pero ¿será cierto? -Preguntó él mientras se levantaba y cogía su bolsa de pergaminos.
-Siempre será así -contestó ella con una nota de resignación.
-Pues sígueme -Kazu se levantó, dejando atrás las cenizas de la hoguera que les habían calentado durante lo que ellos habían creído que era la noche. Hisui le siguió de cerca.

Estuvieron andando media hora, por el camino de la sangre, hasta llegar a un pequeño claro donde las piedras se amontonaban donde antes había habido una gran montaña. En el suelo un cráneo gigante reposaba en la tierra. Sus grandes colmillos se cerraban en una boca vacía, una boca muerta muchos años atrás. Hisui sintió un escalofrío al mirar en los ojos del aquel cráneo.
-El terror elemental del fuego -dijo Kazu mirando el terrible esqueleto que estaba ante ellos- Fue reducido a lo que ves, nadie sabe todavía cómo, al igual que la montaña del fuego eterno fue devastada.-La joven lo miraba, aquellas piedras todavía retenían poderosos espíritus en su interior. Los kansen de fuego rugían de rabia, calentando las piedras que antes habían formado aquella montaña, su hogar.
-¿Por qué estamos aquí? -Preguntó con curiosidad la alumna. El profesor no contestó, se limitó a seguir andando hacia delante. Al poco, llegaron a un lugar más apartado donde se oían unos gritos y un sonido como si un metal estuviese siendo roído.

Al avanzar un poco más, Hisui pudo ver a un pequeño nezumi de pelaje blanco, que luchaba por librarse de las cadenas que le atenazaban, las cadenas salían del suelo, atrapando el pie de aquel incauto roedor. Ella conocía aquel conjuro muy bien. El nezumi tenía una armadura bastante tosca, con metal poco tratado, y pintada en tonos de verde oscuro imitando lo poco verde que podía haber en las tierras sombrías, sin duda debía ser un explorador.
-Mira lo que capturé ayer cuando fui a dar una vuelta -dijo el hechicero Chuda mientras mostraba su presa a su alumna, que lo miraba con cierta duda, el nezumi gritaba en su lengua rátida, entre chasquidos y aquel insoportable sonido que hacían.
-Un nezumi, ¿Y qué? -contestó ella mientras miraba al rátido, las cadenas habían hecho sangre en su tobillo, dejando un pequeño charco en el suelo, pero los ojos del nezumi rebosaban orgullo y algo que pareció ser honor.
-Dices que tu perteneces al Daigotsu, pero no sé hasta qué punto -contestó el-¿Seguirías cualquier orden?-preguntó mientras la miraba a los ojos, con aquellos ojos rojizos que rebuscaban en su mirada.
-Sí, así es -contestó ella mientras su corazón se atenazaba y el odio que sentía por el clan de la Araña aumentaba.
-Bien, bien -dijo él y después sacó algo de la bolsa y se lo tendió. Era un colgante de hueso, los kansen dentro de él bailaban de emoción, eran kansen de fuego y se concentraban en la punta de aquel hueso que parecía un colmillo.-Es un diente del terror elemental, lo cogí adrede para ti.-Su sonrisa se hizo más perversa.
-Gracias sensei -dijo ella mientras observaba el objeto. Él nunca le había regalado nada, nunca…
-Ahora, demuestra tu fidelidad, quiero que ates el alma del nezumi al colmillo.

El nezumi pareció entender lo que decía, pues empezó a moverse con más furia, con más rabia, hasta reabrir la herida de su tobillo. Hisui dudó un momento, pero su sensei no le dejó más que eso, pues enseguida le ofreció el pergamino necesario para hacerlo. Ella conocía ya el conjuro, lo habían practicado para atar el alma de los espíritus a los sitios, pero con un ser vivo era diferente, primero habría que arrancar el alma de su cuerpo. La hechicera sacó el tanto que llevaba en el obi y se realizo un corte en uno de sus brazos, tenía los brazos marcados con mil y una cicatrices que demostraban su dedicación a la magia de maho. La sangre empezó a caer y ella dejo que chorreara hasta bañar el suelo y moverse por los surcos que la tierra formaba.

