viernes, 8 de noviembre de 2013

Relicario

Rebuscó entre la caja pasando con costosa dificultad las fotos que se apilaban unas encima de otras. Eran muchos años de recuerdos que apenas pasaba en unos segundos mientras las imágenes se montaban como un video en su cabeza. Los videos evocaban momentos antiguos que se evaporaban conforme una foto iba cayendo encima de la siguiente y la siguiente imagen formaba otro recuerdo que le golpeaba con fuerza.
La habitación estaba completamente en penumbra, solo una ligera luz entraba por los resquicios de la persiana, proveniente del jardín. Por debajo de la puerta del estudio un pequeño resplandor amarillo ofrecía algo más de luz al habitáculo.
Dejó la caja encima de la mesa, junto a un montón de papeles desperdigados, quizá el borrador de una novela que jamás terminaría. En la mesa, un calendario enseñaba el sexto día del sexto mes.
Cogió otra caja del fondo del armario y la destapó, recorriendo las fotos con los dedos, aquellas fotos que él jamás abría hecho. Quizá eran menos que las que cualquier persona haría, pero eran muchas a pesar de ello. Habían sido tantos años. Entre las fotos había sobres con cartas, postales, felicitaciones. Había tantos recuerdos en esas pocas cajas, tantos recuerdos que solo abría una vez cada año. La puerta sonó tres veces, ni una mas ni una menos.
-¿sí?-preguntó el hombre mientras cerraba las cajas y las metía rápidamente en el armario.
-No tienes que esconderlo cuando entro-dijo una voz dulce desde detrás de la puerta, el picaporte se giró y  dejó entrar la luz del pasillo. Desde detrás una mujer se aventuró hacia el umbral del cuatro. Tenía el pelo claro, como la luz durante las primeras horas de la mañana. Sus ojos azules lo miraban, insondables como dos grandes masas de agua, pudiéndote ahogarte con tan solo mirarlos. En su mano, una taza humeante le llevaba un delicioso aroma a cacao, muy espeso como a él le gustaba. Ella dejó la taza en la mesa, depositó un beso en la frente del escritor y cogió su mano hasta ponerla en su vientre.-Te esperamos en la cama-dijo casi como un susurro. Después se alejó andando hasta el umbral de la puerta otra vez.
-Gracias por estar siempre conmigo-dijo él mientras colocaba la taza caliente en sus manos. El calor recorrió todo su cuerpo hasta la punta de sus pies. Ella simplemente le sonrió cerrando la puerta y dejando todo como si nunca hubiera entrado, solo aquella taza humeante en las manos de aquel hombre.

Volvió a abrir una de las cajas, como cada año, solo durante ese día, para recordar lo que había perdido.

martes, 8 de octubre de 2013

El despertar

La arena del desierto se le metía en los ojos, haciendo que tuviera que cerrarlos por momentos, guiándose sólo por su oído. El viento golpeaba su cuerpo, un viento capaz de mover una casa, pero en aquel momento nada hubiera podido moverle. Llevaba andando por el desierto durante 30 días, escapando de una ciudad que le había dado la espalda. La antigua Uruk le había dado la espalda a su Rey, su travesía para encontrar la inmortalidad le había traído más preguntas que respuestas y a la vuelta su gente le había dado la espalda, al ver en lo que se había convertido.

30 días había pasado andando solo bajo la luna por el gran desierto que se encontraba al sudeste de su país natal, había andado demasiado, tanto como su sangre se lo permitía, alimentándose de pequeños mamíferos que salían cuando el sol dejaba de calentar las arenas.
El viento se detuvo y el gran rey pudo abrir los ojos para ver aquello que se levantaba ante su mirada. Una gran pirámide, una gran construcción todavía sin terminar que se levantaba imponente sobre el suelo del desierto. Era tan grande que casi había olvidado lo que se extendía más cerca de él, antes de cruzar el gran río y perderse en el territorio de la muerte. Un gran palacio construido en adobe se levantaba a las orillas del río, el rey sonrió, era una construcción que le recordaba a los palacios de su país natal, de su bella Uruk, pero aquello también hizo que sintiera una dura punzada en su corazón.

Se escabulló entre las sombras de la noche y avanzó hasta las escaleras del palacio. Las patrullas de guardias paseaban por los alrededores cuidando de que nadie entrara en el palacio sin ser invitado. Pero aquellos eran simples hombres y el, en su condición de Dios, no tenía nada que temer de ellos. Miró hacia los balcones superiores y vio entre todos aquellos uno que mostraba un pequeño brillo tenue de la luz de una vela. Cogió impulso y saltó hacia el balcón, salvando la distancia que lo separaba sin ningún tipo de esfuerzo. La entrada estaba tapada con unas cortinas de seda que al recibir la luz de la lámpara de aceite se volvían transparentes como el agua del río. 

