lunes, 7 de octubre de 2013

Una mansión entre el pantano

Vörj no dejaba de echar miradas a su reloj, nervioso. Habían perdido casi toda la noche buscando aquella maldita casa en el lugar en que Yashiff lo había indicado y no habían encontrado nada. Quedaban apenas tres horas para que saliera el sol y entonces tendrían que esperar a la noche siguiente.

Miró a Yashiff y después a Claudia, ambos andaban apartados, como si se quisieran evitar, pero de vez en cuando se miraban cuando estaban seguros de que él otro no lo hacía. Llevaban una relación más que complicada, pero siempre se iban a tener el uno al otro.  Casi entendía por qué Claudia estaba tan apegada a él a pesar de ser casi una esclava. Se preguntó si alguna vez podría tener algo así con la djinn.

Las casas en aquella zona de nueva Orleans eran apenas un recuerdo de lo que llegaron a ser en el pasado. La madera estaba maltrecha, la pintura había saltado en la mayoría y no había atisbo alguno de luz. Cansados, el grupo estuvo a punto de renunciar y marcharse, cuando una luz a lo lejos les alertó. Se aproximaron a paso rápido hacia allá, y se encontraron con la visión de una casa. No era una casa normal, había sido reformada pero sin perder el encanto de las casas coloniales. Había un gran muro rodeando la finca, donde pudieron ver varios guardas muy armados, protegiéndola.
-¿Entonces ahora tocamos y esperamos que no nos frían a balas? -preguntó Claudia un poco escéptica; esperaba que le volaran la cabeza nada más tocar el timbre.
-Tranquila, no te pasará nada-Yashiff lo dijo casi sin pensar, y luego trató de ignorar la mirada sorprendida que le dirigió el grupo. Él sacudió la cabeza. Casi la había perdido y el cainita no estaba dispuesto a meterla en un tiroteo tan pronto.- En cambio a vosotros os prometo que os pasará algo como no avancéis y toquéis el puto timbre.


Vörj sonrió mientras obedecía. Parecía que, al fin y al cabo, el cainita no era tan malo; quizá podría tener a Hylissa con él y protegerla. Si era su dueño evitaría que la poseyera alguien que la volviera a tratar como lo había hecho Emesh. A su espalda, el resto le siguió hasta que llegaron al portón. Cuando estuvieron al alcance de los focos de la entrada, los guardias les apuntaron en un pestañeo. A Yashiff le incomodaba ser apuntado y más cuando había dejado las armas porque Claudia no quería problemas. Lentamente tocaron al timbre, y tardaron varios segundos en oír una voz al otro lado del interfono.
-¿Quién llama? -Preguntó una voz grave y muy profunda.
-¿Es aquí donde vive la condesa de Estruch? -Preguntó Ash a su vez, como habían acordado en el hotel.
-¿Quién pregunta por ella? -Respondió la voz, y la cámara que observaba la entrada se dirigió a cada uno de ellos, deteniéndose para mirarlos atentamente.
-Estamos interesados en su biblioteca -respondió el ángel, sin perder la calma- y en la sabiduría de su dueña. Creemos que podría brindarnos cierta información, a cambio de un volumen antiguo y valioso que queremos regalarle.

El interfono se quedó un segundo en silencio y un momento después la voz volvió a sonar.
-Mi señora no está interesada en vosotros. Marcha…
-Espera-dijo otra voz al otro lado del interfono. Era una voz de hombre, se oía muy floja, como  si viniera desde más lejos. Después de la interrupción, ambas voces callaron. La cámara se volvió a mover observando a Claudia durante un tiempo y después a Hylissa. La voz volvió al interfono.
-Podéis pasar.


Las puertas se abrieron poco a poco, emitiendo un sonido quedo, y una patrulla de doce hombres armados salió a recibirles. Les ordenaron que se pusieran contra la pared para después cachearlos bruscamente. Cuando terminaron, les acompañaron a través de la finca hasta la enorme casa de la vampiresa. Desde lejos parecía grande, pero al llegar allí comprendieron la magnitud del edificio. Perfectamente podía albergar a más de 100 personas en su interior y había varios anexos exteriores para los guardias que patrullaban la vivienda. Sin duda era un vampiro poderoso, ya que tenía un pequeño ejército en el “jardín” de su casa. A lo lejos, se divisaba una pequeña capilla anexada a la mansión; como había dicho Yashiff, era una mujer creyente y eso les daba algún que otra ventaja.