Con el dolor palpitando en su brazo abrió el pergamino y empezó a hablar a los kansen que empezaban a rodear al nezumi. Este lo sentía y gruñía, gritaba e intentaba arañar a las criaturas. Ella notaba como la fuerza del Jikogu la atravesaba, el reino oscuro le daba poder insuflándolo desde el pozo supurante, los kansen venían a su voz en bandadas, y ella los veía, y su voz se iba haciendo más fuerte. Cuanto más avanzaba el conjuro más eran los kansen de fuego que rodeaban al rátido, arañando su alma y arrancando trozos de ella. Los chillidos del nezumi se oían por todo el claro, seguramente en poco tiempo más nezumi vendrían por las súplicas de su hermano. 

El conjuro finalizó y los kansen, ansiosos, se lanzaron contra el cuerpo de la rata que se agarró el pecho mientras miles de manos de fuego oscuro quemaban su piel y arrancaban su alma sujetándola con fuerza entre sus manos. Esta se movía intentando escapar, con su cuerpo muerto, a su reino, pero los kansen la sujetaban con fuerza. La llevaron hasta la hechicera y usando el colgante como recipiente obligaron al espíritu a introducirse dentro de él, el nezumi se movió, intentó evitarlo pero su espíritu fue atado al Nigen-do, atado al collar.

Hisui levantó el pergamino que empezó a arder en llamas, consumido por los espíritus oscuros de fuego, como parte del ritual. Los espíritus se acercaron y le lamieron la herida, quemándosela, ella apretó los dientes, parecía que ellos estaban satisfechos con lo que les había ofrecido y los kansen se dispersaron a volver a sus oscuros oficios.
-Muy bien ejecutado -dijo su sensei, aplaudiendo lentamente- No creí que fueras capaz de hacer un conjuro-ritual así.

Los ojos de Hisui rebosaban odio, pero su cabeza se mantenía lo suficientemente agachada como para que su sensei no lo viera.
Él se acercó, apoyando su mano en su hombro, ella sintió nauseas, como cada vez que alguien la tocaba.
-Es hora de que vayas a Rokugan, aquí no me queda mucho que enseñarte y ese Nezumi te contará la historia de lo que aquí pasó, para que sepas lo que tienes que hacer.-Sonrió el hombre mientras levantaba la cabeza de su discípula.
-¿A…a Rokugan?-Contestó algo confusa, no sabía que decir, hasta ahora le habían obligado a permanecer en aquellas tierras, atada a la corrupción, la oscuridad, la depravación…
-Sí, a Rokugan. Irás al bosque Shinomen, allí te encontraras con el clan de la Araña, ellos te dirán qué debes hacer-Sus palabras se clavaron en la cabeza de la chica.-Si no vas, lo sabré y entonces desearás no haber salido de estas tierras.

Aquellas palabras estremecieron a Hisui. Su sensei se dio media vuelta y se marchó mientras sus últimas palabras calaban en ella.
-No hace falta que te acompañe…creo que te sabes el camino.

A Hisui le pareció escuchar una risa, o quizá solo fue su imaginación. Su sensei desapareció del lugar, dejándola sola por primera vez en mucho tiempo…Rokugan, aquel lugar apareció en su cabeza. 
De fondo se oían gruñidos y pasos acelerados, tenía que irse los nezumis veían

viernes, 1 de abril de 2011

Hida Hiroko II


Los pasos retumbaban en el tatami, se acompasaban, adelante y atrás, en una combinación arrítmica. Hiroko contuvo la respiración, observando a su alrededor, sus manos aferraban fuertemente el tetsubo que Hiroki le había regalado.
El pelele se encontraba delante de ella, y también detrás, y a la izquierda y a la derecha. Los cuatro peleles estaban en su posición. Eran muñecos de madera que Hiroki usaba para entrenar con ella, para entrenar los múltiples enemigos.