Dentro, una figura se encontraba sentada en un pequeño taburete, esperando. El rey se deslizó por la entrada como un fantasma, invisible al ojo de cualquier mortal. Al entrar en la estancia, sintió el aroma de los aceites y el incienso quemándose, era un olor dulzón que le enturbiaba los sentidos.
-¿Quién se atreve a entrar en los aposentos de la hija del faraón?-dijo una voz femenina que venía del lugar donde había visto la silueta. Al concentrar su visión no pudo más que abrir la boca, sin saber que decir. Era una mujer hermosa, no, mucho más que eso, era la belleza personificada. Era la musa que había inspirado los poemas de amor, era la diosa de la fertilidad hecha mujer bajada a la tierra para deleitarnos con su visión y hacer soñar a los hombres con todo aquello que jamás podrían tener. El hombre hizo desaparecer su embrujo y apareció de entre las sombras, su ropa era apenas un vestigio de lo que habían sido antaño las ropas de un gran gobernante.
-Se me ha conocido por muchos nombres a lo largo de la historia, pero ahora apenas tengo uno, apenas tengo alma, pues he perdido toda mi identidad-dijo el hombre, su bestia clamaba en su interior por coger a aquella joven y saciar su hambre con su cuerpo, con su sangre y con su alma, pero el luchaba para no saltar sobre ella y clavar sus colmillos sobre su fino cuello.
-Entonces serás Uruk, señor de toda Mesopotamia, portarás el nombre de tu tierra, como castigo por no haber sabido conservarla-su voz no era de castigo, no se altero en ningún momento, sonaba dulce como la nana para un niño, todo en ella era un reclamo para la paz del alma.
-¿Y quién eres tú para hablarle así a Uruk, el que cruzó su tierra para encontrar a Ziusudra, el de los tiempos remotos?-Dijo el sumerio, todavía encantado por la mujer.
-Mi nombre es Isis, señora del alto y bajo Egipto-Dijo ella sonriendo al rey.

Él no dijo nada más, y ella se acercó a Uruk, las luces bailaban sobre la fina túnica que apenas tapaba su cuerpo, un cuerpo esculpido en el más fino material. Ella se deshizo de la túnica que tapaba su cuerpo y le esperó vestida sólo con el oro que decoraba sus brazos. La bestia del hombre no aguantó un segundo más y se lanzó sobre la joven. Atravesaron la habitación en un suspiro cayendo sobre las sabanas, el hombre la besaba apasionadamente recorriendo cada centímetro de su cuerpo, deleitándose con sus curvas, con su piel perfecta, con la suavidad de sus senos, tan firmes. Mordía sus pechos haciéndole pequeños cortes de los que manaba la sangre, la sangre más dulce que jamás había probado. Ella gemía de placer, disfrutando cada momento, como si lo hubiera esperado durante siglos. Se dejó llevar por las manos del rey que la manejaba con una facilidad casi inhumana. Aprovechó su cuerpo a cada centímetro, a cada segundo y al consumir el éxtasis de la noche, reposaron el uno junto al otro.
-Sabías que iba a venir -Dijo el sumerio, exhausto.
-Sí, te llevo esperando siglos-dijo ella mientras acariciaba el pecho del Antiguo-Soy Isis, señora de la belleza, pero también soy Isis la Gran maga y estaba destinado que tu aparecieras, porque a partir de este momento, yo seré tuya para siempre y tú serás mío hasta que el Dios sol caiga sobre nuestras cabezas y acabe con todo.

Él la abrazó fuertemente, ahora sabía porque había llegado hasta allí, por qué había decidido cruzar el gran desierto, movido por una fuerza que le impulsaba a seguir más adelante. Ella le besó suavemente en los labios y se deshizo de su abrazo, caminando por la enorme habitación, se giró y le sonrió. Un sonido cortó el aire y un cuchillo se clavo sobre la diosa que cayó al suelo con un golpe sordo. Uruk se levantó del lecho y miró hacia el balcón, allí recortado contra el umbral se encontraba aquel Dios babilonio que le había arrebatado a su pueblo.
-¡MARDUK!-Grito el sumerio, y las paredes del palacio temblaron.
-Has recorrido muchos kilómetros Gilgamesh, pero ya no tienes a dónde ir, Enkidu no está aquí para protegerte, no eres más que un chiquillo asustado que se ha quedado sin su juguete -El rey miró a la joven que yacía en el suelo- tranquilo, aun no está muerta, tarada un rato en morir, primero quiero jugar con ella.

Aquellas palabras encendieron la ira del Antiguo, sus ojos se inyectaron en sangre, sus colmillos salieron y las garras emergieron de sus dedos como grandes puñales. Todo pasó en un segundo, como si fuera un rayo Uruk atravesó la estancia golpeando al Dios con todo su cuerpo, rompiendo parte del balcón y proyectándolos contra la arena a varios cientos de metros más allá.

