martes, 21 de diciembre de 2010

Fin




El boli se movia por mis dedos mientras miraba por la ventana de la casa. Era por la tarde, en las últimas horas del sol, cuando todo se torna rojizo y las sombras empiezan a avanzar por las casas, llevando el frío y la noche a cada rincón. El boli seguía balanceándose torpemente, de joven había sido capaz de pasar por cada uno de mis dedos, pero ahora eran demasiado viejos y están demasiado gastados.
En la mano izquierda, todavía reposaba aquel anillo, la alianza. No recordaba cuanto me había costado pero recordaba el momento, como imágenes en una de esas películas antiguas, pegadas unas a otras torpemente, sin sonido alguno, había pasado mucho tiempo y las conversaciones se me iban borrando de la memoria, solo quedaban los sentimientos, como se sentía y desde ahí reconstruía las pequeñas imágenes con los sonidos.
Tapé el boli, llevaba toda la tarde corrigiendo redacciones, la mayoría aburridas, sosas, estructuradas como había explicado, pero no iban más allá de lo explicado. No tenían nada que llamase la atención, nada innovador, nada que demostrase que detrás de aquel chico había algún espíritu libre. Siempre habían varias personas que parecía que lo fueran, pero nunca prestaban mucha atención.
Me levanté del asiento, dejando los papelorios a medio corregir para acercarme a la estantería. Allí estaban casi todos los libros que me había traído. Alargue la mano y cogí aquel volumen pequeño, una edición de bolsillo de mi libro de cama. Fue el primer libro que ella publicó, no se vendió mucho, ni siquiera hicieron una bonita portada, ella no quería que lo tuviera porque le daba vergüenza.
Aun recuerdo como lo conseguí, aquella tarde ella firmaba en una pequeña librería que había consentido que ella fuera. Yo le había dicho que tenía una recogida de premios y me dirigi a la tienda al poco de abrirla, allí no había mucha gente, apenas 5 personas. Me dirigí al estante cogí aquel libro y fui a que me lo firmara.
Al llegar a la mesa, me quede sin palabras, ella estaba allí, con su carita triste, viendo que nadie se acercaba, y yo me encontraba mirándola desde fuera, desde la cola, como ojeaba a los pocos que habían ido con tristeza, hasta verme. Cuando llego no me dijo nada, simplemente escribió y me devolvió el libro. Salí despidiéndome, siguiendo el juego y al salir, abrí para leer lo que había escrito.
Las palabras las recordaba bien, pues la había leído cien, doscientas, trescientas veces, al igual que había visto nuestras fotos, había revisado nuestros videos después de que se fuera.
“Esto de escribir no es lo mío, menos mal que cuando llego a casa te tengo a ti”.
Sonreí al ver aquella dedicatoria, siempre me había gustado y la leí mas adelante cuando gano varios premios y sus libros se hicieron famosos.
Tuvieron tapa dura, ediciones especiales con ilustradores famosos, pero nunca compre ninguno de aquellos libros, solo aquella pequeña edición de bolsillo, que vendió poco más de 40 ejemplares. Aquella pequeña edición que fue escrita casi para mí.
Cogí el libro y me senté en el sillón, cansado, pero contento, hacía mucho tiempo que no lo leía, asique cogí el libro y empecé a leer, y entre líneas y líneas me dormí, para no volver a despertar.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Hida Hiroki

Los golpes se sucedían uno detrás de otro, acompasados por una respiración agitada, por el cansancio físico que se había acumulado en su cuerpo durante toda la semana. Iba saltando hacía atrás y hacía delante, bloqueando golpes que le venían por todos los lados, esquivando y atacando. Su brazo caía como una columna, firme contra su objetivo y se detenía en el momento que la sombra imaginaria era golpeada, desapareciendo, pero había más sombras. Y cada vez se acercaban más, y su furia aumentaba, notaba su corazón latir cada vez mas fuerte, y un calor que emanaba de su mancha se extendía por su cuerpo, dominándolo.

Con una rabia arrebatadora, se lanzó contra las sombras que lo acechaban, debía de haber más de cien y por cada una que destruía, salían cinco más. Le iban golpeando una detrás de otra, en cada parte de su cuerpo, pero su cuerpo no cedía, no lo notaba cansando, notaba que la furia le dominaba y no pararía hasta estar muerto.
Las sombras le cubrían cada vez más, hasta hacer que no viera nada, sólo oscuridad, una oscuridad densa, como si de una grasa se tratase, le cubría el cuerpo entero, e intentaba inmovilizarlo, pero en medio de su furia, golpeaba aquellas sombras, su arma se había caído pero con las propias manos arrancaba aquellas sombras que se aferraban a su carne, desgarrándola. Pero por cada sombra que se separaba de su carne aparecían más que ocupaban su lugar, Hiroki sudaba sin saber como combatir a aquellas criaturas y cerró los ojos, impotente.

Al abrir los ojos, se encontraba en el claro en el que había estado entrenando, su daisho se encontraba apoyado en un tronco, justo al lado de la hoja Shizume que le había dado el padre de Tomoe.
Hiroki jadeaba, cansado, el sudor recorría sus brazos y su tetsubo se encontraba en el suelo, se había hecho múltiples heridas en los brazos con sus propias uñas debido al pánico de aquellas escenas. Apoyando la rodilla en el suelo intentó levantarse, pero un reflejo en jade llamó su atención desde el suelo. Al acercar la vista un poco más vio el colgante que su abuelo le había regalado, el verde que días atrás había lucido impoluto, ahora tenía una veta enorme de color negro obsidiana, que la recorría de arriba abajo, desde el centro, extendiéndose como el agua sobre el jade. Su martillo había quedado igual, por el poder de corrupción que Akuma no Oni había lanzado.

Agarró la pluma que reposaba sobre el suelo aferrándola con su mano, como si aquel acto pudiera retener a alguien.
-¿Qué puedo hacer, abuelo? -Dijo en voz baja, casi susurrando- No puedo proteger al grupo, ni siquiera he podido proteger los objetos que quedaron de ti, tu legado, ahora todo está corrupto, como yo, todo se pudre. Y me encuentro luchando en esta tierra, y a cada paso que doy hacia delante parece que doy cuatro hacia atrás.- Hiroki dio un puñetazo con su mano libre al suelo, maldiciendo su debilidad.- ¿Qué puedo hacer, abuelo? ¡No soy un héroe! No soy el samurai honorable de tus cuentos, no puedo hacer nada en este mundo oscuro, no puedo seguir…

Un pequeño tintineo llamó su atención, y el  sonido de un objeto golpeando el suelo hizo que se girase bruscamente hacia el tronco donde yacía su daisho. Y allí seguía apoyado contra el tronco, y en el suelo la hoja Shizume, y justo encima un pequeño cuervo que lanzó un graznido hacia Hiroki.
-Cuervo -dijo Hiroki, olvidándose de todo- Tú otra vez… -De pronto Hiroki vio la imagen de Tomoe, cayendo ante la espada de la acólito del Dragon Oscuro de agua, y al Lord Oni desapareciendo junto al recuerdo de Keiya. 

Hiroki se levantó casi con lágrimas en los ojos, y acercándose al cuervo le ofreció otra ofrenda en forma de comida.
-Gracias ancestro del cuervo -dijo recogiendo la katana que había portado Tomoe y por la que habría muerto.- Tienes razón, no puedo parar aunque no sea un héroe, tengo algo por lo que luchar.

El cuervo graznó y dio el vuelo, mientras una leve brisa hacía mover las hojas de los árboles hasta llegar a Hiroki y refrescarle el rostro. Una brisa que olía como la tierra de los Cangrejo. Y con la brisa le pareció escuchar la voz de su abuelo, cómo le contaba una de sus historias, y al final recordó una frase que su abuelo le dijo una vez, aunque no recordaba el motivo: 

"Los héroes no son aquellos que nunca pierden, son los que, perdiendo, siguen adelante porque tienen algo que proteger."

viernes, 23 de julio de 2010

golondrina





Un par de picotazos sonaron en la ventana, como un repiqueteo intermitente, como si alguien llamara a la puerta. Me acerque lentamente, asustado, hacía poco que acababa de amanacer y como cada día solía despertarme antes de que la noche se fuera para despedirla, como había hecho otras veces, otras tantas, durante tantas noches en las que el insomnio se adueñaba de mi cuerpo y el acostarme en la cama no tenia mas recompensa que un duermevela, extraño, confuso y agotador.
Al llegar a la puerta, el repiqueteo paro y una pequeña golondrina salió volando, juguetona, como si me invitara a salir de aquella casa, aquella casa en un pueblo abandonado en dios sabe donde, y en donde a dios no le importaba nada. Me dirigí a la puerta, para salir a fuera. Apenas había una luz tenue que se intentaba dibujar por el horizonte perezosa. El gallo, se preparaba para cantar por la llegada de la mañana, y las estrellas perdían su brillo, al igual que perdían su manto de medianoche.
la golondrina esperaba, entre el jardín y el camino de piedra que llevaba a la calle, y mientras esperaba me miraba a los ojos, me miraba directamente, y caminaba de un lado para otro. Empecé a andar, y la golondrina volvio a alzar el vuelo perdiendose entre los tejados del pueblo, dejandome de pie, en medio del jardin, con la puerta de la casa abierta, y solo, extramente solo.
¿como puede un pájaro dejarte solo? ¿como puedes sentirte solo ante el desamparo que produce un pajaro al que no habias visto nunca?
Volví a entrar en casa mientras el gallo cantaba su oda al día, mientras la gente, alguna ya despierta, empezaba su día.
Al entrar en la casa recorde la última vez que me había sentido así, asi de solo, como cuando alguien te abandona. Hacía mucho tiempo, quizá demasiado para que recodara la fecha exacta. Estaba en una casa, una casa que no era la mia y que nunca fue la mia, estaba de pie, moviendome de un lado para otro nervioso, mis puños se abria y se cerraban. Gritaba algo, algo que ni yo mismo había entendido, que ni yo mismo pensaba pero que mi genio decia, como un animal, sin pensar.
había una mujer, si, era ella, ella de joven, mucho antes de que terminara la carrera, de que la conociera a ella, de que me casara, de que naciera cristobal. Ella tambien gritaba, enfadada, no habían lagrimas en sus ojos, pero no tardarian en llegar.
No recuerdo quien empezó la discusion ni porque, yo siempre dije que fue culpa suya y ella alego que fue culpa mia. Ahora ella agachaba la cabeza y decía una frase, una frase que me heria, que me hirio hace mucho tiempo y que hoy recordada posiblemtne tambien me doleria. Yo aprete los puños, ella intento cogerme. Mis labios dijeron algo, quiza adios, quiza te odio, no recuerdo cual fue mi despedida. Me saque el anillo que entonces llevaba en el dedo y lo tire al suelo, sali por la puerta dando un portazo. Seguramnete ella lloro, lloro amargamente, y ya nadie tenia la culpa, o mas bien, no importaba quien había tenido la culpa si no quien no había sido capaz de parar a tiempo y ninguno fue.
Los recudos siguieron pasando, despues de eso nada mas supe, me aleje, ella quiso dar tiempo a la herida.
Las cosas se calmaron y ambos quedamos como amigos y ella conocio a alguien que parecia mejor.
Y de eso hace casi 40 años. Remuevo la cucharilla del cafe, lo he hecho casi por inercia, mientras mi mente deambulaba en recuerdos pasados, mientras me olvidaba de mi mundo de mi situacion. Asi fue, asi fue como la perdi la primera vez, ya no recuerdo las palabras, y realmente difumino y reinvento los hechos, pero nunca olvidare las sensaciones, lo que senti aquel dia. El dolor, la angustia, el odio y auque mi alma la odiase, la pasion y el amor que quedaron desgarrados, desgarrados pero vivos.
Llevé el café a la mesa, quemaba bastante, asique sople un par de veces. Era martes, el segundo día de la semana y aquella, iba a ser una semana larga...

