sábado, 21 de enero de 2012

La Pluma de Jade


El camino se fue haciendo más empedrado conforme subía la montaña. Hacía días que había dejado el Camino Imperial y se había internado por aquel sinuoso camino. Al principio todo eran pequeñas aldeas de campesinos que iban dando paso a vastos campos de arroz.
Detrás de los campos de arroz iban apareciendo los primeros árboles que daban a entender que la vida animal tomaba aquel lugar como suyo.

Había dejado el caballo en la última aldea para emprender el resto del camino a pie, con los años había aprendido que los caballos no aguantaban el recorrido que él se tenía que hacer.
Los bosques dieron paso a un camino montañoso, que a cada metro iba haciéndose más escarpado a la vez que la temperatura iba decreciendo a cada tramo que avanzaba.

El Cangrejo iba enfundado en su armadura, una enorme armadura pesada que portaba el mon del clan Cangrejo en la parte trasera y un pequeño mon de la familia Hida en el lado derecho del pecho.
Cualquiera hubiese dicho que llevar una armadura así era un suicidio en un terreno tan montañoso, pero al guerrero parecía no molestarse, como si fuera su propia piel, tan acostumbrada a ella que no notaba el peso de más que suponía.
En el cinto colgaban su espada y su wakizashi, la primera era algo más clara, de madera clara la vaina, pintada de blanco y azul. Las telas de seda que sujetaban la guarda a la vaina estaban intactas como si jamás hubiera sido usada. Llevaba distintos detalles en plata, relieves hechos por el más diestro de los artesanos. Su wakizashi por otra parte era más tosco, de madera oscura con telas de un color azul, casi negro. La tela también se encontraba casi nueva, el cangrejo solía cambiarla cada poco tiempo, al igual que mantenía la hoja y la vaina como el primer día.
En el cinto, atado, llevaba un tetsubo, este parecía tener unas condiciones un poco más deplorables pues estaba abollado por varios sitios y algunas de las púas estaban rotas, sin duda esa arma le había acompañado en muchas batallas y pronto tendría que ser reparada para alargar su vida.

Hiroki se retiró el sudor de la frente con una mano y la apoyó en el tronco de un árbol que crujió bajo su peso astillándose la madera, llevaba más de una semana de camino y todavía no había alcanzado la cima, y llegaba tarde. Con los años se había estado haciendo viejo y cada vez le costaba más realizar semejantes cosas.
Giró la cabeza y miro hacia atrás con el rabillo del ojo, “ya casi están” pensó fugazmente y una sonrisa cruzó el rostro del samurái, hacía tiempo que no se emocionaba de aquella manera.

El Cangrejo enderezó la vista y siguió caminando hacia delante, el camino hacía tiempo que se había perdido y se orientaba por lejanos recuerdos del pasado, pero el bosque y la montaña habían cambiado demasiado, y muchos árboles habían crecido hasta perderse de vista sus copas y los que antes eran altos habían sido tirados por los fuertes vientos al hacerse viejos y pudrirse su madera.

Una flecha silbó en el aire, rompiendo aquel silencio y clavándose en el árbol que estaba a la derecha del guerrero. Varios pasos y sonidos de ramas quebrarse siguieron al compas de aquella flecha situando a cinco hombres delante del samurái. En la retaguardia se parapetaban varios arqueros protegidos por un par de hombres con yaris.
-Vaya, vaya…-Dijo el cangrejo como un susurro, una sonrisa cruzaba su rostro, se había quitado el yelmo para la subida y su pelo caía recogido en una larga coleta.
-Sera mejor que no te hagas el héroe, samurái -dijo el hombre que lideraba a los cinco soldados. Era joven, bastante arrogante, sujetaba una katana bastante decente, seguramente robada a algún samurái- Tienes mucho valor para cruzar nuestro territorio, será mejor que sueltes tus armas o nuestros chicos te acribillaran a flechazos.
-¿Qué chicos? -dijo el Cangrejo levantando la voz mientras desafiaba al hombre, este le miró con cara de incredulidad y luego miró mas allá, detrás del Cangrejo, donde había parapetado a sus arqueros y a sus yojimbos, allí en medio del bosque, había un hombre. Era mucho más bajo que el enorme Cangrejo, llevaba el pelo gris, recogido en un moño perfecto, sus ropas era de un blanco nácar con detalles en azul cielo. Llevaba su espada desenvainada y en el suelo yacían todos sus hombres.
-Cuánto tiempo, Hiroki -dijo el hombre mientras limpiaba su espada en el aire y la enfundaba tan rápido que apenas tuvieron tiempo de ver la hoja.
-Veo que tu espada no ha perdido rapidez con los años -el Cangrejo le contestó sin perder la vista en los hombres que se encontraban ante él, el Grulla no volvió a hablar.