Marduk intento sobreponerse al Matusalén, que le golpeaba enérgicamente, con una rabia casi animal, lo golpeaba una y otra vez. El babilonio le cortaba con su espada, le golpeaba intentando quitárselo de encima pero las heridas no paraban al vampiro que lo redujo a un montón de sangre y vísceras. El Dios dejó de moverse, respirando con dificultad.
-Ya no soy Gilgamesh, ni Meshikiaggasher, ni Enmekar, ninguno de esos nombres existe ya, sólo soy Uruk, pues soy lo que queda de mi pueblo, pero esta noche voy a recuperarlo.-Los colmillos del vampiro salieron para morder al Dios pero algo lo detuvo, el Dios ya no estaba en el suelo. A unos metros más allá alguien lo sostenía entre sus brazos. Otro hombre de apariencia similar lo sujetaba sobre su hombre, como un fardo de paja vieja. Lo reconoció enseguida, otro de los señores del panteón.
-Emesh…-Susurró Uruk con furia.
-Ya no tienes nada que hacer, rey perdido de Uruk, ya no tienes nada, así que desaparece.

Uruk corrió a atacar a los dos Dioses pero cuando llegó hasta donde estaban, ya habían desaparecido, un alarido de furia atravesó todo Egipto, helando el alma de todo habitante que lo escuchara. Lleno de furia volvió al palacio de Isis, donde la encontró en el suelo, bajo un charco de sangre, todavía respirando, muchos guardias la rodeaban. Cuando llegó Uruk levantaron las lanzas e intentaron capturarlo, pero bastó una mirada para que sus manos temblaran y soltaran las lanzas cayendo al suelo de rodillas.
Él se acerco a ella y la cogió entre sus brazos, respiraba con dificultad, y sus ojos parecían estar mirando más allá de este mundo. Aquello lo había visto hacer, cuando él fue a ver al sabio que estaba fuera del tiempo, y podía hacerlo, podía salvarla. Se hizo un corte en la muñeca y la sangre salió en un pequeño hilo. Recostó a Isis sobre su pecho y le acerco la muñeca para que bebiera de su sangre y sanase. Ella le sujetó el brazo, apartándolo.
-Soy Isis, Gran Maga de Egipto, soy tuya hasta el fin de los Días porque es mi decisión, aleja tu sangre y déjame partir hacia el más allá, porque allí me encontrare con Osiris y él me devolverá al mundo para que podamos encontrarnos de nuevo -Ella le sonrió y cogió su cara entre sus finas manos besando sus labios y cayendo inerte sobre sus brazos.

Uruk se levantó y salió del palacio con Isis todavía en brazos, y avanzó hacia el rio que cruzaba todo el país, el sol salía ya por el este y la piel del antiguo se tornaba roja y empezaba a quemarse, un pequeño humo empezó a salir de cada parte de él. Avanzó hasta la orilla del Nilo con la mujer entre los brazos, y cruzó hasta  que la pudo sumergir completamente. Cuando el primer rayo de sol toco el cuerpo de la joven, este comenzó a brillar y empezó a desaparecer. Uruk avanzaba por el rio mientras su piel se tornaba roja y empezaba a quemarse, el dolor era aterrador, su piel se calcinaba por momentos en una agonia inhumana. Cuando cruzó el nilo en su totalidad, Isis había desaparecido de sus brazos y había partido hacia el otro mundo. Su piel, completamente negra, se resquebrajaba a cada movimiento. Cansado y derrotado se fundió con la arena del desierto para descansar.

Aquella visión le había vuelto después de tanto tiempo, había soñado despierto con aquella noche, con su Isis que se quedaba desnuda contra su cuerpo y el la abrazaba para que marchara, pero siempre se marchaba. Hacía demasiados siglos que no soñaba con aquella noche y aquello no podría traer nada bueno. El matusalén llevaba casi un milenio durmiendo, esperando que su diosa volviera a la vida, sentado en el gran trono, bajo el zigurat que llevaba el nombre que años atrás había usado como rey. Su cuerpo permanecía inmóvil como una estatua, pero su consciencia viaja por el mundo, buscando a aquellos demonios mesopotámicos que le habían robado su vida.

Su mente viajó hasta un pequeño desierto donde una joven era perseguida por dos hombres, no hubiera prestado atención si no fuera por los pensamientos que logro leer en la mente de los hombres. Siguió con su pensamiento la imagen de los dos, que la llevaron hasta un complejo que estaba escondido en el subsuelo, su mente intento penetrar pero las defensas mágicas del lugar le impidieron ver lo que había dentro. Invocó sus poderes y llamó a los roedores que allí se encontraban, poseyendo el cuerpo de todos ellos. No le costó que entraran por los conductos de ventilación y rastrearan a la joven hasta una celda.

Era un lugar oscuro, sin ninguna ventana, apenas una luz parpadeante iluminaba tenuemente la estancia. Pero allí estaba ella, tumbada en un camastro, bastante herida. Y frente a ella dos grandes hombres la miraban, sonriendo. Eran ellos dos, los que había estado buscando desde entonces, Marduk y Emesh. La consciencia del matusalén volvió rápidamente a su cuerpo e intentó levantarse, su sangre empezó a encenderse y su cuerpo empezó a moverse perezosamente. No podía, todavía era muy pronto, llevaba demasiado tiempo dormido. No pasaba nada, podía esperar, había esperado mucho tiempo. Su consciencia volvió otra vez a la sala, a uno de los pequeños roedores. Si no podía llegar hasta a ellos, quizá pudiera ocuparse de entretenerlos.

lunes, 7 de octubre de 2013

Una mansión entre el pantano

Vörj no dejaba de echar miradas a su reloj, nervioso. Habían perdido casi toda la noche buscando aquella maldita casa en el lugar en que Yashiff lo había indicado y no habían encontrado nada. Quedaban apenas tres horas para que saliera el sol y entonces tendrían que esperar a la noche siguiente.

