miércoles, 27 de enero de 2010

Querida mama


Nueva york, 5 mayo 1912



Mama:
Siento no haberte escrito en todo este tiempo, quizá no sabia bien, bien como volver a establecer la comunicación, he tenido tanto miedo de que no quisieras volverme a hablar.
Estoy segura de que padre no quiere saber nada de mi, lo que dijo aquel día me lo dejo claro, le he decepcionado como hija, el esperaba que yo fuera una buena ama de casa, desde pequeñita cuando me hablaba de lo buena que eras tu, de lo bien que planchabas, fregabas y en general lo bien que cuidabas la casa.
Se que fue un duro golpe para el que su hijita quisiera estudiar una carrera, no quería que yo estudiase pero yo tenía que hacerlo y tu me apoyaste, pero porque no nos querías ver discutir, se que nunca te ha gustado que tu hija se alejase de la cocina de la casa, en el fondo piensas como el, pero respetas mis decisiones.
Padre nunca lo entenderá, pero tengo la esperanza que cuando se haga mayor lo haga, pues yo lamento mas que nadie haberme distanciado.
Al final padre acepto que yo fuera a la universidad, pero siempre me prevenía contra aquellas fiestas, porque no era el lugar donde una mujer tenía que estar. Luego se alegro mucho cuando conocí a john, era jugador de fútbol americano, a que padre no le gustaría eso para su hija...
Pero padre no sabía como me sentía yo con el y cuando le deje no entendió que era mi relación, mi vida y mi decisión, para el solo he sido una niña pequeña que no sabía tomar sus decisiones, pero eso no es así mama.
Cuando empecé con el movimiento fue cuando padre dejo de hablarme, para el salía de sus esquemas el que una mujer pudiera optar por su futuro, el quería que hubiera hecho como tu, que me hubiera buscado un buen marido, hubiera dejado la universidad y me hubiera ocupado de la casa. Pero eso no es así mama, y se que tu opinas igual que el, pero que me respetas.
Se que no compartes nuestra lucha, pero quiero que la entiendas, quiero que entiendas que yo quiero luchar por poder tener un futuro, quiero luchar por poder elegir con quien me caso, si quiero tener hijos, si quiero quedarme en casa fregando o quiero salir a competir con los hombres.
Mama, quiero lo que a ti se te negó, quiero que me respeten mama, y por eso saldré a esas manifestaciones, por eso le haré frente a la policía, no tengo miedo mama.
¿Te acuerdas de Billy, el chico del que te hablé que vivía conmigo? Bien, hace mucho tiempo que no hablamos, y tengo que darte una noticia, estoy embarazada. Se que ahora me dirás que deje esto, que descanse por el bebe, se que hubieras preferido que me casara primero, pero no he tenido tiempo, todo ha pasado muy rápido. Hace un par de semanas que lo supe y el médico me dijo que tuviera mucho cuidado, pero ahora tengo otra cosa por la que luchar mama, tengo que luchar porque si...si tengo una niña, una preciosa niña, no tenga que pasar por lo que yo he pasado. Billy me apoya en eso, dice que tengo que luchar en lo que creo, en lo que amo. Y esto es lo que quiero mama, quiero que se me reconozca, que nadie dude de mis capacidades, quiero poder elegir mi propio destino, quiero que cuando mi bebe crezca, si es chica, pueda estudiar la carrera que quiera y no ser profesora como he tenido que hacer yo. Pues nadie quiere a una mujer arquitecto, a una mujer piloto, nadie quiere a una mujer que piense, pero eso no es así mama y aunque tu no lo compartas...quería decirte que sigo queriéndote, y que hecho de menos tus magdalenas.
Dile a padre que va a ser abuelo, quizá eso haga que deje de pensar que su hija le ha defraudado.
Os quiero mucho, pero no cambiare mi decisión, no cambiare mi lucha, os quiero mucho.

Un beso.
Michelle.