miércoles, 5 de mayo de 2010

Zay



196 DBY

Los propulsores emitieron un leve ruido amenazando con no elevar la nave, las cargas de apoyo fueron activados y como quien hace un último esfuerzo el propulsor aumento su potencia para elevar el trasbordador. La nave se alejaba poco a poco de aquel maldito planeta, de aquel pasado y de su esclavitud.
Había nacido en aquel planeta del borde exterior, no era el planeta natal de su raza, pero esta había sido esparcida por todo el universo. Sus padres se habían conocido en el gueto de Thar parid, al sur de la ciudad, donde guarnecían los miembros de su especia pertenecientes al hutt de la zona. Su madre trabajaba en uno de los clubs del hutt donde insinuaba sobre una plataforma las insinuantes formas twi´lek a los viajeros y demás desperdicios del sistema. Su padre trabajaba como agente social del hutt, consiguiéndole tratos y negocios. El hutt era un despreciable gusano que se divertía con la depravación y la degeneración que causaban sus clubs. Poco a poco lo que en un principio era un espectáculo visual acabó convirtiéndose en el inicio de un negocio de prostitución con las twi’lek.
Yo nací poco antes de eso, mi madre tuvo que dejar de trabajar y se mantuvo mucho tiempo en reposo antes y después de tenerme.
eso no gusto mucho al hutt que apremiaba a mi padre para que mi madre volviera al trabajo, pues estaba perdiendo dinero. El cuerpo de mi madre sufrió un deterioro considerable, lo cual enfureció al hutt. Yo tendría entonces 3 años y recuerdo como volvió mi madre llena de moratones y con toda la ropa rasgada, entonces no lo entendí, no recuerdo mas que una imagen vaga de aquello, pero la escena se repitió día tras día a espaldas de mi padre, que no llego a enterarse. Los años pasaron y en mi infancia me junte con 2 gemelos, vecinos en mi gueto. Solíamos ir al desguace donde retiraban naves y las piezas de viejos deslizadores que ya no servían o su reparación era pesada y costosa. Con aquellas piezas, mi compañeros y yo construimos nuestro primer deslizador, pero eso fue otra historia que ahora nada tiene que ver.
Con los años fui tomando conciencia de lo que mi madre hacía, el hutt la usaba como esclava sexual para satisfacer a sus compradores. Le habían amenazado con mi vida. Mi padre ciego ante esto, se preocupaba por el estado de su mujer y sus continuos llantos. Yo iba creciendo y mi cuerpo se transformaba para conseguir el cuerpo de una twi’lek madura. Recuerdo que mi madre rompía a llorar cada vez que veía mis formas entre la ropa.
Cuando cumplí 17 años unos sirvientes del hutt entraron en casa, golpearon a mi madre y me llevaron entre forcejeos y sollozos. Recuerdo que mis dos amigos intentaron ayudarme pero sirvió solo para que fueran azotados. Así, no tarde en trabajar en uno de los clubs donde me enseñarían el arte de la danza y a seducir con movimientos y miradas. Resultaba humillante.
Recuerdo haber tenido que aprender a defenderme para repeler a los hombres que intentaban algo mas que mirar, algo muy común. En mis ratos libres solía dedicarme a montar deslizadores, aquello me proporcionaba un dinero con el que algún día compraría mi libertad.
Los años pasaron, mi madre murió por los continuos abusos del hutt y mi padre cayó enfermo y no tardó en seguirla. Entonces me encontré sola, asediada por el hutt, humillada por sus lacayos y tratada como carne por los clientes.
No se como ocurrió todo, no se como conseguí escapar, pero recuerdo que aquel día había llorado hasta tarde maldiciendo mi suerte. Uno de los gemelos me llamo por la ventana, me esperaba abajo con el deslizador. Bajé con cuidado para no despertar a los guardias, momentos después nos encontrábamos saliendo de la ciudad, allá esperaba un deslizador construido por ellos para que pudiera escapar. Me dieron todo los creditos que pudieron conseguir y así conseguí escapar de esa carcel.
Más tarde descubrí que el hutt se enteró de su traición y los mando ejecutar.
Ahora 3 años después voy camino de mi venganza, estuve trabajando en carreras para poder pagar mi equipo y un viaje. Ahora espero encontrar a alguien que me ayude, para acabar con el reinado del hutt y por consiguiente librar a mi gente de las garras de la esclavitud.

martes, 4 de mayo de 2010

Hiruma Tomoe


Las flores del cerezo caían sobre el tejado del porche de la casa de Tomoe. Ella miraba por la ventana. Era muy pronto para salir, su marido todavía dormía en la cama. Se encontraba desnuda, tapada por una ligera sábana de seda. Su cuerpo se dibujaba perfectamente, ayudando a la imaginación.
Se levantó con sigilo para no despertar a su marido y caminó hacia el cuarto de baño. Según andaba iba recordando los momentos de la noche anterior. Su marido había querido otra vez estar con ella, en la intimidad, y otra vez la había tomado. Le repugnaba tanto el contacto con aquel hombre…

Un escalofrío recorrió su cuerpo y se metió en la bañera, con el agua caliente. Necesitaba olvidar aquella noche, aquel hombre, aquel contacto. Se frotó fuertemente los brazos, esperando así poder limpiar todo su cuerpo. Sabía que eso no estaba bien, que tenía que amar a su marido y respetarlo, pero no lo conseguía, él no le gustaba, no era la persona que despertaba sus más vergonzosos instintos. Su mente se fue hacia su rostro, vio a la persona a la que le profesaba su amor secreto. Recordó su cuerpo y sus manos buscaron debajo del agua hasta encontrar respuesta a sus oraciones.

Cuando salió del baño su marido ya se había ido, la habían casado con un importante diplomático imperial, por todos sus logros y además para estrechar las relaciones del clan con la familia imperial. Ella seguía manteniendo su apellido, gracias al favor del Emperador.
Después de vestirse se colocó su katana y wakizashi, aun no le habían asignado ningún grupo. Desde que vivía en palacio, sus actividades eran cada vez mas pasivas, nunca atendía misiones para su clan y su marido no le permitía ejercer misiones que pudieran poner en peligro su vida. Harta de todo eso, le pidió a la Voz del emperador algún trabajo, este la asignó como profesora de los grupos que estaban preparándose para ser magistrados esmeralda. Allí conoció a Nailah.

Paseó por el jardín de su casa, hacía un perfecto día, sin duda, ella estaría entrenando en el dojo del viento.
Atravesó el espacio que separaba su casa con el dojo del viento corriendo y se apresuró a decelerar cuando llegó a la puerta. Con mucho cuidado, abrió la puerta y se metió dentro, descalzándose para poder pasar. Los alumnos que estaban la saludaron como era debido y la sensei que estaba allí le profirió un caluroso saludo.
-Buenos Días Hiruma-san -dijo con voz dulce. Era una mujer bastante extraña para aquellas tierras. Llevaba el cabello blanco como la nieve, como los Grulla. Su tez era algo más morena, sus ojos muy rasgados, con unos labios bien perfilados. Era más alta que ella, aunque con un cuerpo grácil. Tenía grandes pechos que abultaban por el estrecho kimono que ella llevaba.
-Buenos días Nailah-chan -dijo ella algo mas descortés, pues se tomaba mil libertades con la pobre Grulla. 

Esta se avergonzó un poco porque la llamara así delante de sus alumnos e intento escurrir el bulto.
-Bien, clase, ahora que Hiruma-san esta aquí, practicaremos la lucha cuerpo a cuerpo -Nailah los repartió por parejas y ella misma se encaró con la Cangrejo que desanudo su kimono y soltó sus brazos por fuera, para ganar flexibilidad. Los alumnos emitieron un sonido al ver el descaro de la Cangrejo, que apenas contaba con unas vendas para tapar su torso.

La clase continuó y ambas lucharon, quedándose muy cerca. Tomoe notaba el olor del cuerpo de la Grulla. Era un olor dulce, no tan brusco como el de su marido, un olor agradable que le provocaba irrefrenables deseos de querer más. Tomoe intentaba mantenerse al margen pues cada vez que se acercaba a la Grulla su cuerpo se moví  irrefrenablemente hacia el de la chica, buscando su cintura, agarrándola disimuladamente para hacerle una llave o simplemente tumbándola para poder sentir el roce de su piel y el olor de su pelo.

Al terminar la clase los alumnos recogieron y se marcharon en orden, charlando acerca de la clase. Cuando todos se habían ido, la grulla suspiró profundamente.
-Te has pasado esta vez, Hiruma-san -dijo mientras frotaba su espalda- me has hecho daño.
-Oh, yo no quería…-respondió preocupada por la espalda de su compañera.
-Tranquila, mañana se me pasará -dijo la Grulla mientras hacía unos estiramientos- Espero que te den tu grupo pronto, no aguantaré esta marcha mucho tiempo -bromeó.
-Claro… seguro… -dijo apenada, no quería separarse de al lado de la Grulla, quería estar con ella, tanto por el día en el dojo, como por la noche en su cuarto, pero eso era algo que nunca le podría decir.- Déjame ver tu espalda, sé algo de ese tipo de lesiones.

La Grulla se sujetó el pelo con una cinta en una coleta larga y dejó caer la parte de arriba de su atuendo, justo hasta los codos, dejando su cuello y la parte de arriba de su espalda al descubierto. Tomoe se acercó, notaba su corazón acelerado, notaba como su piel se erizaba y un calor intenso empezaba a subirle entre sus piernas. Colocó las manos en la espalda de la Grulla, era una piel suave como la tela más exquisita que pudieran fabricar.
-Tienes una piel muy suave -comentó Tomoe que inspeccionaba cada parte de su cuerpo con minucioso detalle. Justo en la espalda, por encima del omóplato, tenía un tatuaje, un circulo negro que encerraba una pirámide- ¿y este tatuaje?

La Grulla se dio prisa por apartarse y tapar su desnudez.
-No se, lo tengo desde antes que tuviera memoria -contestó ella. Y disculpándose, se marchó por la puerta del dojo.