Miró a Yashiff y después a Claudia, ambos andaban apartados, como si se quisieran evitar, pero de vez en cuando se miraban cuando estaban seguros de que él otro no lo hacía. Llevaban una relación más que complicada, pero siempre se iban a tener el uno al otro.  Casi entendía por qué Claudia estaba tan apegada a él a pesar de ser casi una esclava. Se preguntó si alguna vez podría tener algo así con la djinn.

Las casas en aquella zona de nueva Orleans eran apenas un recuerdo de lo que llegaron a ser en el pasado. La madera estaba maltrecha, la pintura había saltado en la mayoría y no había atisbo alguno de luz. Cansados, el grupo estuvo a punto de renunciar y marcharse, cuando una luz a lo lejos les alertó. Se aproximaron a paso rápido hacia allá, y se encontraron con la visión de una casa. No era una casa normal, había sido reformada pero sin perder el encanto de las casas coloniales. Había un gran muro rodeando la finca, donde pudieron ver varios guardas muy armados, protegiéndola.
-¿Entonces ahora tocamos y esperamos que no nos frían a balas? -preguntó Claudia un poco escéptica; esperaba que le volaran la cabeza nada más tocar el timbre.
-Tranquila, no te pasará nada-Yashiff lo dijo casi sin pensar, y luego trató de ignorar la mirada sorprendida que le dirigió el grupo. Él sacudió la cabeza. Casi la había perdido y el cainita no estaba dispuesto a meterla en un tiroteo tan pronto.- En cambio a vosotros os prometo que os pasará algo como no avancéis y toquéis el puto timbre.


Vörj sonrió mientras obedecía. Parecía que, al fin y al cabo, el cainita no era tan malo; quizá podría tener a Hylissa con él y protegerla. Si era su dueño evitaría que la poseyera alguien que la volviera a tratar como lo había hecho Emesh. A su espalda, el resto le siguió hasta que llegaron al portón. Cuando estuvieron al alcance de los focos de la entrada, los guardias les apuntaron en un pestañeo. A Yashiff le incomodaba ser apuntado y más cuando había dejado las armas porque Claudia no quería problemas. Lentamente tocaron al timbre, y tardaron varios segundos en oír una voz al otro lado del interfono.
-¿Quién llama? -Preguntó una voz grave y muy profunda.
-¿Es aquí donde vive la condesa de Estruch? -Preguntó Ash a su vez, como habían acordado en el hotel.
-¿Quién pregunta por ella? -Respondió la voz, y la cámara que observaba la entrada se dirigió a cada uno de ellos, deteniéndose para mirarlos atentamente.
-Estamos interesados en su biblioteca -respondió el ángel, sin perder la calma- y en la sabiduría de su dueña. Creemos que podría brindarnos cierta información, a cambio de un volumen antiguo y valioso que queremos regalarle.

El interfono se quedó un segundo en silencio y un momento después la voz volvió a sonar.
-Mi señora no está interesada en vosotros. Marcha…
-Espera-dijo otra voz al otro lado del interfono. Era una voz de hombre, se oía muy floja, como  si viniera desde más lejos. Después de la interrupción, ambas voces callaron. La cámara se volvió a mover observando a Claudia durante un tiempo y después a Hylissa. La voz volvió al interfono.
-Podéis pasar.


Las puertas se abrieron poco a poco, emitiendo un sonido quedo, y una patrulla de doce hombres armados salió a recibirles. Les ordenaron que se pusieran contra la pared para después cachearlos bruscamente. Cuando terminaron, les acompañaron a través de la finca hasta la enorme casa de la vampiresa. Desde lejos parecía grande, pero al llegar allí comprendieron la magnitud del edificio. Perfectamente podía albergar a más de 100 personas en su interior y había varios anexos exteriores para los guardias que patrullaban la vivienda. Sin duda era un vampiro poderoso, ya que tenía un pequeño ejército en el “jardín” de su casa. A lo lejos, se divisaba una pequeña capilla anexada a la mansión; como había dicho Yashiff, era una mujer creyente y eso les daba algún que otra ventaja.

Al llegar a la puerta se encontraron a un hombre negro frente a ella. Era enorme, de más de dos metros de altura, sus brazos parecían enormes troncos y su torso era como el de dos personas. Las luces de la entrada brillaban sobre su calva.
Llevaba un traje negro muy sobrio, pero hecho a medida de forma que le quedaba como un guante. Cuando llegaron al pie de la escalinata de entrada, él les observó con el único ojo que tenía. La otra cuenca estaba ocupada por un ojo de cristal dorado, que le hacía, si cabía, más amenazador. El hombre no dijo una palabra, esperó en silencio hasta que la puerta que había a su espalda se abrió, dejando paso a una chiquilla algo menos de quince años.