Al llegar a la puerta se encontraron a un hombre negro frente a ella. Era enorme, de más de dos metros de altura, sus brazos parecían enormes troncos y su torso era como el de dos personas. Las luces de la entrada brillaban sobre su calva.
Llevaba un traje negro muy sobrio, pero hecho a medida de forma que le quedaba como un guante. Cuando llegaron al pie de la escalinata de entrada, él les observó con el único ojo que tenía. La otra cuenca estaba ocupada por un ojo de cristal dorado, que le hacía, si cabía, más amenazador. El hombre no dijo una palabra, esperó en silencio hasta que la puerta que había a su espalda se abrió, dejando paso a una chiquilla algo menos de quince años.

Cuando ésta salió, Yasshiff confirmó lo que le había dicho la vampiresa; la hija de puta daba mal rollo. Llevaba el cabello largo y blanco como la nieve recogido en un complicado moño italiano a la altura de la nuca, su piel era casi tan pálida como su pelo, mucho más pálida de lo que cualquier vampiro hubiera sido nunca. Sus ojos, enmarcados por pestañas blancas, de un rojo tan brillante como un rubí, contrastaban con aquella piel tan clara, haciéndola parecer como mínimo una hija del demonio. Vestía un traje de chaqueta de color crema, decorado con un collar de perlas que le llegaba hasta el ombligo.
-Jod… -Yashiff pisó a Claudia antes de que pudiera decir algo de lo que pudieran arrepentirse más tarde. La vampiresa los miró a cada uno de ellos con aquellos ojos rojos, especialmente a las dos mujeres, a las cuales dedicó una mirada de ira.
-¿Quiénes sois?-Preguntó sin rodeos. Había vivido demasiados años peleando contra los Giovanni, y los desconocidos no solían traer nada bueno.
-No somos nadie -dijo Vörj- nadie importante, su excelencia. Sólo queríamos echar un vistazo a su biblioteca, hemos escuchado hablar de ella y necesitamos… cierta información.


Inés se removió del gusto al volver a escuchar a alguien llamarle así; la gente había perdido las buenas costumbres y ya no había nadie que usara la terminología adecuada al hablar a los que poseían, como ella, títulos nobiliarios. Aquella buena educación y el que estuvieran tan bien informados, la hizo sospechar.
-Tú eres un cainita-dijo señalando al árabe, después se dirigió al resto- Pero el resto no se qué sois.
-Nada de interés –respondió, Claudia mirándola directamente a los ojos.- No somos nada que quiera dañarte.

La Lasombra miró a la chica descarada, tan joven y tan bella. Una punzada de ira le recorrió por dentro.
-Me han dicho que habéis traído un presente ¿no?
-Así es, lo tenemos-dijo Ash, rápidamente, para relajar la situación. Sacó una bolsa de papel antiguo, atado con un cordón, del interior de su abrigo.-Aunque preferiríamos enseñároslo bajo techo si es posible.
-Tafari -dijo la vampiresa como toda respuesta.

El negro, que se había mantenido quieto como una estatua hasta entonces, avanzó hacia Ash y le cogió el libro de entre las manos. Deshizo el nudo que envolvía el cordel y retiró el papel, observando el libro con detenimiento. Después miró hacia su señora, asintiendo, como diciendo que el libro estaba limpio, y lo cerró, colocándolo bajo su brazo. Inés miró hacia el grupo.
-Bien, podéis pasar, pero si se os ocurre hacer una tontería…-la vampiresa hizo una señal y los hombres levantaron las armas, apuntándoles. Aquello sin duda era una medida muy agresiva, pero eso explicaba cómo había sobrevivido tanto tiempo.

La vampiresa se dio media vuelta y avanzó hacia la entrada de la casa. Todos le siguieron hasta cruzar el umbral. El negro esperó a que lo hicieran para cerrar tras de sí. Los hombres armados se quedaron fuera. 
Al entrar en la habitación, las sombras parecieron cobrar vida moviéndose ligeramente por toda la estancia. Claudia se inquietó. Durante muchos años había convivido con alguien que también manejaba las sombras, aunque nunca había hecho algo como aquello. La oscuridad se extendía sobre el suelo, cubriéndolo y haciendo imposible ver por dónde pisaban. Debía ser increíblemente poderosa. Se estremeció. Yasshiff la cogió del brazo y la apretó contra él.