Tomoe volvió a casa, en su memoria volvía a ver la espalda de Nailah, con su tez tostada, tan perfecta, tan dulce, tan suave. Volvía a recordar el olor de su cabello, ese olor que le impregnaba el alma y hacía que un escalofrío le recorriera sus partes más intimas. Un calor que no podía sofocar empezó a nacer en lo más profundo de su ser. La deseaba, deseaba a la Grulla como nunca había deseado a nadie, como nunca desearía a su marido. Cuando llegó a casa, él todavía no había llegado. Mandó a sus criados a preparar un baño caliente como el de aquella mañana, lo necesitaba y aquella noche le daría igual que aquel hombre quisiera poseer su cuerpo, pues su alma estaría buscando la de la Grulla, al igual que su mente.

Kaiu Takumi


El martillo volvió a caer sobre el acero candente y varias chispas saltaron hacia el Cangrejo, que retiró la cara para no sufrir quemaduras. Cogió aquel pedazo de metal y lo sumergió en agua, haciendo que saliera el vapor directamente hacia arriba.
Se retiró el sudor de la cara, llevaba desde primera hora de la mañana y hacía mucho que había pasado la hora de comer. Siempre que se metía en la forja, el tiempo se distorsionaba.

Varios golpes en la puerta llamaron la atención del herrero Kaiu.
-He dicho que no quiero que nadie me interrumpa en la forja -dijo con voz grave mientras caminaba renqueando del lado derecho hasta la mesa para dejar aquel trozo de metal a medio hacer- ¡Lo he dicho mil y una veces! ¡Ahora tendré que empezar de nuevo!

La sombra de la puerta emitió una carcajada y se interno en la penumbra del taller, apenas alumbrado por varias antorchas y el fuego del horno que ardía casi las veinticuatro horas del día.
-Kaiu-san, siempre tan gruñón- Sonó una voz todavía más grave, la sombra se dejó iluminar por una de las antorchas de la sala y salió un hombre, de unos treinta y pocos años. Sacaba dos cabezas al herrero, de constitución fuerte. Llevaba el pelo suelto, bastante largo. Los rasgos de la cara eran muy bastos, y esta estaba sucia por el polvo del camino. Portaba una armadura pesada que sólo dejaba visibles ciertas cicatrices de sus brazos. El daisho de samurái colgaba del lateral y al lado contrario un enorme tetsubo.
-¡Okami! ¡Siempre tan impertinente, tan estúpido!-Renqueó el herrero hacia el Cangrejo que le esperaba en la entrada de la forja, cuando llegó, estrecharon sus brazos, en señal de amistad- Pero siempre igual de honorable. ¿Qué te trae aquí?

El Cangrejo desenvolvió una caja que llevaba a la espalda, tapada con una tela azul metálica, con el mon de la familia Hida bordado. Dejó la caja encima de la mesa y se separó, esperando que el artesano moviera primero la ficha.
-Por esto mismo nos conocimos Hida -dijo más solemne el herrero- Te llevo esperando desde entonces, desde que me lo dijiste, y has tardado demasiado en volver, estúpido descerebrado -el Cangrejo Hida sonrió levemente.
-He venido cuando el deber me ha dejado -Respondió Hida, nervioso, deseando que abriera la funda.

El herrero no se hizo esperar y se adelantó hacía la caja de madera, abrió la pequeña cerradura que guardaba el interior y levanto la tapa dejando ver una katana. La hoja está rota por varias partes, y el metal muy desgastado. El mango solo quedaba la mitad, y la tela que lo sujetaba estaba podrida. El Kaiu cogió un trozo de metal y lo examinó de cerca.
-Es…genial…-dijo en voz baja mientras oteaba la hoja de arriba abajo- La manufactura es perfecta, los doblados exactos hasta el milímetro, calentada hasta el punto exacto, ni un grado más.

Hida miraba al Kaiu, que, entusiasmado con lo que Hida le había traído, maquinaba en su cabeza la mejor forma de volver a forjar esa arma. El Cangrejo se dio la vuelta y se marchó de la forja, pero el Kaiu ni se enteró que se había despedido.
Hida esperó en la casa, esperó varios meses y el Kaiu no salía de su caseta. Un día, mientras Hida entrenaba en el césped salió Kaiu de la caseta, con la caja de madera, y Hida se precipitó a cogerla, pero Kaiu le detuvo.
-No, ahora es hora de dormir, cuando despierte el artesano, entonces podrás tener tu katana.

Kaiu se fue a dormir y pasaron dos días en los que no se levantó ni para comer. Y cuando el tercer día despuntaba en el horizonte, el Kaiu entró en la habitación del Cangrejo con la caja bajo el brazo y la dejó en el suelo, delante de él, expectante.
El Cangrejo alargó la mano y destapó la caja, y su cara se quedó paralizada ante lo que veía. La hoja de la espada de su familia había sido recompuesta, pero no estaba como antes, la había cambiado. El mango portaba los mismos colores pero otra distribución y la espada tenía un grado diferente lo notó al cogerla y esgrimirla.
-Pero…pero…esta no es la espada de mis ancestros.-Dijo el cangrejo algo extrañado- ¡Tu trabajo era reconstruirla, Kaiu!

El Kaiu se levanto con dificultad por culpa de su pierna y dio un ligero golpe al suelo.
-¡Mi trabajo no es reconstruir, es forjar nuevas katanas!-Dijo el Kaiu- Y esa es tu katana.

El Kaiu se dio media vuelta y se marchó cojeando hacía la cocina. Hida se quedó pensativo, sin saber cómo reaccionar.

jueves, 11 de marzo de 2010

Un libro, un sueño.


El calor seguía palpitando en su pecho, todavía demasiado agitado como para reaccionar con sensatez. La discusión había sido fuerte y las palabras hirientes, y con cada palabra moria una pequeña parte de ellos, que se refugiaba en el fondo de aquella casa, que se volvía fría por momentos, demasiado grande.
Paseó por la habitación, de arriba a abajo, oía a su mujer trastear en la cocina, movia los cazos de sitio y de vez en cuando se oia el repiqueteo metalico de algo caer.
Se avalanzó sobre la libreria, agobiado por aquel lugar, por aquel entorno, por aquella mujer que no hacía mas que disgustarse y entristecerse, como si cada minuto de su vida fuera una agonía.
Le costó encontrar el libro que buscaba, pues ella había trasteado con sus libros tiempo atras, quizá dos semanas, la última vez que discutierón. Ella había optado por recoger la libreria, después de que el dejara el libro, en encima de la mesa, despues de reconciliarse. Y Allí, estaba, donde ella lo había dejado, detras de sus novelas de Isabel Allende, un libro viejo, sin titulo alguno, de un marron tostado, algo acabado por el tiempo. Lo cogió con ansia casi voraz y lo llevo hasta el sillón, donde se sento, como hacía siempre, y lo abrío. De fondo se escuchaba a su mujer, había encendido el estractor de humos y seguramente pronto empezaría a hacer galletas, como siempre que se enfadaban.
Empezó a leer por la primera página y todos los sonidos se fueron disipando poco a poco, al igual que el escenario, que se fundió en una maraña oscura de pensamientos, que poco a poco se fue ilumando, dejando ver un paisaje verde, un gran prado, donde varíos animales, semejantes a vacas pastaban por el lugar. Eran enormes cuadrupedos, con largos cuerpos que salian de su frente. Estaban recubiertos de placas, de un color marron tierra, y en al final de la cola, una enorme bola, como una maza, que ladeaban de un lado para otro.
-Has tardado mucho-dijo una voz conocida detras de el, era de hombre, algo aguda y afilada. Cuando se dio la vuelta, vio a un joven, de unos 20 muchos años, vestido con una tunica roja. Era fino como una espiga, algo huesudo, con una tez algo palida que contrastaba con su cabello azabache. El levantó la mano para saludar al mago y el tintineo de su muñeca delato el escudo que llevaba atado. Llevaba otra vez sus ropas, sus ropajes de caballero de la orden, protector de los incentes, adalid de la justicia...
-He tardado lo justo, mago-respondió con una sonrisa. Un silvido siguio a la felcha se paso rozando su mano alzada. Con un movimiento diestro, desenvaino la espada y miro quien habia sido. Al fono, se veia una mujer, sujetando el arco. Era alta, esvelta, con una piel clara y brillante. Su pelo caia rubio en cascada, por detras de unas orejas picudas, que delataban su condicion de elfa.
-Saludos, guerrero humano,-dijo la elfa mientras bajaba el arco y se acercaba gracilamente como un cisne, meneando su larga melena dorada.
-Estoy harto que siempre me recibas asi-contesto el casi riendo mientras le tendía la mano a su compañera. El mago ya se había acercado lo suficiente como para situarse a su altura.
-Estais aqui...pero...y?-no pudo terminar la frase, varios pisotones grandes delataron a una gran mole que se acercaba a zancadas desde el horizonte. Era un gigante, pasando de larago los dos metros. Tenía la cabeza rapada y portaba una armadura pesada, tintineandola a cada paso.
-Alguien ha visto a ese pequeñajo ladron?-preguntó mientras miraba de un lado para otro, hasta parar los ojos en el recien llegado- Porfín has llegado!-gritó entonces y corrió a cogerlo entre sus brazos, y apretarlo hasta casi romperle las costillas- Ya, ya, para o me partiras en dos animal!-Contesto el guerrero entre risas.
-Ey!-Dijo una voz mas abajo y cuando miró, alli se encontraba, un hombrecillo pequeño, el mas pequeño del grupo. Tenía el cabello castaño, recogido en una larga coleta que caia por su espalda.-Que bien que hayas venido, la ultima vez te dejaste varias cosas que te he guardado con mucho cuidado-contesto sonriendo mientras miraba al grandote.
-Mi Oro!-Gritó entonces la mole, cuando fue capaz de recordar a quien buscaba. Todos rienron enormemente, incluso el mago se permitio un par de carcajadas. Todos empezarón a andar por el prado, buscando el camino y aquellas criaturas se apartaban.
-Veo que los pastos vuelven a funcionar, me alegra ver que todo ha ido tan bien desde que me fui-Contesto el guerrero con un toque de nostalgia.
-Si-Contesto la elfa-Cuando derrocamos al falso rey, todo empezó a mejorar. Ahora las cosechas son abundantes, los animales comen y las minas de hierro funcionan a pleno rendimiento.
-Me alegro de escuchar todo eso-añadio el guerrero-Y la taberna¿
-La taberna esta en pie!-contesto el gigante mientras golpeaba su pecho con orgullo-Me ocupe de levantar cada palo, cada viga, yo solo!.
Todos volvieron a reir ante las muestras de caracter del gigante, volvian a estar juntos.
Al rato de caminar, encontraron la posada, en el mismo emplazamiento que había estado la anterior antes de que el ejercito del rey la destruyera. El gigante le había estado hablando todo el camino, de todo el trabajo que había hecho, de todo lo que había ayudado. Los compañeros reian cuando se equivocaba en alguna palabra o tartamudeaba de la emoción. El se ponía rojo como un tomate y se callaba durante unos segundos para volver a hablar. Al rato llegaron y el gigante se apresuro a entrar seguido por el pequeño, para "buscar" mesa.
-Asique...vuelves a tu mundo-Dijo el mago mientras cruzaron las miradas un momento.
-Dejale, Erik, no seas pesado-le atajo la elfa mientras estiraba de la manga de aquel hombre. Ella le sonrio, guiñandole un ojo, dandole a entender que sabía lo que pasaba y que alli, aquello no podía afectarle.
-No me llames por mi nombre, o te colocaré el titulo, princesa de las flores-Musitó el mago, ella le insultó en élfico y entro. El mago detras.
Se encontró frente a la puerta, de fondo, se oian las voces de sus antiguos compañeros, reir y bramar. Oia al gigante gritar para la cerveza, decía que hoy tendría una gran competicion con un viejo amigo. Tambíen se oian los gritos de gente que perdía objetos y chillaba al pequeño para que se lo devolviese.
Se oyó un sonido arcano y un chispazo, el hechizo de inmovilizacion del mago volvia a surtir efecto. Y la elfa, olía su perfume de flores, pues no emitia ruido alguno.
De pronto, un olor a galletas inundo sus fosas y el golpe de un plato al dejarse sobre una mesa le despertó de su lectura. Delante de el había un plato de galletas, recien horneadas, su mujer las acababa de dejar delante de el. Su cara reflejaba una mezcla de culpabilidad y tristeza. El miró al libro con nostalgía y luego a su mujer. Dejó el libro encima de la mesa con cuidado y susurro unas palabras. Cogió una galleta del monton y la mordio. llevaba pequeños trozos de chocolate incrustados dentro y sabía a gloria.
-Estan muy buenas-contesto el mientras se levantaba y la besaba dulcemente en los labios, con un regusto amargo a chocolate.
-Las hice con chocolate negro, que se que te gusta mas.-Contesto ella, sumisa.
-Te apetece que vayamos a ver esa obra que querias?-le pregunto el mientras terminaba la galleta.
-Pero...dijiste que no te gustaba...no tienes porque..-se apresuro a decir ella, culpable por la discusion anterior.
-Pero me gustas tu-le atajo, dandole un pequeño beso-Ponte guapa, después iremos a cenar.
La cara de su mujer se iluminó en una sonrisa, sus ojos brillaron con la luz de la habitación y de un salto, empezó a quitarse el delantal, camino al armario para buscar algo para ponerse.
El, por su lado, cogió el libro con las dos manos, y lo alzó,
-Tendreis que esperar amigos...tendreis que esperar un poco mas.-Dejo el libro en su lugar, detras de las novelas de isabel allende.
De pronto, un olor a galletas inundo sus fosas y el golpe de un plato al dejarse sobre una mesa le despertó de su lectura. Delante de el había un plato de galletas, recien horneadas, su mujer las acababa de dejar delante de el. Su cara reflejaba una mezcla de culpabilidad y tristeza. El miró al libro con nostalgía y luego a su mujer. Dejó el libro encima de la mesa con cuidado y susurro unas palabras. Cogió una galleta del monton y la mordio. llevaba pequeños trozos de chocolate incrustados dentro y sabía a gloria.
-Estan muy buenas-contesto el mientras se levantaba y la besaba dulcemente en los labios, con un regusto amargo a chocolate.
-Las hice con chocolate negro, que se que te gusta mas.-Contesto ella, sumisa.
-Te apetece que vayamos a ver esa obra que querias?-le pregunto el mientras terminaba la galleta.
-Pero...dijiste que no te gustaba...no tienes porque..-se apresuro a decir ella, culpable por la discusion anterior.
-Pero me gustas tu-le atajo, dandole un pequeño beso-Ponte guapa, después iremos a cenar.
La cara de su mujer se iluminó en una sonrisa, sus ojos brillaron con la luz de la habitación y de un salto, empezó a quitarse el delantal, camino al armario para buscar algo para ponerse.
El, por su lado, cogió el libro con las dos manos, y lo alzó,
-Tendreis que esperar amigos...tendreis que esperar un poco mas.-Dejo el libro en su lugar, detras de las novelas de isabel allende.

