domingo, 24 de enero de 2010

La princesa del desierto


"El viento se había levantado otra vez, llamado a aquellas malditas tormentas del desierto. Esta tarde sin duda se quedaría sin pasear por los jardines y sus consejeros seguro que insistían en que aprovechara para adelantar los papeles del reino, pues como decían ellos: “Las escapadas y despreocupaciones no hacen mas que acumular el trabajo que su majestad debe hacer”. Los consejeros lo repetían una y otra y otra vez hasta la saciedad, mas de una vez había soñado con mandar que los tiraran al foso de los caimanes y al despertar, notaba como un éxtasis bullía en su interior, deseaba hacer eso, pero también sabia que eran grandes comerciantes y diplomáticos y que le costaría reemplazarlos.
Suspiró y se resigno a su tarde aburrida, se recostó sobre el sillón y llamó a uno de sus esclavos para que le trajera algo de comida. Al rato apareció un hombre, de tez negra, vestido apenas con un taparrabos. La princesa le miró de arriba a abajo, le gustaba tenerlos semidesnudos por el palacio , ella decía que le motivaban mas.
El criado la miró, en sus ojos se veía deseo y lujuria. Llevaba en las manos una bandeja con una racimo de uvas, eran realmente raras en el desierto, las había conseguido traer gracias a sus tratos con los comerciantes nómadas, pues se había educado con ellos.
Levantó la mano y el criado siguiendo sus ordenes cogió el primer grano de uva y lo deposito sobre sus labios, ella saco la lengua y lo lamió, dejando húmedos los dedos del criado. Este tembló un poco, pues no estaba acostumbrado a las lujuriosas actividades de la princesa. Con la lengua ya fuera, agarro la uva y se la metió en la boca.
-Sin duda, no puede haber nada mejor que un manjar-dijo con su voz seseante, que hizo que el sirviente se ruborizase. -Puedes dejar la bandeja-dijo ella con un gesto de mano y el sirviente accedió, marchándose después, ella puedo ver como escondía una erección bajo el taparrabos...si es que eso podía esconderse. Ella rió, le encantaba tentar a sus sirvientes y dejarles que se fueran, quizá aquella noche le invitaría a su alcoba.
Mientras ella deambulaba con sus ideas sus manos iban comiendo ávidamente del plato hasta dejarlo vacío. Cuando vio que se habían acabado, maldijo por lo bajo, odiaba quedarse con gula, o con cualquier placer todavía en la boca, sin haberse cansado todavía de el. Era un defecto según sus consejeros, pecaba de exceso, siempre pedía demás porque adoraba comer hasta que no quisiera mas, no tener que dejar de comer porque no había mas y así con todos los placeres. Pero sus consejeros eran unos eunucos amargados y no sabían disfrutar de los placeres que los dioses ponían al alcance de la mano.
Unos golpes en la puerta llamaron su atención, y mas la voz de uno de sus consejeros.
-Mi señora, hemos pensado, que ya que el tiempo os impedirá salir de palacio, podríamos avanzar con los asuntos del reino.-su voz fue educada, era una petición, nunca se atreverían a pedirle nada directamente.
-Bien, bien-Dijo ella levantándose del sillón-Iré a atender las demandas del pueblo.
Mas allá de la puerta pareció oírse un suspiro, sin duda aquellos consejeros eran unos eunucos amargados.

Al rato apareció en la sala del trono, había cambiado su traje por una pequeña túnica semitransparente. A través de ella se veían sus pechos, y su estrecha cintura bajando hasta sus caderas y su entrepierna que se dejaba ver futilmente. Plantados frente a la mesa, estaban los tres consejeros del reino, ambos vestían túnicas de colores toscos, áridos como las arenas del desierto. Pero esta vez parecían mas serios que de costumbre, uno de ellos sostenía un papel entre las manos, parecía llevar el sello imperial, un sol y circunscrito en el la cabeza de un halcón.
-Que es eso?-preguntó la princesa mirando el papel, mientras se colocaba en su asiento.
-Esto, mi señora, es una carta de vuestro padre, la hemos encontrado en la sala del tesoro, revisando documentos-El sirviente dejó la carta encima de la mesa. Era un papiro amarillento, marcado en rojo con el símbolo imperial. Ella lo abrió lentamente, leyendo lo que había en su interior.
Los Sirvientes se quedaron callados mientras la princesa leía en silencio la carta. Cuando levanto la vista, su cara tenía una expresión rara, una mezcla de asombro y entusiasmo.
-Lamento tener que comunicarles que tendremos que dejar esto para otro día, tengo que encontrar una hermana.-La princesa se levantó del asiento, uno de los consejeros trato de detenerla pero sus palabras se quedaron en un mero quejido tras el golpe de la puerta cerrándose, la princesa se había marchado. Uno de los consejeros miró el documento. Había algo escrito en unas letras extrañas...Rokugán."

Isis, Princesa de Senpet.

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