Los muñecos empezaron a moverse en la mente de Hiroko, danzando alrededor suyo. Sus miembros de madera empezaron a convertirse en manos que sostenían espadas. Sus piernas se separaron del suelo, y ellos empezaron a moverse, cada uno individualmente, mientras la acechaban para atacar. 
El primero fue el de la parte de atrás, Hiroko se movió ligeramente hacia el lado y girando sobre sus tobillos ladeo al hombre golpeándole en la espalda con el tetsubo, y haciendo que cayera al suelo, demasiado herido para levantarse. Los otro dieron un paso para atrás, asustados por el golpe, pero fue sólo un amago. El que tenía a la derecha se dirigió, con la katana desde arriba hasta abajo, ella colocó el tetsubo para protegerse, como le había enseñado Hiroki, para después desviar la espada hacía abajo y golpear con su tetsubo hacia arriba. El hombre cayó al suelo, con la cara destrozada por el impacto. El siguiente no esperó a que se diera la vuelta, y saltó a la carga, apoyado por el otro, ambos golpeaban a la Cangrejo mientras esta bloqueaba arriba y abajo, rápidamente con su tetsubo mientras movía sus pies con rapidez, como le había enseñado su madre. 

Hiroki le había dicho que cuando no pudiera golpear, debía debilitar a sus enemigos, dejar que se cansaran. Estuvo bloqueando hasta que vio el cansancio en los ojos de los bushi. Blandió el tetsubo con rapidez y golpeó al primero en el pecho, rompiendo su armadura en pedazos y dejándolo en el suelo, el segundo dio un paso atrás asustado, pero aferró fuerte su arma, Hiroko no dudó, saltó encima de él aplastando su cabeza con el arma. El cuerpo se desplomó, inerte. Hiroko jadeó, cansada, se apoyaba con las manos sobre sus rodillas, y el sudor empapaba su cuerpo. Se secó con un paño que había traído, dejándolo en un cubo que tenían en el dojo para tal fin y se sentó a descansar. 

Su corazón latía fuertemente, aquellos combates eran extenuantes y eso que los peleles no se movían… Se moría de ganas por ir a las Tierras Sombrías a cumplir su Gempukku. Había escuchado mil veces las historias que su tío le contaba sobre las Tierras Sombrías, sobre las criaturas que moraban allí, los muertos que se levantaban, los demonios que hacían que tu alma se consumiera en llamas, los ogros tan grandes que llevaban troncos de árboles como armas, las oleadas de innumerables trasgos que azotaban las tropas sin descanso alguno hasta su extenuación. Hiroki le había contado cada una de sus expediciones, de sus batallas, de sus victorias y también su Gemmpuku, donde consiguió la cabeza de un gran ogro, todo el mundo estuvo muy orgulloso de él.

Hiroki siempre se las había contado con una mezcla de orgullo y terror, quería atemorizarla para que ella no fuera, pero cada vez que le contaba esa sensación en batalla, cuando todo su cuerpo se ponía tenso, y casi sin pensar, por pura inercia sus manos se movían, golpeando los cuerpos de los enemigos y protegiéndose de ellos, cuando los kamis de fuego recorrían su cuerpo dándole energía y los kamis de tierra lo hacían como una montaña impracticable.
Ella le admiraba, quería estar con él en batalla, ver lo que mil personas contaban contaban sobre La Montaña, el terror de las Tierras Sombrías; los Hiruma bromeaban diciendo que los trasgos contaban historias a los más jóvenes, diciéndoles que un demonio con caparazón de Cangrejo iría a llevárseles si no hacían caso y los Onis mas grandes temblaban con el simple hecho de escuchar ese nombre de los labios de alguien. Los más atrevidos incluso decían que en las Tierras Sombrías le llamaban “el que no debe ser nombrado”. Hiroko sonrió, las historias de su tío eran impresionantes. Incluso intentó en varias ocasiones leer la novela que su otro tío había escrito, aquella interminable epopeya, que usaba más como pesas que como libro de dormir.

Cuando Hiroko levantó la cabeza, la luna despuntaba en el cielo, en un cielo descubierto, y desde el Tengoku reflejaba su imagen en las aguas del Nigen-do. Por la posición de la luna, debía pasar de medianoche, y sabía que por la mañana su tío era implacable con los que dormían poco. Sus pasos se alejaron de aquel destrozo, con el suelo lleno de los peleles, entre madera y paja.
Al salir sus ojos pararon en una puerta que no había visto antes, oculta debajo de la escalera. Era una pared falsa. Hiroko apretó la puerta, deslizándola luego hasta dejarla abierta. Dentro no había luz alguna, sólo la completa oscuridad. Cuando dio un paso hacia delante, una pequeña ráfaga de aire golpeó la cara de la chiquilla, la cual dio un paso hacia atrás, asustada. Aquel viento le había helado el corazón y le parecía que también le había llevado un mensaje, un mensaje cargado de maldad. 