domingo, 7 de marzo de 2010

Libreria


Las baldosas de piedra empezaban a hacer mella en los pies de la chica, que renqueaba levemente por el viejo barrio de la ciudad.
Suspiró de cansancio mientras se quejaba de las zapatillas con poca suela que le había pedido a su madre por navidad. Siempre le habían gustado y tras insistir muchas veces su madre había cedido, pagando la ingente cantidad de dinero que costaban.
La calle era algo estrecha y le obligaba a bajar a la carretera cuando se cruzaba con algun peaton de frente. Los edificios se elevaban, inclinandose sobre la carretera hasta el punto que parecía que se la fuera a engullir.
Tenía que cruzar el viejo barrio de la ciudad para poder llegar al café en el que había quedado con sus amigas. Era un café algo caro, pero lo compensaba con los sofas y el buen ambiente cosmopolita que se respiraba.
Cruzó otra calle y se detuvo ante un cartel que llamo su atencion.
Era una pequeña tienda en una esquina de el final de una callle, algo apartada. Tenía un gran letrero de madera que decía: "Llibreria: El cor de la lluna" en un color plateado y unas letras en cursiva pintadas a mano. La chica se acercó interesanda, nunca había visto nada así...tan...viejo. Al Acercase un poco mas, vió la puerta, tambíen de madera, con un pomo en negro, de metal, bastante grande y unas visagras a juego.
Sus amigas le habían recomendado un libro, había salido hacía poco y sus amgias le habían dicho que era muy bueno. Un romance entre una chica y un vampiro. La verdad esque el libro se le antojaba interesante, atractivo y sus amigas, con las que había quedado en el café cosmopolita, sabían mucho sobre el tema, una ganó una vez el concurso de narrativa en el colegio.
Alargó el brazo hasta tocar el pomo, que estaba frío y con un un giro de muñeca y un leve empujón, sono el estridente chirrido de las visagras y un tintineo que avisaba que alguien entraba en la puerta.
La tienda era un laberinto de desordenadas estanterias, puestas, sin duda alguna, al azar. Los libros se apretaban unos contra otros en las baldas casi a punto de saltar fuera y otros tantos encima de las propias estanterias por falta de espacio.
Al fondo, apretada contra una pared, podía verse una pequeña mesa, repleta tambíen de libros y detrás un joven de unos veintitantos años, con el pelo recogido en una trenza, gafas y una camiseta algo ancha leyendo un libro, del que nunca había oido hablar.
Se acerco poco a poco intentando, fustradamente, pasar sin golpearse con ninguna estanteria. El chico no levanto la cabeza en ninguno de sus golpes ni quejidos.
Al llegar al mostrador la chica espero a quel chaval se diera cuenta de que estaba alli, al no hacerlo, carraspeo levemente, el chico ni se inmuto.
-Oye, perdona-dijo ella sin el menor asomo de educacion. El, levanto la cabeza y la miro de arriba a abajo desde su taburete.
-¿Si?-pregunto el, mostrandole el mismo aprecio.
-Venía buscando un libro-dijo mientras buscaba entre su bolso un papel donde tenía apuntado el titulo y se le entrego, algo doblado. El chico lo leyo y casi entre risas le devolvió el papel.
-Que crees que vendo aqui chiquilla?-le dijo casi en todo de burla enfatizando lo de chiquilla.
-Libros¿-contesto la otra, como si fuera lo mas obvio del mundo. El chico puso el marcapáginas en el libro y se levanto.
-Por díos, mira las estanterias!-dijo euforico-Yo no vendo libros, vendo novelas!-parecia casi entusiasmado.
-Y una novela no es un libro¿-respondio ella.
-Si, pero no todos los libros son novelas-le atajo.
La chica se quedó algo sorprendida, sin saber bien bien que decir. El chico prosiguó.
-No tengo lo que buscas, porque solo tengo buenas novelas, asique lo lamento, no hay sitio para basura en mis estanterias.
La última frase le había dejado a cuadros, ese engreido la estaba desfiando, a ella, que tenía el mejor indice de lectura de la clase, que había leido todos los libros de harry potter y el último le había durado apenas un día.
-No son basura!-se defendió-Si venden sera por algo no?
El chicó levanto la mirada asombrado por la respuesta y a la vez divertido. Su libro había quedado relegado a un segundo plano.
-Y si algo vende quiere decir que es bueno?-dijo mientras salía del cubil y se apoyaba en la mesa, mirandola directamente a los ojos a traves de sus lentes, ella retrocedio-Entonces...Quieres decir que los programas de mayor audiencia son los mejores?-Ella se quedó pensativa un rato, nunca le habían gustado aquellos programas de discusiones.
-bueno...no exactamente-respondió
-Y porque entonces tus libros tienen que ser buenos?-le espetó.
-Porque solo son...para divertir..para pasar el rato-contesto, acordandose de algun comentario asi en alguna conversacion.
-Igual que los programas, que son para pasar el rato-dijo el.
-pero..con esto lees, que es mejor que ver la television-Sentenció ella, casi tajante, viendo la inminenete victoria.
-Y no es mejor leer algo sencillo, para pasar el rato tambien, pero de mejor caracter literario?-Pregunto, con voz enminente.
-Bueno, pero..esto tampoco es malo, no hago daño a nadie.-dijo ella, insegura.
-a las letras por supuesto. Haces creer a esos mediastintas que lo suyo es lo bueno, o al menos que con lo malo se hace dinero, y eso es lo que hace que la buena literatura se muera-Empezó a andar por la tienda gesticulando con las manos, haciendo gestos mientras se movía de un lado para otro.
-pero...-intento decir ella, pero el le atajó.
-Pero nada, nada de nada, no hay menester que valga-Dijo mientras iba por las estanterias buscando algo, ella no supo si moverse o quedarse algo asustada por el movimiento del hombre que parecía motivado.Al poco llego con un libro de bolsillo, de un tamaño reducido para lo que estaba acostumbrado a leer y lo dejó encima de la mesa. Ella pudo ver las letras del titulo "Momo". No había leido nunca nada así, nisiquiera había oido a aquel autor. Eso la desconcerto y no supo bien bien que decir.
-Aquí tienes, esto es lo que tu venías a buscar-dijo el enseñandole el libro, ella quiso decir que no, que no lo quería pero el ya lo estaba marcando en la caja regristradora y poniendoselo en una bolsa. La verdad esque el libro parecía antiguo y eso le daría cierto cache antes sus amigas.
-Son 7€-dijo el chico mientras le tendía una bolsa. Ella cogío y le dió un billete de 10, al darle las vueltas el sonrió interesando, mirandola mas fijamente que antes.
-Es preciso que vuelvas, para contarme si te ha gustado el libro. Si no te gusta, es preciso que lo devuelvas, no puede quedarse en unas manos que no lo quieren durante mucho tiempo. Te devolvere encantado el dinero-Contesto el chico mientras recogía de nuevo el libro que habia dejado de lado al entablar conversacion con ella.
-va...vale-dijo mientras se encaminaba hacía la puerta. Dijo adios, pero el chico ya se había ensimismado en su libro y no le presto mas atención de la necesaria. Salió por la puerta y se encaminó hacia el café donde esperaban sus amigas...Ya era tarde, llegaba tarde, y los pies de dolían. ¿porque pediria aquellas malditas zapatillas?