Los bandidos dieron un paso hacia atrás, un poco asustados. Todos llevaban sus armas desenvainadas listas para luchar. El Cangrejo soltó el tetsubo de su cinturón.
-Pero…pero…-gritó el bandido mientras retrocedían-¿Quién cojones sois vosotros?
-¿Nosotros? -Sonrió el Cangrejo mientras avanzaba relajado hacia el grupo- Somos La Pluma de Jade.

El rostro del bandido se tornó blanco como el kimono del Grulla, los hombres se quedaron plantados incapaces de huir por el miedo, el Cangrejo estaba cada vez más cerca, a unos centímetros del líder.
-Tiemblas como una ramita, chico -dijo mientras le sujetaba con su poderosa mano, apenas hizo fuerza y lo levantó como si fuera una futon para tender. -¡Bu!

El resto de bandidos despertó del shock y salió corriendo, Hiroki dejó caer el cuerpo del chico que cayó al suelo estrepitosamente.
-Recoge a tus heridos, no están muertos, y volved a labrar el campo, antes de que cambie de idea -El hombre salió corriendo hacia donde estaban sus hombres heridos, cuando se cruzó con el Grulla agachó la cabeza y corrió todavía más rápido.
-Eres incorregible Hiroki -dijo el Grulla cuando llegó a su lado- Me enteré de que habían bandidos cerca y pensé que te escucharían desde cualquier montaña cercana.
-No tenias que haberte molestado Aikibei -contestó el cangrejo, hacía años que no usaba ese nombre pero ya no se molestaba en recodárselo.
-Me estaba oxidando ahí arriba.

Continuaron juntos el camino sin apenas decir una palabra, la montaña dio paso a un pequeño camino de piedra, construido por algún alumno. De lejos, ya podía verse los tejados de los edificios y el frondoso bosque daba a entrever un cielo azul, tan luminoso que molestaba a la vista.
Al atravesar el camino llegaron al dojo, era una agrupación de varios edificios, no tenían ningún tipo de decoración, eran edificios sobrios, construidos con la madera de los árboles que creían por aquellas montañas. Había un edificio grande, que debía ser el dojo principal y luego cuatro más rodeando un enorme patio. Aquellas deberían ser las estancias de los alumnos.
En el patio principal, los alumnos practicaban las katas una detrás de otra en una sincronización perfecta.

El silencio reinaba por aquel lugar. Cuando cruzaron el patio los alumnos pararon para mostrar su respeto a su maestro, este les hizo una indicación con la mano para que siguieran.
Atravesaron hasta llegar a uno de los edificios más cercanos a dojo. Un alumno les abrió la puerta cuando llegaron dejando ver una sala pequeña, sin apenas decoración, solo tenía una mesa y un par de cojines.
Aikibei se sentó en uno de ellos y el cangrejo hizo lo propio con el otro, el alumno se quedó de pie esperando las instrucciones de su maestro.
-¿Quieres un té, Hiroki? Aquí es lo único que te puedo ofrecer, ya que no tenemos sake.

Cuando el Grulla dijo eso, el Cangrejo hizo una mueca con la boca que demostraba su desagrado ante aquella frase.
-No se pueden rememorar buenos tiempos sin sake -alargó la mano y sacó de su bolsa un bar de botellas y tres tazas.-Por eso lo he traído conmigo.

Aikibei hizo un gesto a su alumno que se retiró y cerró la puerta tras de sí. El Cangrejo llenó los recipientes con el sake y le acercó uno a su compañero.
-¿Has sabido algo de saraharu-san? -El Grulla se acercó el suyo hasta situarlo delante de él.
-Nadie le volvió a ver después de que volviéramos, seguramente se perdiera en algún lugar con su pequeño amigo.
-Muy propio de él -el Grulla sonrió mientras levantaba la taza de sake-¡Por la Pluma de Jade!.
-Por nosotros, que somos lo único que queda de ella -respondió el Cangrejo.

viernes, 13 de enero de 2012

Bayushi Isei


Bayushi miró a ambos lados, la luna iluminaba la calle estirando las sombras lo suficiente para esconder al joven Escorpión. Contuvo el aliento durante unos segundos y corrió hacia la pared dando un par de pasos y agarrandose a las tejas con las dos manos. Apenas había habido un susurro, sólo el tintineo de la katana contra el wakizashi. Isei tensó los músculos y poco a poco fue levantando su cuerpo, mientras se ayudaba con los pies para subir. Al llegar arriba, se puso de cuclillas y miró al otro lado de la muralla. Allí se extendía un pequeño bosque de distintas variedades de árboles, creando una composición de lo más artificial, pero hermosa al mismo tiempo. El verde de los arboles quedaba oscurecido por las sombras, dando un aspecto tétrico.