Cuando ésta salió, Yasshiff confirmó lo que le había dicho la vampiresa; la hija de puta daba mal rollo. Llevaba el cabello largo y blanco como la nieve recogido en un complicado moño italiano a la altura de la nuca, su piel era casi tan pálida como su pelo, mucho más pálida de lo que cualquier vampiro hubiera sido nunca. Sus ojos, enmarcados por pestañas blancas, de un rojo tan brillante como un rubí, contrastaban con aquella piel tan clara, haciéndola parecer como mínimo una hija del demonio. Vestía un traje de chaqueta de color crema, decorado con un collar de perlas que le llegaba hasta el ombligo.
-Jod… -Yashiff pisó a Claudia antes de que pudiera decir algo de lo que pudieran arrepentirse más tarde. La vampiresa los miró a cada uno de ellos con aquellos ojos rojos, especialmente a las dos mujeres, a las cuales dedicó una mirada de ira.
-¿Quiénes sois?-Preguntó sin rodeos. Había vivido demasiados años peleando contra los Giovanni, y los desconocidos no solían traer nada bueno.
-No somos nadie -dijo Vörj- nadie importante, su excelencia. Sólo queríamos echar un vistazo a su biblioteca, hemos escuchado hablar de ella y necesitamos… cierta información.


Inés se removió del gusto al volver a escuchar a alguien llamarle así; la gente había perdido las buenas costumbres y ya no había nadie que usara la terminología adecuada al hablar a los que poseían, como ella, títulos nobiliarios. Aquella buena educación y el que estuvieran tan bien informados, la hizo sospechar.
-Tú eres un cainita-dijo señalando al árabe, después se dirigió al resto- Pero el resto no se qué sois.
-Nada de interés –respondió, Claudia mirándola directamente a los ojos.- No somos nada que quiera dañarte.

La Lasombra miró a la chica descarada, tan joven y tan bella. Una punzada de ira le recorrió por dentro.
-Me han dicho que habéis traído un presente ¿no?
-Así es, lo tenemos-dijo Ash, rápidamente, para relajar la situación. Sacó una bolsa de papel antiguo, atado con un cordón, del interior de su abrigo.-Aunque preferiríamos enseñároslo bajo techo si es posible.
-Tafari -dijo la vampiresa como toda respuesta.

El negro, que se había mantenido quieto como una estatua hasta entonces, avanzó hacia Ash y le cogió el libro de entre las manos. Deshizo el nudo que envolvía el cordel y retiró el papel, observando el libro con detenimiento. Después miró hacia su señora, asintiendo, como diciendo que el libro estaba limpio, y lo cerró, colocándolo bajo su brazo. Inés miró hacia el grupo.
-Bien, podéis pasar, pero si se os ocurre hacer una tontería…-la vampiresa hizo una señal y los hombres levantaron las armas, apuntándoles. Aquello sin duda era una medida muy agresiva, pero eso explicaba cómo había sobrevivido tanto tiempo.

La vampiresa se dio media vuelta y avanzó hacia la entrada de la casa. Todos le siguieron hasta cruzar el umbral. El negro esperó a que lo hicieran para cerrar tras de sí. Los hombres armados se quedaron fuera. 
Al entrar en la habitación, las sombras parecieron cobrar vida moviéndose ligeramente por toda la estancia. Claudia se inquietó. Durante muchos años había convivido con alguien que también manejaba las sombras, aunque nunca había hecho algo como aquello. La oscuridad se extendía sobre el suelo, cubriéndolo y haciendo imposible ver por dónde pisaban. Debía ser increíblemente poderosa. Se estremeció. Yasshiff la cogió del brazo y la apretó contra él.


Avanzaron por un pasillo muy grande, las paredes se encontraban revestidas por grandes cuadros con Naturalezas Muertas, y sus pisadas no levantaban sonido alguno, así que supusieron que caminaban sobre una gran alfombra.
-Vanitas -murmuró Ash, mirando hacia los cuadros. Inés paró en seco y se volvió hacia él.
-¿Qué has dicho?
-Vanitas –repitió el ángel en voz más alta- son naturalezas muertas que ponen de manifiesto los pecados de los seres humanos, y la fugacidad de su vida.

La vampiresa no dijo nada pero pudieron ver una sonrisa en la comisura de los labios.
Una vez llegaron al final del pasillo, giraron a la derecha y recorrieron una gran distancia hasta llegar a un pequeño salón, decorados con decenas de retratos de ella misma, siempre mirándolos con aquellos ojos rojos. En la estancia había un par de divanes puestos de frente, y un piano al fondo, sobre una pequeña plataforma que hacía las veces de escenario. Una gran lámpara de araña iluminaba tenuemente el lugar. En el centro, una mesita con un par de tazas de té completaban el conjunto. Inés hizo un gesto para que se sentaran y todos lo hicieron.
-¿Y bien? –preguntó, cruzando las piernas. Tafari colocó el libro sobre sus manos- Aún no me habéis dicho qué es lo que os ha llevado a buscar la ayuda de la Condesa de Estruch. ¿Qué clase de información precisáis?