Unamuno


salí del comedor, mientras ellos seguían cacareando, como gallinas en su corral, comentando que tal su maiz, que tal su pequeña carcel en la que comian y ponian sus huevos, en ese cubil en cual se entretenían y veían pasar una y otra vez el tiempo, inagotable.
Pase el largo pasillo, sientiendolo familiar en su oscuridad, en su cobijosa sombra. Abrí la puerta de la habitación y me encontré a allí a alguien que esperaba. Era un hombre ya cano, entre cincuenta y muchos y sesenta y pocos, de gafas circulares con abundante barba. Iba vestido con un traje negro, simple, pero elegante.
-Ya estas aqui?-preguntó amable en el sillón, mirandome con los ojos, revisandome.
-Si, aqui estoy Don miguel-respondí educadamente-Me ha tenído usted en vilo, en suspense, con esa historia suya.
-Claro que te he tenido asi!-dijo el
-Si, asi ha sido, y como usted trajo a Augusto a este mundo, le traigo yo, imaginandolo, haciendolo recuerdo, que no es mas que ente de ficción.
-Pero soy y no soy-me respondio el
-Es y no es, pues no es mas que el usted que yo me imagino.-El sonrió, satisfecho.
-Tengo preguntas don miguel, preguntas que quiero responderme
-Pues dimelas, rapido, que no tengo todo el tiempo y te las contestaras.
-Acaso como dice,¿ somos personajes de una nívola, de una nívola que Dios crea, y con ella se entretiene soñando hasta que despierta y nosotros desaparecemos?¿Entonces todo aquello que sentimos no es mas que producto de lo que Dios quiere que hagamos? ¿estamos atados a un destino?-Mis preguntas se atropellaron unas a otras y la mirada de Don miguel paso de la tranquilidad a la impaciencia.
-No seas necio, chico, acaso no has leido la novela, o la nivola, o como quieras llamarla? acaso no sabes tu mismo tu respuesta?
-Claro que la se-conteste-¿Y que es amar, don Miguel, acaso nos jutamos con otra persona para divertir a Dios? ¿para que nos vea desde arriba y tenga menos ganas de dejar de soñarnos?-Don miguel golpeo levemente la mesa y me sobresalté
-No seas estupido, tu mismo te respondes a lo que preguntas, no son mas que preguntas vacias.
-Solo se puede esperar una pregunta vacia de un ente de ficción-respondí, Don miguel sonrio de nuevo y su tez se relajó.
-Y como ente de ficción desapareceras, de la nivola, de Dios en la que estas metido.
-Y usted desaparecera, al menos una parte de usted, la parte que yo he inventado-dije sonriendo-Y una parte se quedara aqui, la parte que me han inventado los demas, al menos hasta que ellos dejen de existir y esa parte muera tambien...Morimos demasiadas veces Don miguel-conteste cabizbajo
-Morir solo morimos una, las demas simplmente, dejamos de existir, porque si no estas vivo no pudes morir. Aunque si tu eres ente de ficcion como dices, tampoco moriras una, no moriras ninguna! porque para morir hay que estar vivo.-Dijo repitiendo aquel monumental dialogo.
-es usted un genio-dije, sin darme cuenta
-Lo se, lo se, y tu no puedes imaginarme.
-No, realmente no puedo.
-Bueno me voy-dijo mientras se levantaba de la silla.
-Pero...aun no ha respondido a mis preguntas don miguel!-dije estirando el brazo.
-Ya las has respondido tu! tu solo!.
-Pero a veces necesitamos oirlas de boca de otro.
-Buscate a otro-dijo mientras se daba la vuelta, cogiendo un pequeño maletin
-Porque¿
-Porque me da la real gana!
Y con esa frase desapareció la figura, desvaneciendose en mi cabeza, y se oyo la puerta abrir, entrando una figura menuda, femenina.
-Carlos-dijo mientras se acercaba a mi.
-Dime-le conteste con la voz cortada.
-Ha pasado algo¿
-Dime que todo ira bien-conteste rápido.
-Que te pasa?-preguntó angustiada-que te pasa?
-Dimelo, dime que no dejaras de pensar en mi cuando no exista, para que siga existiendo
-Si, si, claro, pero porque que pasa?-empezo a preocuparse mas de la cuenta, y me agarro del brazo mirandome a los ojos.
-Ay chiquilla, si tu supieras cuanto he sufrido antes de encontrate, pero ya esta, ya esta, solo necesito dormir contigo. Pero tengo miedo, tengo miedo de que esto sea un sueño y cuando despierte de verdad tu no estes, te hayas desvanecido con el sueño. Dime que te quedaras, dime que te quedaras conmigo chiquilla.
-Estare contigo siempre, en tu sueño y mientras estes despierto-dijo ella- y deja de llamarme chiquilla.
-Lo siento, es culpa de Don miguel.
-¿quien es Don miguel?
-Un viejo amigo...

miércoles, 24 de febrero de 2010

Y volvera...


Coloqué el vaso de cristal encima de la mesa de madera, sostuve la jarra de agua y deje caer el contenido en el vaso, sin manchar nada. El vaso se fue llenando quedando justo por la mitad, ni mas ni menos.
-Gracias-Dijo ella con fingida amabilidad, le disgustaba aquel lugar, pero había vuelta, una y otra vez a pesar de lo que le disgustaba.
-No mientas-Le conteste, con una sonrisa satirica, provocando un pequeño crispamiento.
-Simplemente soy cortes, pero tu eso nunca lo has entendido- Dio un pequeño sorbo, dejando una marca de pintalabios en el vaso.
-No estas aqui para ser cortes, dime lo que quieres-dije mientras dejaba al lado un viejo libro, una edicion antigua de luces de bohemia.
-No estoy de acuerdo con lo que me dijiste la otra vez-contesto ella, segura de sus palabras, siempre venia segura de ellas. Había memorizado cada argumento, había estudiado cada respuesta, cada movimiento y venia convencida de ganar la partida.
-Nunca estas de acuerdo con lo que te digo-conteste- pero dime algo mas.
-No estoy de acuerdo en como ves el mundo, en tu concepcion de blanco o negro, en tu radicalismo indiscriminado, en tu ambiguedad politica.-Dijo ella- No tienes razón, no todo es blanco o negro, no hay un solo camino, no hay un solo gusto.-las palabras se le escapaban de la boca con demasiada velocidad, algunas a trompicones, y se tropezaban unas con otras, en una masa uniforme e indiferenciable, se había puesto nerviosa.
-Es normal que no sepas lo que dices, no lo entiendes-dije mientras me llenaba otro vaso con agua-No todo el mundo tiene la capacidad de ver el mundo como yo
Su mirada empezo a emitir rayos de oido y su cara se había puesta roja, otra vez no sabía encontrar las palabras.
-Solo eres un necio arrogante, no eres tan listo, ni siquiera eres capaz de entender mi modo de ver la vida-se había erguido un poco al igual que su tono.
-Si no lo entiendo, quizá sea porque no tiene sentido alguno, o logica, simplemente quieres que todo sea mas bonito, mas igual, para no sentirte mediocre-Sentencie con tajancia, mientras daba otro sorbo al vaso.
-Me das pena, eres incapaz de disfrutar de las cosas, tienes que buscarle un algo a todo-dijo ella enfadada mientras se levantaba
-no, pena me das tu, pues nunca llegaras a encontrar nada-conteste, furioso, ante su comentario.
Ella termino de levantarse, cogió el vaso y tiró su contenido contra mi.
-eres imbecil!-oí mientras su taconeo se perdia con un portazo, oi un par de gimoteos detras de la puerta que se marcharon con el repiquetear de los zapatos por las escaleras.
Me levante, con la cara empapada, y cogí una toalla que había preparado con antelación. Me sequé la cara y cogí el libro paseando por la estancia hasta sentarme en el sillon. Volvería...siempre volvía. O eso esperaba el.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Si no esperas nada...


El humo empezó a evaporarse por la habitación, se expandía en una densa masa, impidiendo ver con claridad el techo. Apagué el cigarillo en el cencicero que había depositado en la mesita de noche, al lado del envoltorio de preservativo que acababa de gastar.
-Te ha gustado?-preguntó una voz femenina detras mio, dulce, embadurnando cada silaba en aquel rojo carmin que habia tras la voz, y aquellos labios que habían tras el rojo y aquel rostro, medio tapado por una maraña de pelo rubio que caia por los hombros y se perdia por la espalda.
-Si-mi voz fue seca, sin sentimiento, sin apenas un atisbo de emoción, de satisfacción.
-Parece que como todas las noches- apartó la sabana con sus blanquecinas manos, la sabana tropezo con sus curvas, con sus pechos firmes, con su vientre, con sus caderas. Descendió por sus piernas hasta abandonarla a la desnudez y mi mirada quedó fija en el reloj.
-Es tarde, no llegaras-Dije mientras miraba como iba moviendose lentamente el segundero y animaba a seguir al minutero en un baile ciclico y caotico.
-Yo también te quiero carlos-dijo ella mientras por sus tobillos se deslizaba la ropa interior, inmaculada, y se ajustaba a su piel, de una tela exquisita. Yo no contesté.
-Tienes hambre?-estaba colocandose el sujetador tapando sus pechos de porcelana, el pelo le caia en ondas hacia delante.
-No mas de la que tienes tu-dijo ella mientras me sonreia, todavía conservaba el carmín.-¿porque no la llamas?-pregunto mientras cogía unos pantalones que había encima del sillón.
-¿para que iba a llamarla?-pregunte, levantando un poco la cabeza, ella buscaba su camiseta a tientas.
-Lo estas deseando, siempre piensas en ella cuando estas conmigo-volvio a sonreirme, sin tristeza, con total sinceridad
-Siempre intento evitarlo-respondí en un ataque de sinceridad desmedida.
-no te culpo, ni te condeno, no yo-dijo ella mientras se colocaba aquella camiseta, se movio el pelo con las manos intentando recuperar la forma inicial.
-Pero...no serviria de nada, ya es tarde, siempre es tarde y ella nunca volvio, nunca la deje volver.
-Nunca es tarde-el golpe de los tacones contra el suelo me dio a entender que los sacaba de debajo de la cama. Se los colocó juntos con unos calcetines discretos pero elegantes.
-Dejalo...si no esperas nada...no puedes desilusionarte no?-Ella se acerco por dentras abrazandome, su dulce melena rubia cayó por mi pecho desnudo acariciandome en cada poro, en cada centimentro, me estremecí durante un minuto, un escaso minuto que fueron 60 interminables segundos. Su boca se acerco a mi oido y pude notar su aliento acariciandome la oreja, susurrandome poco a poco.
-Te quiero- sus brazos me cogieron con mas fuerza y su pelo se fue oscureciendo a la vez que su voz cambiaba, se hacía mas familiar. La melena dorada se iba transfomando en color tierra, en un castaño fertil, amoroso, reconfortante, calido y un pequeño mechón blanco nacía de la raiz. El pelo se fue haciendo transparente y desapareció. Empecé a notar humedad, me apretaba el pecho. Me miré la mano.
-Sera mejor que vaya a limpiarme-dije en voz baja casi para mi, me metí en el baño solitario y despues me sente en el sillón, otro día mas, por esperar demasiado.