El Escorpión se agachó de golpe al escuchar un sonido de botas, más abajo, por la calle, varios guardias hacían la guardia por aquella zona.
"Maldita sea Isei, estate atento, solo tienes trece minutos" El Escorpión se deslizó por el tejado y se dejó caer por la otra parte, descendiendo por uno de los árboles que quedaban a ese lado. Se palpó el cinturón y el mango de los sais le resulto agradable y cálido. En una pequeña carrera atravesó el bosque, parándose en el linde.
"Tres guardias, dos con lanzas y uno con arco" Su mente calculaba rápidamente las opciones "Un puente, una glorieta, desde ahí se puede saltar."

Como si de un gato se tratara, el samurái corrió hasta el puente saltando encima de unos pilares e impulsándose hasta coger el tejado de la glorieta. Desde ahí dio otro pequeño salto y subió a uno de los grandes arboles y se deslizó por las ramas hasta alcanzar el primer piso de aquel enorme edificio. Miró hacia arriba y frotándose las manos empezó a escalar. El negro de su traje de confundía con la pared de la casa, que se escondía de la luna. Era una casa enorme de unos tres pisos de altura.
Isei alcanzó el tercer piso sin problemas y se acercó a la ventana correcta. La luz seguía todavía encendida y tocó levemente con los nudillos, retirándose la mascara de la cara. Una sombra se acercó a la ventana de papel y la corrió débilmente, para dejar tras de si a una joven mujer de unos quince años. Era morena, con el pelo cayéndole en cascada hasta la cintura. Tenía la piel pálida, delicada, como las figurillas que vendían en el mercado, aquellas que escondían tras una vitrina para que nadie las rompiera. Los labios finos, la nariz pequeña, muy fina, como una aguja. Llevaba el kimono todavía puesto pero con el obi desatado.

La chica casi dio un grito cuando Isei puso el dedo en sus labios.
-Tranquila, soy yo, ¿no me recuerdas?-Isei le sonrió, ella lo miró a los ojos y enseguida se relajó.
-Hoshi...-La chica susurró su viejo nombre, su nombre de niño y los recuerdos de su infancia le inundaron.
-Ya no me llamo así, mi nombre es Isei, es el nombre que he cogido tras mi gemmpuku -dijo el chico, orgulloso. Su melena negra estaba recogida en una colega alta para que fuera mas cómodo moverse.
-Es un buen nombre -dijo ella mientras se sentaba en el alfeizar- Pero para mí siempre serás el pequeño Hoshi.

El rostro de ella pareció entristecer, tenía los ojos cristalinos, la nariz rojiza y las mejillas del mismo color, había estado llorando.
-Hacia dos años que no te veía -dijo después de un pequeño silencio.-Desde aquello...
-Estuve entrenando-contesto él, no le gustaba que se refirieran a aquello, no se lo dijo ni a su tío, a quien confesaba todo lo que hacia.-Tenía que completar el gemmpuku. Ahora soy todo un hombre.

Ella lo miró de arriba a abajo y sonrió.
-Sí, sin duda eso parece -dijo señalando la espada que este portaba al cinto.
-Pronto seré un gran samurái, y entonces tu padre no podrá tirarme de tu lado -las palabras hicieron que la pequeña llorara, Isei se quedó paralizado sin saber qué hacer.
-Hoy...hoy mi padre me ha presentado al hijo menor del daymio, el año que viene todo estará preparado para que me case con él -la voz de ella sonaba entrecortada, no le agradaba la idea pero era por el bien de la familia.

Isei dio un paso atrás, y después otro.
-Hoshi...-la voz de ella le llamó. Isei se puso la mascara y se dio la vuelta, corrió, corrió como nunca había hecho, sin preocuparse por el ruido, los guardias se alertaron pero para cuando llegaron a donde habían oído el ruido, Isei estaba muy lejos de allí.

El samurái se paró en un tejado, de su máscara caían lagrimas, que chocaban contra las tejas y resbalaban hasta el suelo.
"Conoce tus debilidades"Se repitió en su cabeza "conoce tus debilidades y nunca las muestres".

Dio un golpe seco, se secó las lagrimas y las dejó atrás, con su gemmpuku. Al día siguiente tenía que partir de la ciudad.