Hiroko miró hacia los lados, confundida y vio un pequeño mueble con una piedra de fuego y una antorcha colgada encima del mueble, en la pared. Rápidamente cogió la piedra encendió la antorcha, que crepitó débilmente, dando un pequeño haz de luz a la habitación. Era un pasillo corto, de apenas un metro y poco que desembocaba en una puerta de madera, con una cerradura de metal, digna de un artesano Kaiu. La puerta tenía un kanji grabado en ella “redención”. Otra ráfaga de aire paso a través de ella, volviendo a llevar ese sentimiento frío y un mensaje, un nombre…le pareció oír Hiroki.
Ella se acerco mientras la llama luchaba por resistirse, por mantenerse viva, como si luchara contra algo.
La puerta grande hizo un pequeño ruido y se abrió, apenas unos centímetros, dejando una pequeña obertura por donde ese frío gélido salía.
La llama crepitó, haciéndose un poco más pequeña, como si se hubiera asustado.

Hiroko avanzó hasta tocar la puerta, su corazón latía fuertemente, casi desbocado, aquello que había detrás de la puerta la asustaba y la intrigaba. Empujó ligeramente con los dedos, haciendo que se abriera, dejando ver una capilla. La capilla tenía el mon del clan Cangrejo dibujado en una gran tela, con un tono negro como la noche. Delante del mon, una pequeña estatuilla de un cangrejo, el cangrejo luchaba contra una sombra que lo devoraba. Al lado una urna que contenían unas cenizas y un nombre escrito “Hida Hiroshi”. En el suelo, reposando, una caja de metal, negra como la noche. En la caja había dibujada una historia, una historia de un cangrejo, que salía de la playa, para buscar alimento y se internaba en una selva oscura, oscura como la noche que lo fue devorando, hasta convertirse en un animal de aquella selva oscura, y empezó a cazar a sus compañeros cangrejos, devorándolos. Hasta que otro cangrejo le derrotó, devolviendo su cuerpo a la playa, para que todos recordaran porque no debían de internarse en la selva oscura.

La caja estaba cerrada con cadenas de metal y varios candados que parecían muy resistentes.
Aquella caja empezó a llamar su atención, como si la llamara, como si la instara a abrirla, a descubrir qué había dentro. Sus manos se movieron, como por instinto, acercándose lentamente hacía aquella caja misteriosa. Algo la detuvo, y por un momento notó el frío aquel que la rodeaba, colándose por cada rincón de su cuerpo, y como poco a poco iba desapareciendo, retirándose, tal como el fuego lo había hecho.
-Hiroko -sonó una voz profunda y fuerte, era la voz de su tío, que la llamaba desde la puerta. Ella se giró algo avergonzada, su cara estaba roja de vergüenza y su cabeza se agachó por haber ofendido así a Hiroki.-Ve a la cama, es tarde -concluyó el Cangrejo, con tonó mas afable. Ella no pudo moverse, le temblaban las piernas.
-Lo siento mucho Hiroki-sama -dijo mientras se mordía el labio.-No quería….

El cangrejo se adelantó, abrazándola, ella sintió el calor que emanaba el cuerpo del Cangrejo; como había escuchado tantas otras veces, los kuni decían que los kamis del fuego hervían dentro de Hiroki.
-No es culpa tuya, ahora vete a dormir -contestó él, mientras la acompañaba hasta la puerta. E

lla se dejó llevar, hasta haber salido de aquel cuarto, y del pasillo oculto. Allí ella avanzó hasta las escaleras para subir a su cuarto, y se detuvo antes de subir.
-¿De quién es la capilla? -Preguntó Hiroko.
-De mi padre -la voz del cangrejo se apagó, pero sus ojos siguieron mirando con ternura a la joven chiquilla, esbozó una sonrisa y atravesó la puerta que llevaba a la capilla oculta.

Hiroko subió algo confundida, y al meterse en la cama, los pensamientos de aquella capilla le asediaron y en sus sueños apareció un hombre, un hombre que portaba una armadura negra como el carbón, con el mon y la figura del cangrejo retorcidos en una blasfema burla.