lunes, 8 de febrero de 2010

El chico de la chabola


El sonido del despertador empezó a retumbar por toda la habitación, pero no le despertó, ya le habían despertado mucho antes los gritos de su madre, llevaba media hora gritando a su hermano pequeño y ahora le gritaba a el para que apagara la maldita alarma. Puso la mano sobre el despertador y dejó de emitir aquel chirrido, pero los gritos de su madre seguía impartiendo ordenes e injurias por toda la casa. Cansado, se levanto de su cama, que se hundía hacia los interminables abismos casi rozando el suelo, debería cambiarla, el médico le había avisado de que si no, sus problemas de espaldas se agravarían, su madre en casa le dijo que eso eran pamplinas, que eso le haría duro, el se pregunto que si fuera así, los ancianos deberían ser muy duros.
Busco a tientas el cordón de las cortinas, aunque mas bien eran dos trozos de telas de distinto color y tamaño que había apañado como si fueran cortinas. Cuando lo encontró, tiró de el con cuidado, con miedo de que se rompiera la barra que sujetaba la tela, pues la termitas habían hecho cuenta de ella, la tela se desplazó y dejo entrar la luz del mediodía al cuarto.
-¿Vas a tardar mucho en levantarte? No queda café-gimoteo su madre desde el otro lado de la puerta.
-No, madre-respondió el con voz apagada y se levantó pegando una ojeada a su cuarto.
Todo seguía como el lo había dejado. La cama se apoyaba en una de las paredes, a su inmediata derecha se encontraba un trozo de madera que simulaba una mesita de noche, pero sin cajones, encima de esta un despertador que tendría al menos 10 años, un paquete de tabaco con dos cigarros y un libro con la cubierta amarillenta, con un gran circulo marrón de una de las tazas de café de su madre, había usado su libro de posa vasos y si hubiera tenido mas seguramente también los habría usado. El libro era una edición vieja de un texto que a nadie le importaba. Se lo había encontrado en una mesa del jardín que solía visitar. La edición era del 50 y algo y era el único libro que tenia, pues no podía permitirse mas.
Al lado del libro habían un puñado de preservativos, de alguna campaña contra el sida, seguramente a la mañana siguiente su hermana le habría quitado un par para acostarse con su novio, pero era un cría, tenía solo 14 años y esos hijos de puta con los que se acostaba casi 20, casi su edad...A mas de uno le había partido la cara por encontrarlo en su casa. Y su hermana le odiaba por eso.
Adelanto la pierna y ojeó las paredes vacías del cuarto, apenas habían algunos posters robados de alguna revista, eran mujeres semidesnudas, los tenía para tapar las grietas de la pared. En lo que era un tablón de madera sujetado por ladrillos tenia algunos folios amarillentos y doblados y un bolígrafo de propaganda de una autoescuela. Como silla tenia un bidón que había conseguido llevarse de un descampado, adornado con un cojín lleno de moho por uno de los dos lados. No había ningún armario adornando las paredes asique se había colgado unos hilos de metal de las vigas del techo y ahí colgaba la ropa, al menos la que no dejaba tirada por diversas zonas del cuarto, sin duda es lo que cualquiera hubiera llamado cuchitril. Cogió unos pantalones que había doblado con cuidado, y una camiseta que se esforzó por no arrugar, ese iba a ser su conjunto de hoy. Hoy era un día importante, una chica le había invitado a su casa, a comer con ella e irremediablemente con sus padres. No sabía porque se molestaba o porque intentaba impresionarla, quizá se arrepintiese de donde vicia, de quien era su madre, de quien era su familia, por eso no la había dejado ir a su casa en todo este tiempo y siempre se encontraban fugazmente en el apartamento de un amigo, entre las sabanas, pues ella no quería hacerlo en su casa, por sus padres. Se fue al baño y se pego un agua, lo justo pues no podía llenar mas de un cubo a la semana. Su madre le gritó que dejara de malgastar el agua, el la ignoro y cogió la ropa poniéndosela rápidamente.
Después de vestirse salió corriendo, escapándose de los gritos de su madre que le espetaba desde el sofá, sentada delante de la tele. Cogió el camino que salía del barrio pobre de la ciudad, por una carretera sin asfaltar llena de piedra, se le clavaban en las suelas. Tenía que caminar unos 3 kilometros hasta llegar a la parada de bus, y después 20 minutos hasta llegar a casa de ella.
Cuando llegó a la parada le dolían algo los pies, tenía la suela de la zapatilla desgastada y las piedras le habían hecho mella. Al llegar el autobús consiguió redondear el pago del billete 25 céntimos. No podía permitirse ese derroche de dinero.
El viaje fue lento, demasiado lento, varias abuelas parloteaban acaloradamente sobre un programa de la televisión, hablaban de un lió de nosequien con alguna pilingui y de que a una señorita la acusaban de cometer el oficio mas antiguo del mundo. No pararon hasta terminar el viaje.
Mas adelante se sentaba un niño con su madre, uno de esos niños que dirías que lleva el demonio dentro, estaba jugueteando con un chupa-chups, su madre le decía que no se lo comiera y el niño intentaba abrirlo cuando ella no miraba. En el otro lado presidian la mesa, un vecino del barrio, adicto al caballo y un señor, de mediana edad que jugueteaba con los dedos en el maletín algo nervioso. Al ver la parada se levantó deprisa, todo lo deprisa que sus piernas le dejaban para salir de aquel infierno de autobús.
Después de llegar a la estación de autobuses enfiló la calle recta, agradeció de veras aquel suelo, odiaba tener que pisar aquella grava infernal para ir a su casa.
Pasó por varios comercios, cada uno mejor que el anterior. Sus escaparates lucían con vivos colores y brillaban con las luces que ingeniosamente habían colocado para vender mejor su producto. Los dueños le miraban con recelo cuando pasaba cerca o se quedaba a mirar el escaparate, seguramente pensarían que estaba tanteando el terreno para robar.
Pasó cerca un coche patrulla y se detuvo a pedirle los papeles, se ve que algún vecino se había quejado de un delincuente que pesaba por sus calles, le retuvieron casi media hora preguntando y comprobando datos, ya pasaban 15 minutos desde la hora que le había dicho ella para llegar. El chico al final consiguió escabullirse de las preguntas policiales y estos viendo que no podían inculparle por nada se fueron sin antes amenazarle. Menos mal que no le habían cacheado, llevaba la navaja escondida en la zapatilla.
Cruzó corriendo varias calles antes de llegar a una finca enorme, era de estas fincas en las que soñaba entrar, imaginaba que tenían porteros y ascensores enormes, sus pasillos eran inmensos bañados en oro, y refulgían junto con la luz de los focos, mucho mas grande y potente que en aquellos diminutos escaparates.
Una voz lo despertó de sus ensoñaciones.
-Perdona...¿quieres algo?-le dijo un hombre de unos cuarenta y pico años, algo ya cano. Varias arrugas cruzaban su frente despejada. Vestía un uniforme de trabajo y por las llaves que asomaban de su bolsillo parecía ser el conserje, o algo parecido.
-Eh, si, tio, venia a ver a susana-dijo el chico con normalidad, aunque al portero le pareció mas descaro.
-¿Susana?-dijo el hombre, pues en el edificio vivían cerca de 100 personas.
-Si, si, vive en la puerta 76-dijo el chico señalando el portero automatico que aguardaba dentro de la puerta flanqueada por el hombre. Este hizo ademan de mirar y luego miro al chico
-La señorita Mendez...-Dijo el hombre
-Si, tiene un apellido muy estirado-el comentario crispo al hombre que lo miro como queriendo matarlo
-Avisare primero, espera aquí.-El hombre fue hacia el interfono y toco varias veces, una voz femenina lo cogió pero no era susana, sonaba algo mas grave. Al terminar de hablar el portero le dijo que podía pasar pero que no rompiera nada por el camino. Volvían a tratarle como una mierda.
Cogió el ascensor y marco la planta 10, se lo había dicho susana cuando le pregunto. El ascensor subió rápido, sin aquellos movimientos oscilantes y bruscos de los ascensores a los que estaba acostumbrado. Y al llegar a la planta 10 aviso la voz de una mujer, casi musical, que estaba en la planta indicada.
Al salir al pasillo vio numerosas puertas de madera, puertas blindadas, decoradas con florituras en dorado y con letras, cada cual mas ostentosa. En algunos incluso adosaban su nombre y sus apellidos y alguna insignia o marca de su empresa. La de susana era las menos ostentosa, pero aún así los números se veían lucidos en dorado.
En la puerta entreabierta le esperaba un cuerpo que ya conocía pero con mas ropa de la que acostumbraba a ver. Llevaba una falda hasta las rodillas, con mucho vuelo, de un color morado con bordados. En la parte de arriba un suéter verde oliva, que tenia sus iniciales remarcadas. El la beso fugazmente y ella la apartó corriendo.
-Aquí no bobo!-rió ella mientras se tapaba la boca-están mis padres!
El se encogió de hombros y entro en la casa. El recibidor era casi como todo su comedor, habia un gran mueble en una madera que el desconocía pero que había visto en alguna tienda muy pija del centro. Encima del mueble descansaban infinidad de fotos de sus padres y de ella, que era hija única. El tenía que cargar con 4 hermanos.
Una mano oscura se posó en el hombro cogiéndole por la chaqueta.
-Su cazadora señó-le dijo una mujer de color en el portal de la casa.
-Tranquilo, es Nana, se ocupa de la casa-le dijo la chica viendo la cara que había puesto el chaval al ver a la mujer.
Tras haber intercambiado miradas y darle la chaqueta ambos salieron de aquel gigante recibidor y tras una puerta acristalada pasaron a lo que era el comedor. El comedor Mediría lo que tres veces su casa entera. Había una gran mesa, decorada con un florero de dimensiones descomunales. Varias sillas daban la vuelta a la mesa, tapizadas en verde y oro. Y del techo una lampara de araña con mil cristaleras. En el otro lado un sofá pequeñito y varios sillones que miraban a un mueblen lleno de copas de cristal que parecía que se iba a romper con solo mirarlo y libros, muchísimos libros, pero no había rastro de televisor. En uno de los sillones había un hombre de mediana edad, tenia abundante pelo en la cabeza con un gran bigote. Sostenía en las manos un libro que el no conocía. Iba ataviado con una camisa de color blanco y unos pantalones de un marrón tostado. En sus pies unos zapatos brillantes y relucientes que debían de cuidar y limpiar todos los días. A su derecha, una mujer de pelo corto, de unos 30 y pocos, llevaba un vestido algo mas sencillo, de un color blanco, con un pequeño lazo a la espalda. Se levanto ella primero y miró al chico que estaba delante de su puerta y poco a poco fue acercándose para darle dos besos.
-Bueno, encantada, yo soy la madre de susana-dijo ella mientras seguía inspeccionándolo de arriba a bajo-Me llamo Gloria.
-Eh...si, encantado, yo soy Jose-dijo el mientras levantaba levemente la mano. El hombre dejo el libro en el sillón y se levanto con parsimonia. Al verlo de pie el chico vio que era alto, pues le llegaba a los ojos y normalmente eso no pasaba.
-Soy Carlos, el padre de susana-Dijo el hombre con una voz grave, el chico tembló un poco, era un hombre que realmente asustaba.
Después de la comida vino el postre y en el café el chico se moría por salir de aquella casa, las comidas suculentas y calientes no le compensaban ese sentimiento que despertaba en el fondo se su ser. Envidia, llevaba envidiando a susana desde que había entrado en aquel comedor, en aquella vida. Envidiaba como había nacido, todo lo que había tenido y en el fondo sintió rabia y odio.
Y cuando se dio cuenta de lo que pasa se apresuró a inventar una escusa. Apresurado salio por la puerta y susana le acompaño para despedir le.
-Estas bien?-le pregunto susana entrecerrando la puerta para que no la viera y cogiéndole por la cintura con sus bracitos.
-Susana-dijo mientras se daba la vuelta.-No podemos seguir, tu, vives en otro mundo, en tu castillo y yo soy en una pocilga-dijo el chico mientras se iba alejando. La cara de la chica se contrajo y avanzo para cogerlo
-No seas idiota! Ya sabía quien eras y donde vivía-sus manos rozaron su camiseta pero el se dio la vuelta y corrió escaleras abajo.
Al llegar a su casa su madre le gritó que donde estaba el café, no le hizo caso, al entrar en su cuarto faltaban 4 condones, su hermana era un zorra. Sus hermanos pequeños gritaban fuera, eran demasiado pequeños para saber que serian, pero acabarían drogándose o robando. Su madre era una irresponsable.
Cogió el paquete de tabaco y encendió un cigarrillo, llevaba toda la semana con mono por ella...iba a dejarlo, seria estúpido, las ratas nunca iban a dejar de ser ratas.