Ellos se miraron entre sí.
-Religiosa -contestó Hylissa- sobre las Reliquias de Cristo.
-Reliquias, hmm-respondió Inés distraída, se había puesto unas gafas de montura fina y con ellas  revisaba el contenido del libro. Sus pupilas se dilataron de placer. Sus dedos acariciaron la superficie de las páginas y los remaches en plata de los cantos.
-Su Excelencia…-dijo Ash-No tenemos mucho tiempo. Quedan apenas unas horas para el amanecer, y…
-Shhh -dijo Inés mientras terminaba de leer una página. Después alzo la cabeza- Sé exactamente cuántas horas quedan para el amanecer, mi vida depende de ello. Bueno, hablando de reliquias… Tengo muchos libros que hablan sobre ello, aunque no me siento cómoda llevando a unos extraños a mi biblioteca.
-Igual si nos traes tú los libros…-dijo Claudia sin atreverse a terminar la frase. La vampiresa la fulminó con una mirada.
-No me gusta que los mortales se atrevan a decirme lo que tengo que hacer.-contestó ella con voz seca. Yasshiff sacó los colmillos, amenazador. El negro apretó los brazos, preparado por lo que pudiera pasar, la tela de su traje crujió.
-Mi señora, no pretendemos hacer eso-dijo Ash mirando de reojo a Yashiff. El vampiro parecía experto en joder las situaciones, y esta podía acabar demasiado mal.
-Tú pareces el más educado, vendrás conmigo y te diré qué libro puedes coger -contestó la vampiresa, harta de ver a las dos mujeres- El resto os quedareis aquí, ellas dos tienen prohibido moverse por fuera de esta habitación.

Inés se levantó y le tendió el libro a Tafari, que lo sujetó con sus manos grandes como tapacubos. Antes de abandonar la estancia, la Condesa se giró hacia los presentes; sus ojos brillaron como no lo habían hecho antes. Las sombras empezaron a bailar por la habitación, con vida propia, incluso les pareció que estas se levantaban, como con vida propia, alargándose como grandes tentáculos de oscuridad.
-Creo que no hace falta decir lo que os pasará si alguno de mis volúmenes resulta dañado-Todos tragaron saliva. Yasshiff gruñó, aceptando lo que había dicho la Lasombra.

Esta salió del cuarto con Ash tras de sí y el negro cerrando la comitiva. Al cerrar la puerta las sombras volvieron a su lugar original, quedando tranquilas sobre la pared.

-Joder creo que me lo he hecho encima-comentó Claudia, cuando creyó que nadie podía escucharla.


domingo, 29 de septiembre de 2013

Sólo por ti


El silencio de la noche era sólo roto por el sonido de los coyotes que rodeaban la colina en la que se encontraba el motel. El cartel de neón con las letras Motel brillaba intermitentemente en medio de la noche, señalando el único punto de descanso en muchos kilómetros a la redonda. 
Era un lugar tranquilo, lo suficientemente tranquilo para que nadie te molestara si querías proceder a hacer un trabajo fuera de la ley.

Ya pasaban dos horas de la hora a la que habían quedado, el cainita fumaba un cigarro tras otro, estaba demasiado nervioso. Deambulaba por todo el parking del lugar esperando que el hombre con el que había contactado apareciese. En su cintura notaba el cañón de la pistola y acariciaba con los dedos la culata para asegurarse de que todavía estaba allí.
Su ghoul llevaba varios días desaparecida y sus esfuerzos por encontrarla habían sido en vano, todas las pistas le habían llevado hasta esa zona pero no más allá.

El vampiro empezó a divagar por dónde estaría. Es cierto que a veces le resultaba molesta, pero se había acostumbrado a su pequeña molestia, a encontrársela por la noche nada mas levantarse, a mediar con el humor de la mortal, a rescatarla cuando estaba en peligro. Siempre que la rescataba ponía aquella cara, lo miraba con esos ojos grises profundos, esos ojos que parecían decirle que aquella chica se había metido en aquel problema para que su caballero de brillante armadura la cogiera entre sus brazos en medio de un tiroteo y la apretara con su pecho para protegerla. Porque, aunque ella no necesitaba que la protegieran, siempre parecía querer que Yashiff lo hiciera.

Al cainita le vinieron a la imagen recuerdos: el cuerpo cálido de Claudia, su olor tan característico, casi podía verla asomarse por la puerta del cuarto a decirle algo que no le importaba lo más mínimo y veía la cara que ella ponía cuando le decía que no le interesaba.
Casi podía tocarla…

Yashiff notó que algo se movía tras de sí, las sombras se juntaban en un amasijo dando forma a lo que parecía la silueta de un hombre. Maldición, se había dejado llevar demasiado.
-La cita era hace dos horas -intentó disimular el árabe.
-No eres la única persona que quiere mis servicios -la voz parecía provenir de cada sombra del lugar, proyectándose hacia donde el cainita se encontraba. Las sombras bailaban a su alrededor en una danza siniestra.
-Bien ¿tienes lo que quería? -Yasshiff se impacientaba, hacía mucho tiempo que no trataba con el sabbath, demasiado tiempo. La sombra, como respuesta sacó de entre las sombras un pequeño sobre amarillo.
-Aquí esta lo que buscas, pero sabes que esto no es gratis -dijo- A partir de ahora me deberás un gran favor y espero que sepas que tendrás que pagarlo algún día.