Avanzaron por un pasillo muy grande, las paredes se encontraban revestidas por grandes cuadros con Naturalezas Muertas, y sus pisadas no levantaban sonido alguno, así que supusieron que caminaban sobre una gran alfombra.
-Vanitas -murmuró Ash, mirando hacia los cuadros. Inés paró en seco y se volvió hacia él.
-¿Qué has dicho?
-Vanitas –repitió el ángel en voz más alta- son naturalezas muertas que ponen de manifiesto los pecados de los seres humanos, y la fugacidad de su vida.

La vampiresa no dijo nada pero pudieron ver una sonrisa en la comisura de los labios.
Una vez llegaron al final del pasillo, giraron a la derecha y recorrieron una gran distancia hasta llegar a un pequeño salón, decorados con decenas de retratos de ella misma, siempre mirándolos con aquellos ojos rojos. En la estancia había un par de divanes puestos de frente, y un piano al fondo, sobre una pequeña plataforma que hacía las veces de escenario. Una gran lámpara de araña iluminaba tenuemente el lugar. En el centro, una mesita con un par de tazas de té completaban el conjunto. Inés hizo un gesto para que se sentaran y todos lo hicieron.
-¿Y bien? –preguntó, cruzando las piernas. Tafari colocó el libro sobre sus manos- Aún no me habéis dicho qué es lo que os ha llevado a buscar la ayuda de la Condesa de Estruch. ¿Qué clase de información precisáis?

Ellos se miraron entre sí.
-Religiosa -contestó Hylissa- sobre las Reliquias de Cristo.
-Reliquias, hmm-respondió Inés distraída, se había puesto unas gafas de montura fina y con ellas  revisaba el contenido del libro. Sus pupilas se dilataron de placer. Sus dedos acariciaron la superficie de las páginas y los remaches en plata de los cantos.
-Su Excelencia…-dijo Ash-No tenemos mucho tiempo. Quedan apenas unas horas para el amanecer, y…
-Shhh -dijo Inés mientras terminaba de leer una página. Después alzo la cabeza- Sé exactamente cuántas horas quedan para el amanecer, mi vida depende de ello. Bueno, hablando de reliquias… Tengo muchos libros que hablan sobre ello, aunque no me siento cómoda llevando a unos extraños a mi biblioteca.
-Igual si nos traes tú los libros…-dijo Claudia sin atreverse a terminar la frase. La vampiresa la fulminó con una mirada.
-No me gusta que los mortales se atrevan a decirme lo que tengo que hacer.-contestó ella con voz seca. Yasshiff sacó los colmillos, amenazador. El negro apretó los brazos, preparado por lo que pudiera pasar, la tela de su traje crujió.
-Mi señora, no pretendemos hacer eso-dijo Ash mirando de reojo a Yashiff. El vampiro parecía experto en joder las situaciones, y esta podía acabar demasiado mal.
-Tú pareces el más educado, vendrás conmigo y te diré qué libro puedes coger -contestó la vampiresa, harta de ver a las dos mujeres- El resto os quedareis aquí, ellas dos tienen prohibido moverse por fuera de esta habitación.

Inés se levantó y le tendió el libro a Tafari, que lo sujetó con sus manos grandes como tapacubos. Antes de abandonar la estancia, la Condesa se giró hacia los presentes; sus ojos brillaron como no lo habían hecho antes. Las sombras empezaron a bailar por la habitación, con vida propia, incluso les pareció que estas se levantaban, como con vida propia, alargándose como grandes tentáculos de oscuridad.
-Creo que no hace falta decir lo que os pasará si alguno de mis volúmenes resulta dañado-Todos tragaron saliva. Yasshiff gruñó, aceptando lo que había dicho la Lasombra.

Esta salió del cuarto con Ash tras de sí y el negro cerrando la comitiva. Al cerrar la puerta las sombras volvieron a su lugar original, quedando tranquilas sobre la pared.

-Joder creo que me lo he hecho encima-comentó Claudia, cuando creyó que nadie podía escucharla.


1 comentario:

  1. Ya te lo he dicho en el mío, pero me ha encantado todo entero ^^
    Me lo hago encima esperando la siguiente parte...
    Intriga, intriga, dolor de barriga!

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