miércoles, 27 de enero de 2010

Querida mama


Nueva york, 5 mayo 1912



Mama:
Siento no haberte escrito en todo este tiempo, quizá no sabia bien, bien como volver a establecer la comunicación, he tenido tanto miedo de que no quisieras volverme a hablar.
Estoy segura de que padre no quiere saber nada de mi, lo que dijo aquel día me lo dejo claro, le he decepcionado como hija, el esperaba que yo fuera una buena ama de casa, desde pequeñita cuando me hablaba de lo buena que eras tu, de lo bien que planchabas, fregabas y en general lo bien que cuidabas la casa.
Se que fue un duro golpe para el que su hijita quisiera estudiar una carrera, no quería que yo estudiase pero yo tenía que hacerlo y tu me apoyaste, pero porque no nos querías ver discutir, se que nunca te ha gustado que tu hija se alejase de la cocina de la casa, en el fondo piensas como el, pero respetas mis decisiones.
Padre nunca lo entenderá, pero tengo la esperanza que cuando se haga mayor lo haga, pues yo lamento mas que nadie haberme distanciado.
Al final padre acepto que yo fuera a la universidad, pero siempre me prevenía contra aquellas fiestas, porque no era el lugar donde una mujer tenía que estar. Luego se alegro mucho cuando conocí a john, era jugador de fútbol americano, a que padre no le gustaría eso para su hija...
Pero padre no sabía como me sentía yo con el y cuando le deje no entendió que era mi relación, mi vida y mi decisión, para el solo he sido una niña pequeña que no sabía tomar sus decisiones, pero eso no es así mama.
Cuando empecé con el movimiento fue cuando padre dejo de hablarme, para el salía de sus esquemas el que una mujer pudiera optar por su futuro, el quería que hubiera hecho como tu, que me hubiera buscado un buen marido, hubiera dejado la universidad y me hubiera ocupado de la casa. Pero eso no es así mama, y se que tu opinas igual que el, pero que me respetas.
Se que no compartes nuestra lucha, pero quiero que la entiendas, quiero que entiendas que yo quiero luchar por poder tener un futuro, quiero luchar por poder elegir con quien me caso, si quiero tener hijos, si quiero quedarme en casa fregando o quiero salir a competir con los hombres.
Mama, quiero lo que a ti se te negó, quiero que me respeten mama, y por eso saldré a esas manifestaciones, por eso le haré frente a la policía, no tengo miedo mama.
¿Te acuerdas de Billy, el chico del que te hablé que vivía conmigo? Bien, hace mucho tiempo que no hablamos, y tengo que darte una noticia, estoy embarazada. Se que ahora me dirás que deje esto, que descanse por el bebe, se que hubieras preferido que me casara primero, pero no he tenido tiempo, todo ha pasado muy rápido. Hace un par de semanas que lo supe y el médico me dijo que tuviera mucho cuidado, pero ahora tengo otra cosa por la que luchar mama, tengo que luchar porque si...si tengo una niña, una preciosa niña, no tenga que pasar por lo que yo he pasado. Billy me apoya en eso, dice que tengo que luchar en lo que creo, en lo que amo. Y esto es lo que quiero mama, quiero que se me reconozca, que nadie dude de mis capacidades, quiero poder elegir mi propio destino, quiero que cuando mi bebe crezca, si es chica, pueda estudiar la carrera que quiera y no ser profesora como he tenido que hacer yo. Pues nadie quiere a una mujer arquitecto, a una mujer piloto, nadie quiere a una mujer que piense, pero eso no es así mama y aunque tu no lo compartas...quería decirte que sigo queriéndote, y que hecho de menos tus magdalenas.
Dile a padre que va a ser abuelo, quizá eso haga que deje de pensar que su hija le ha defraudado.
Os quiero mucho, pero no cambiare mi decisión, no cambiare mi lucha, os quiero mucho.

Un beso.
Michelle.

domingo, 24 de enero de 2010

La princesa del desierto


"El viento se había levantado otra vez, llamado a aquellas malditas tormentas del desierto. Esta tarde sin duda se quedaría sin pasear por los jardines y sus consejeros seguro que insistían en que aprovechara para adelantar los papeles del reino, pues como decían ellos: “Las escapadas y despreocupaciones no hacen mas que acumular el trabajo que su majestad debe hacer”. Los consejeros lo repetían una y otra y otra vez hasta la saciedad, mas de una vez había soñado con mandar que los tiraran al foso de los caimanes y al despertar, notaba como un éxtasis bullía en su interior, deseaba hacer eso, pero también sabia que eran grandes comerciantes y diplomáticos y que le costaría reemplazarlos.
Suspiró y se resigno a su tarde aburrida, se recostó sobre el sillón y llamó a uno de sus esclavos para que le trajera algo de comida. Al rato apareció un hombre, de tez negra, vestido apenas con un taparrabos. La princesa le miró de arriba a abajo, le gustaba tenerlos semidesnudos por el palacio , ella decía que le motivaban mas.
El criado la miró, en sus ojos se veía deseo y lujuria. Llevaba en las manos una bandeja con una racimo de uvas, eran realmente raras en el desierto, las había conseguido traer gracias a sus tratos con los comerciantes nómadas, pues se había educado con ellos.
Levantó la mano y el criado siguiendo sus ordenes cogió el primer grano de uva y lo deposito sobre sus labios, ella saco la lengua y lo lamió, dejando húmedos los dedos del criado. Este tembló un poco, pues no estaba acostumbrado a las lujuriosas actividades de la princesa. Con la lengua ya fuera, agarro la uva y se la metió en la boca.
-Sin duda, no puede haber nada mejor que un manjar-dijo con su voz seseante, que hizo que el sirviente se ruborizase. -Puedes dejar la bandeja-dijo ella con un gesto de mano y el sirviente accedió, marchándose después, ella puedo ver como escondía una erección bajo el taparrabos...si es que eso podía esconderse. Ella rió, le encantaba tentar a sus sirvientes y dejarles que se fueran, quizá aquella noche le invitaría a su alcoba.
Mientras ella deambulaba con sus ideas sus manos iban comiendo ávidamente del plato hasta dejarlo vacío. Cuando vio que se habían acabado, maldijo por lo bajo, odiaba quedarse con gula, o con cualquier placer todavía en la boca, sin haberse cansado todavía de el. Era un defecto según sus consejeros, pecaba de exceso, siempre pedía demás porque adoraba comer hasta que no quisiera mas, no tener que dejar de comer porque no había mas y así con todos los placeres. Pero sus consejeros eran unos eunucos amargados y no sabían disfrutar de los placeres que los dioses ponían al alcance de la mano.
Unos golpes en la puerta llamaron su atención, y mas la voz de uno de sus consejeros.
-Mi señora, hemos pensado, que ya que el tiempo os impedirá salir de palacio, podríamos avanzar con los asuntos del reino.-su voz fue educada, era una petición, nunca se atreverían a pedirle nada directamente.
-Bien, bien-Dijo ella levantándose del sillón-Iré a atender las demandas del pueblo.
Mas allá de la puerta pareció oírse un suspiro, sin duda aquellos consejeros eran unos eunucos amargados.

Al rato apareció en la sala del trono, había cambiado su traje por una pequeña túnica semitransparente. A través de ella se veían sus pechos, y su estrecha cintura bajando hasta sus caderas y su entrepierna que se dejaba ver futilmente. Plantados frente a la mesa, estaban los tres consejeros del reino, ambos vestían túnicas de colores toscos, áridos como las arenas del desierto. Pero esta vez parecían mas serios que de costumbre, uno de ellos sostenía un papel entre las manos, parecía llevar el sello imperial, un sol y circunscrito en el la cabeza de un halcón.
-Que es eso?-preguntó la princesa mirando el papel, mientras se colocaba en su asiento.
-Esto, mi señora, es una carta de vuestro padre, la hemos encontrado en la sala del tesoro, revisando documentos-El sirviente dejó la carta encima de la mesa. Era un papiro amarillento, marcado en rojo con el símbolo imperial. Ella lo abrió lentamente, leyendo lo que había en su interior.
Los Sirvientes se quedaron callados mientras la princesa leía en silencio la carta. Cuando levanto la vista, su cara tenía una expresión rara, una mezcla de asombro y entusiasmo.
-Lamento tener que comunicarles que tendremos que dejar esto para otro día, tengo que encontrar una hermana.-La princesa se levantó del asiento, uno de los consejeros trato de detenerla pero sus palabras se quedaron en un mero quejido tras el golpe de la puerta cerrándose, la princesa se había marchado. Uno de los consejeros miró el documento. Había algo escrito en unas letras extrañas...Rokugán."

Isis, Princesa de Senpet.

La grulla del desierto.


"La mano derecha sujetó la empuñadura de la espada fuertemente, sus pies se movieron haciendo crujir las tablas del dojo, pero no se inmutó. Llevaba así un buen rato.

Su pelo estaba recogido en una coleta y caía desde arriba de un color negro azabache. El keikogi estaba desatado y caía sobre la hakama, era poco pudoroso, pero estaba segura de que no había nadie en la casa, y mucho menos en las cercanías del dojo. Su piel cobriza brillaba con las gotas de sudor que caía por su cuerpo. En la parte de la espalda, un pequeño tatuaje con la forma del sol y la cara de un pájaro dentro, decoraba la esquina superior derecha.
Pareció oír algo, quizá una respiración algo diferente, aunque inaudible para cualquier persona. La mujer había desenvainado la katana, y esta había descrito un arco acabando en el muñeco que tenia enfrente, con un movimiento demasiado rápido para que alguien hubiera visto cómo desenvainaba.