Yashiff casi gruñó. Odiaba deberle algo a alguien y más a esa sucia secta, pero eran los únicos que podían darle la información que buscaba.
-Sí, está claro -dijo el cainita.
-A quien buscas es al Restaurador, donde esté él, estará lo que buscas -explicó la sombra- debes tener buenos motivos para venir a suplicarme a mí, debe tener algo tuyo, algo muy importante. –Yashiff lo miró con un odio animal, como si lo hubiera herido en lo más profundo.
-Adiós-Yashiff se dio media vuelta y se marchó, no quería estar ni un minuto más del necesario en aquel lugar con esa persona. La mayoría de sombras se disiparon al momento pero Yashiff no se fijó, miraba el sobre con detenimiento, ahí era donde tenía que ir. Ahí estaba ella.

domingo, 21 de abril de 2013

Slytherin



      Los pasos resonaban por las catacumbas mientras los 5 hombres bajaban por las escaleras que conducían al piso inferior, detrás flotando tras de ellos una joven de pelo castaño que caía como una cascada hasta el suelo. Iba vestida con la túnica negra del colegio y en el cuello llevaba enrollada una bufanda amarilla y negra con la imagen de un oscuro tejón bordada en ella. En su rostro, completamente petrificado, todavía se podía apreciar la cara de terror justo antes de que aquellos hombres la petrificaran. En su mano fuertemente agarrada estaba la varita que apenas había podido agarrar antes de ser golpeada por el conjuro. 
Los hombres caminaban en silencio con sus largas túnicas de color negro rozando las frías baldosas de piedra . Unas oscuras máscaras con finísimos detalles en plata cubrían sus rostros y en sus manos todos ellos sujetaban con fuerza una varita en su mano mientras seguían avanzando. 
Al llegar al último piso avanzaron por un largo pasillo tenuemente iluminado por antorchas, cuanto más avanzaban más palpable se hacía la humedad del ambiente, lo que indicaba que se acercaban mas al lago que reposaba por encima de las catacumbas del colegio. El pasillo llego a una encrucijada que se dividía en tres caminos, el primero de ellos susurro unas palabras con una suave voz femenina mientras movía suavemente la varita en el cielo haciendo extrañas formas. Encima de cada pasillo aparecieron unas letras escritas en unas antiguas runas, la mujer las leyó detenidamente, y volvió a hacerlo una segunda vez al no creer lo que ponía en ellas. Giró la cabeza algo preocupada, los otros 4 miraban expectantes.
-Voldemort…-susurró ella casi con miedo, los 4 hombres de atrás se estremecieron como si el mero nombre de aquel hombre tuviera sobre ellos un poder que ninguna magia en la tierra pudiera igualar. 
Tras susurrar las frases una de las runas se encendió de un color verde brillante, como el veneno de una serpiente, y un haz de luz repto por el techo del pasillo iluminando el recorrido a seguir. Tras un momento de vacilación los hombres siguieron adelante. Tras cruzar todo el pasillo llegaron a una puerta de ébano, muy antigua, con unos goznes de metal pintados en negro. La mujer se acercó y tocó un par de veces. La puerta se abrió lentamente profiriendo un chirrido casi agónico, que helo la sangre a los hombres que se encontraban esperando. 
La estancia que se encontraba antes ellos era enorme. Una gran sala con muchísimas estanterías, todas ellas repletas de libros. En una de las paredes reposaba una gran mesa de granito y encima de ella un caldero, el fuego lo mantenía caliente y de el salía un humo morado que llenaba parte de la estancia, el olor era penetrante y muy desagradable. Enfrente del caldero había un joven. Llevaba la túnica del colegio con una gran serpiente verde y plateada bordada en la solapa. Tenía el pelo largo y negro, recogido en una coleta que le caía en bucles sobre la espalda. Movía el caldero lentamente sin inmutarse por la gente que acababa de entrar. 
 -¿Que me has traído esta vez megara?-dijo el chico sin mirar a ninguno de los 5 mortifagos que esperaban en el linde de la puerta 
-No deberías usar el nombre del señor oscuro así, Charles, no deberías usar su nombre tan a la ligera, es poderoso -En la voz de la mujer había miedo, los otros asintieron. 
-Sólo tiene poder sobre las débiles mentes que se asustan de un nombre-El hizo una señal con su mano para que los 5 pasaran, tras el beneplácito del chico los 5 pasaron-Quitaros las mascaras-Dijo él y con un giro de varita las mascaras desapareciendo haciéndose polvo. 
Detrás de ella se encontraban las caras de unos chicos que haría poco que habían cumplido los 18 y todavía quedaba en ellos alguna señal de la adolescencia. Parecían mayores que el que sujetaba la varita pero ninguno se atrevía a decirle nada. Los 5 se quedaron de pie esperando a que el chico se decidiera a atenderles y colocaron la presa que habían capturado en el suelo frente a ellos como si de una ofrenda se tratara. A la luz de la estancia se podía observar mejor a la chica, no debía de tener más de 15 años, era realmente preciosa, con una piel clara y delicada, sus labios carnosos y gruesos, la nariz pequeña. 
-Sabes que no me importa lo que capturéis, metedlo en una celda como los dem…-El chico paró la frase a mitad al girarse y ver a la chica que reposaba por el suelo, su rostro se desencajó y sus manos apretaron fuertemente la varita. -¿Se encuentra bien?-chillo el chico a los hombres que estaban ahí. 
-eh…-Respondió la joven, se había quedado completamente en blanco, la varita del chico hizo un rápido gesto y si pronunciar palabra la chica se elevo por el techo, las manos de ella se cogían la garganta como si intentaran apartar una cuerda invisible, cuando el chico bajo la varita ella cayó al suelo jadeante mientras intentaba recuperar el aliento. 
-¡te he preguntado si está bien!-Gritó el chico, uno de los que había detrás del la chica se adelantó. 
-Esta bien mi señor, solo petrificada-contestó, era un chico muy alto, y tan ancho como una montaña, sus manos eran tan grandes que podría haber aplastado la cabeza de cualquier persona solo con ellas, pero su voz era apenas un hilo de voz al dirigirse al chico. 
-Marcharos!-dijo el chico casi gruñendo había perdido en control 
-Pero el señor Dyngwell nos dijo que le lleváramos a todos los prisioneros..-espetó el chico gordo con algo de miedo. 
 -Crucio-Susurraron los labios del joven, el grande se retorció en el suelo mientras la varita apenas se movía sujeta por una mano firme, con un movimiento el maleficio ceso y los gritos del chico dejaron de oírse-Que dyngwell venga a hablar conmigo después, tengo que interrogar a la chica, ahora marcharos. 