Respiro hondo y después bajo la espada que estaba sobre el cuello del muñeco y con un movimiento grácil y entrenado volvió a envainar la katana.
-Has mejorado mucho, Nailah-san -Dijo una voz al fondo de la sala, La Grulla se giró y en el marco de la puerta descansaba un hombre algo pasado de edad, rondando los cuarenta y tantos. Iba vestido con el uniforme de la Grulla. Sus atuendos le delataban como maestro de la escuela Kakita.
-Kakita-sensei -Dijo ella inclinándose hasta tal punto que parecía exagerado.
-Levanta, Nailah -se acercó a ella, pero los ojos de ella se desviaron hacía la katana que él llevaba enfundada.- Sigues deseándola ¿no?
-Sí -dijo ella, y acto seguido agachó la cabeza, avergonzada. En ese momento se dio cuenta de lo indecoroso de su atuendo y se apresuró a taparse.- La-lamento mi estado y mi falta de respeto, Kakita-sensei.

El hombre rió, y la carcajada sobresaltó a la samurái, haciendo que levantase la mirada, a esos ojos rasgados y muy marcados, de un color cobre parecido al de su piel, pero mas brillante. Volvió a posar la mirada sobre la katana de su antiguo sensei. Era una hoja Kakita, una de las pocas espadas legendarias que rondaban por el imperio y ella la había deseado desde el primer momento que la había visto en manos de su sensei. El acero era de las tierras del Cangrejo, bendecida por las fortunas, la había trabajado un gran artesano Kaiu, hacía al menos cuatrocientos años, en una de las fraguas legendarias del clan. Y el acero seguía brillando con la misma intensidad que cuando se le entregó a su dueño. 
En el interior del acero descansaba un kami, un gran kami de fuego que decían que podía derretir el acero con su mera presencia. Pero no era sólo el espíritu lo que le importaba sino la calidad de la espada, una espada trabajada con cariño, con mimo, con años de artesanía. Y la vaina era igual de sorprendente, trabajada con los mejores materiales y sin incrustaciones, ni ostentaciones, era simple pero bella. Esa espada había pasado de generación en generación en la familia de su sensei desde que se entregó a su ancestro.
-Adoras esa espada, pero eso es tu mayor defecto, pues quién sabe qué harás para conseguirla -la voz del maestro sonó algo más dura.
-Kakita-sensei, yo jamás...-dijo ella, pero él levantó la mano y la interrumpió.
-Ya no soy tu sensei, no tienes que tratarme como tal, si quieres la katana tendrás que arrebatármela en un duelo.

Nailah sonrió abiertamente y su mano buscó el mango de su katana sin pensarlo. Su sensei hizo lo mismo. Ambos se quedaron callados al instante, mirándose a los ojos, la mano del sensei tembló en el mango de la katana y Nailah soltó el mango, recuperando la posición.
-No voy a combatir-dijo ella y se dio la vuelta, oyó a su maestro temblar, dudar y erguirse.
-Nailah... ¿por qué te rindes? -Preguntó él, dubitativo- Habrías ganado...
-Pero la katana es suya, y no quiero ganarla así, ella vendrá a mí, es demasiado importante para ganarla de esta forma. -Ella empezó a andar hacia la puerta, recogiendo la peluca que había en el suelo, de un color blanco como las nubes.
-Tengo una ultima pregunta... ¿por qué elegiste ese nombre gaijin en tu gempukku en lugar de cambiártelo?-Dijo el hombre.
-Porque quiero demostrar que da igual quién fueras,  lo importante es quién eres, Kakita-sensei, eso es algo que me enseñó usted -dijo ella inclinándose levemente en señal de despedida a su sensei. 

Después, lanzó la peluca al suelo, ya no la llevaría maá, ya no seguiría las normas de esos cortesanos que se avergonzaban de su herencia, ella no.

Kakita Nailah, Duelista Grulla.

miércoles, 6 de enero de 2010

Muñeco





Las velas temblaron, por culpa del viento que recorrió la estancia. Era un lugar lóbrego, sin ninguna ventana que diera al exterior. El único contacto con el mundo era una pequeña puerta de madera, sin ningún detalle salvo una marca dibujada en blanco.
En el cuarto apenas había cosas, una mesa del mismo material que la puerta, llena de telas e hilos. Varios libros se esparcían por toda ella, folios de patrones y varias soluciones en frascos. Solo un armario vestía las paredes, desde el suelo hasta tocar el techo. En el centro de la sala había un pentagrama a medio dibujar y en el centro de este un muñeco de trapo inerte a lo que pasaba a su alrededor.
De lo que parecía la cabeza del muñeco brillaban dos pequeñas gemas, a modo de ojos, de un color verde. La nariz estaba hecha con un botón de alguna túnica que el señor había arrancado. La boca, era apenas unas cuantas puntadas de aguja, cerrando un corte que hacia agujero.
Dos extremidades colgaban de lo que era el tronco, un viejo saco de patatas relleno de algodón. No tenia dedo alguno. Era un muñeco de trapo que bien podía haber sido de cualquier neo nato.
El hombre terminó el pentagrama y se levanto con un pequeño quejido, su edad ya se hacía notar y le faltaba el tiempo, si tuviera todo aquel tiempo que de joven había desaprovechado...Se sacudió la cabeza diciéndose que así no conseguiría nada. Se movió hasta la puerta y la cerró, dando dos vueltas a la llave para que nadie pudiera molestarle.
Anduvo hasta el atril que estaba situado delante del pentagrama, se arremangó la túnica, preparándose para lo que le acontecía. Miró la página que tenia señalada, leyendo las primeras letras, eran rúnicas, de un lenguaje que se remontaba a los albores del tiempo. Saco de una bolsa que llevaba a la cintura unos polvos, había tardado un mes en encontrar las hierbas y machacarlas, pues tenían que crecer bajo ciertas condiciones.
Las lanzó al circulo, dibujando lo que parecía una cruz, o una equis, depende de como se mirase. Empezó con el cántico, las letras salían de su garganta, profundas, y retumbaban en la pequeña estancia, haciéndose notar. El volumen aumento y la sala empezó a vibrar, los polvos que estaban sobre el suelo brillaban y temblaban e iban juntándose hacía el centro, adheriendose a la piel del muñeco de trapo.
Los años empezaron a pasar rápidos por el anciano, siendo casi viejo. Su barba se volvía gris por momentos, abandonando el blanco puro que antes había tenido. Sus manos se arrugaban como pasas, su espalda se encorvaba, cansada, su voz se hacía cada vez mas floja, siendo apenas un susurro, en ese momento cogió un orbe, de color verde, las velas del cuarto se había apagado pero aquel orbe emitía suficiente luz como para iluminar la sala entera.
Avanzó por el circulo, el polvo se había depositado sobre el tronco del muñeco haciendo una forma, un símbolo, el mismo que había en la puerta. El anciano coloco el orbe allí y este relampagueo un momento y después, se introdujo dentro, la sala quedó a oscuras completamente. El hombre caminó lento, hasta llegar a las velas y las encendió una a una, la sala estaba como antes de todo, nada se movía, el muñeco seguía inerte en medio del circulo.
Un minuto pasó y después otro y la sala se mantenía en silencio. Las llamas crepitaban y se movían de un lado para otro, el viejo tosió y su espalda se encorvó. Pasó la manga por la boca, al mirarla, una mancha oscura asomaba en ella.
Un movimiento hizo que girara la cabeza, al centro del la sala, el muñeco seguía ahí inerte, pero había un brillo nuevo en sus ojos, la gema brillaba con luz propia. El muñeco movió levemente el brazo dejándolo caer, el hombre se movió unos pasos, el muñeco levantó el otro brazo y volvió a caer.
El hombre parpadeo, incrédulo, sus manos temblaban, mezcla de la emoción y el frío que recorría la estancia de piedra. El muñeco movió las piernas y poco a poco fue repitiendo el proceso. Levantó las manos y las acercó a su cara tocándose el cosido que simulaba su boca, pareció como si fuera a gritar. El hombre se movió hasta el muñeco, despacio, trastabilló y tuvo que apoyarse en el atril, el muñeco reparó entonces en el anciano apoyado en el atril, y se movió hacia atrás asustado. El anciano quiso decir algo pero la voz se le ahogo, débil. El muñeco se levantó y cayó al suelo, pues sus piernas no fueron capaces de aguantarle, el las miro y un brillo salio de sus ojos, estaba temblando. Volvió a intentarlo, sus manos se apoyaron en el suelo y volvieron a hacer fuerza, sus piernas se doblaron y volvieron a intentar aguantar su peso. Consiguió levantarse, la piernas temblaron y el muñeco volvió a caer al suelo, impotente.
El anciano quiso moverse a ayudar a su criatura pero el muñeco levanto la mano haciendo un alto al viejo apoyado en el atril. Se quedó un momento quieto, mirando al muñeco, lo intentó por tercera vez, luego vino una cuarta y después de esta una quinta. Al final, el muñeco se levanto, aguantándose sobre sus menudas piernas. Dio un paso, y después de ese otro y repitió la operación hasta acercarse al hombre que se sujetaba a duras penas en el atril. Al ver al muñeco avanzar hasta el se dejó caer en el suelo, con un pequeño golpe, sus fuerzas decaían y la visión se tornaba borrosa.
El muñeco llegó hasta la altura del anciano, hizo varios gestos abriendo el cosido que tenia por boca, que cedió levemente y emitió un quejido, se salio algo de algodón perteneciente al cuerpo del muñeco, este recogió lo caído y lo volvió a introducir dentro de su cuerpo, parecía avergonzado.
El anciano alargó la mano rozando la cara del muñeco, este levantó su brazo y rozó la mano del mago, volvió a abrir la boca, un quedo salio, un ruido hueco y un pequeño susurro que el anciano escucho perfectamente.”Papa..:”. El anciano sonrió, el abatimiento abandonó su cuerpo, sus ojos se fueron cerrando poco a poco y una frase abandonó sus labios “gracias...hijo”.
El anciano cayó inerte al suelo y la puerta se abrió poco a poco, gracias a las ordenes del difunto conjurador. El muñeco se quedó quieto, delante del anciano. Le toco varias veces la pierna intentando llamar su atención, varios gemidos salieron de la boca, llamaban al hechicero muerto, “Padre”, repetía una y otra vez mientras le golpeaba inútilmente en la pierna. Sus ojos brillaron en verde mientras dos pequeñas gotas caían al suelo, dos lágrimas de color verde que brillaron antes de caer contra la piedra y apagarse entre las juntas de las baldosas.
El muñeco desistió, cansado, se arrastro al rededor del anciano, tropezando varias veces, cayó de rodillas y golpeo el suelo, las piernas le temblaban. Poco a poco se arrastró hasta la puerta y giro la cabeza, vio al mago tendido, su rostro no parecía contraído por el dolor, estaba alegre, toda la grandeza del mago se veía reducida a la felicidad de un hombre que había alcanzado su meta, el muñeco intento sonreír, imitando al mago pero no lo consiguió, las costuras le retenían la boca, o quizá es que realmente no podía, no importaba. Miró fuera de la puerta, unas escaleras subía hacia arriba, allá al fondo se veía algo de luz, el muñeco se despidió del anciano con la mano y comenzó a escalar, camino a la salida.