Los 5 abandonaron la sala corriendo, con un gesto de la varita, la puerta se cerró y se selló mágicamente con un gesto de la varita dejo a la chica tumbada encima del banco, colocó un cojín en su cabeza y se colocó a su lado. Acarició su pelo con dos dedos, consciente que jamás sabría lo que había pasado y revisó los pocos arañazos que había en su cuerpo, remendando con la varita la ropa de la joven. Con un movimiento de muñeca hizo que la petrificación se desvaneciera y la chica despertó como si de una pesadilla se tratara. Se incorporó de golpe con un pequeño chillido, y giró la cabeza como si no supiera donde estaba. 
-Charles!-dijo al verle, su cara se ilumino y sus ojos brillaron con un par de lagrimas que enseguida se formaron bajo ellos.-Rápido hay que salir de aquí, hay mortífagos por el colegio, tenemos que salir de aquí-
La chica estaba nerviosa, como un ratoncito asustado y eso hacía que fuera todavía más hermosa. 
-Aquí estaremos bien, ellos te han traído hasta aquí. Ella se apartó como asustada ante lo que había dicho, como si le hubiera tirado un cubo de agua fría. 
-Tu…-dijo, una mirada de despreció asomo en su rostro-No puede ser, no puedes haberte unido a ellos. 

El chico se remangó la muñeca enseñando un tatuaje en el antebrazo, era una serpiente enrollada a una calavera. Ella se levantó de la mesa como pudo y tirando varios viales de cristal al suelo corrió hacia la puerta intentando abrirla, cuando vio que no pudo busco su varita y apunto al chico mientras buscaba la forma de salir. 
-eres una sucia rata!-dijo ella chillando-como has podido unirte a ellos, como has podido traicionar así a la gente del colegio. 
-¿Traicionar?-pregunto el chico sin mover un musculo-Jamás he traicionado a nadie, siempre has sabido cómo era, siempre has sabido que acabaría así. 
-yo…no…yo creía en ti-dijo sollozando 
-Que tierno…-El chico sonrió un poco como si una parte de su alma todavía pudiera ser salvada 
-No te rías de mi! Expelliar…-No terminó la frase cuando la varita del chico se movió hacia la suya desarmándola y dejándola indefensa. 
-Nunca fuiste muy buena con ese tipo de conjuros-el chico dejo la varita encima del mármol- Ahora cállate, no tenemos mucho tiempo antes de que lleguen mortifagos de verdad y no esos niños que te atraparon y si no colaboras no podré sacarte de aquí. 

Ella se quedó estupefacta como si la hubieran golpeado con una maza en la cabeza. 
-¿yo? ¿Por qué yo? ¿Por qué me ayudas a mi? ¿por qué no ayudas al resto que han capturado? ¿Por qué?-preguntó la chica sin entender nada, había visto a sus amigos capturados y sabía que jamás nadie había escapado de ellos. 
-Porque eres tú, porque siempre has sido tu.