domingo, 24 de enero de 2010

La princesa del desierto


"El viento se había levantado otra vez, llamado a aquellas malditas tormentas del desierto. Esta tarde sin duda se quedaría sin pasear por los jardines y sus consejeros seguro que insistían en que aprovechara para adelantar los papeles del reino, pues como decían ellos: “Las escapadas y despreocupaciones no hacen mas que acumular el trabajo que su majestad debe hacer”. Los consejeros lo repetían una y otra y otra vez hasta la saciedad, mas de una vez había soñado con mandar que los tiraran al foso de los caimanes y al despertar, notaba como un éxtasis bullía en su interior, deseaba hacer eso, pero también sabia que eran grandes comerciantes y diplomáticos y que le costaría reemplazarlos.
Suspiró y se resigno a su tarde aburrida, se recostó sobre el sillón y llamó a uno de sus esclavos para que le trajera algo de comida. Al rato apareció un hombre, de tez negra, vestido apenas con un taparrabos. La princesa le miró de arriba a abajo, le gustaba tenerlos semidesnudos por el palacio , ella decía que le motivaban mas.
El criado la miró, en sus ojos se veía deseo y lujuria. Llevaba en las manos una bandeja con una racimo de uvas, eran realmente raras en el desierto, las había conseguido traer gracias a sus tratos con los comerciantes nómadas, pues se había educado con ellos.
Levantó la mano y el criado siguiendo sus ordenes cogió el primer grano de uva y lo deposito sobre sus labios, ella saco la lengua y lo lamió, dejando húmedos los dedos del criado. Este tembló un poco, pues no estaba acostumbrado a las lujuriosas actividades de la princesa. Con la lengua ya fuera, agarro la uva y se la metió en la boca.
-Sin duda, no puede haber nada mejor que un manjar-dijo con su voz seseante, que hizo que el sirviente se ruborizase. -Puedes dejar la bandeja-dijo ella con un gesto de mano y el sirviente accedió, marchándose después, ella puedo ver como escondía una erección bajo el taparrabos...si es que eso podía esconderse. Ella rió, le encantaba tentar a sus sirvientes y dejarles que se fueran, quizá aquella noche le invitaría a su alcoba.
Mientras ella deambulaba con sus ideas sus manos iban comiendo ávidamente del plato hasta dejarlo vacío. Cuando vio que se habían acabado, maldijo por lo bajo, odiaba quedarse con gula, o con cualquier placer todavía en la boca, sin haberse cansado todavía de el. Era un defecto según sus consejeros, pecaba de exceso, siempre pedía demás porque adoraba comer hasta que no quisiera mas, no tener que dejar de comer porque no había mas y así con todos los placeres. Pero sus consejeros eran unos eunucos amargados y no sabían disfrutar de los placeres que los dioses ponían al alcance de la mano.
Unos golpes en la puerta llamaron su atención, y mas la voz de uno de sus consejeros.
-Mi señora, hemos pensado, que ya que el tiempo os impedirá salir de palacio, podríamos avanzar con los asuntos del reino.-su voz fue educada, era una petición, nunca se atreverían a pedirle nada directamente.
-Bien, bien-Dijo ella levantándose del sillón-Iré a atender las demandas del pueblo.
Mas allá de la puerta pareció oírse un suspiro, sin duda aquellos consejeros eran unos eunucos amargados.

Al rato apareció en la sala del trono, había cambiado su traje por una pequeña túnica semitransparente. A través de ella se veían sus pechos, y su estrecha cintura bajando hasta sus caderas y su entrepierna que se dejaba ver futilmente. Plantados frente a la mesa, estaban los tres consejeros del reino, ambos vestían túnicas de colores toscos, áridos como las arenas del desierto. Pero esta vez parecían mas serios que de costumbre, uno de ellos sostenía un papel entre las manos, parecía llevar el sello imperial, un sol y circunscrito en el la cabeza de un halcón.
-Que es eso?-preguntó la princesa mirando el papel, mientras se colocaba en su asiento.
-Esto, mi señora, es una carta de vuestro padre, la hemos encontrado en la sala del tesoro, revisando documentos-El sirviente dejó la carta encima de la mesa. Era un papiro amarillento, marcado en rojo con el símbolo imperial. Ella lo abrió lentamente, leyendo lo que había en su interior.
Los Sirvientes se quedaron callados mientras la princesa leía en silencio la carta. Cuando levanto la vista, su cara tenía una expresión rara, una mezcla de asombro y entusiasmo.
-Lamento tener que comunicarles que tendremos que dejar esto para otro día, tengo que encontrar una hermana.-La princesa se levantó del asiento, uno de los consejeros trato de detenerla pero sus palabras se quedaron en un mero quejido tras el golpe de la puerta cerrándose, la princesa se había marchado. Uno de los consejeros miró el documento. Había algo escrito en unas letras extrañas...Rokugán."

Isis, Princesa de Senpet.

La grulla del desierto.


"La mano derecha sujetó la empuñadura de la espada fuertemente, sus pies se movieron haciendo crujir las tablas del dojo, pero no se inmutó. Llevaba así un buen rato.

Su pelo estaba recogido en una coleta y caía desde arriba de un color negro azabache. El keikogi estaba desatado y caía sobre la hakama, era poco pudoroso, pero estaba segura de que no había nadie en la casa, y mucho menos en las cercanías del dojo. Su piel cobriza brillaba con las gotas de sudor que caía por su cuerpo. En la parte de la espalda, un pequeño tatuaje con la forma del sol y la cara de un pájaro dentro, decoraba la esquina superior derecha.
Pareció oír algo, quizá una respiración algo diferente, aunque inaudible para cualquier persona. La mujer había desenvainado la katana, y esta había descrito un arco acabando en el muñeco que tenia enfrente, con un movimiento demasiado rápido para que alguien hubiera visto cómo desenvainaba.

Respiro hondo y después bajo la espada que estaba sobre el cuello del muñeco y con un movimiento grácil y entrenado volvió a envainar la katana.
-Has mejorado mucho, Nailah-san -Dijo una voz al fondo de la sala, La Grulla se giró y en el marco de la puerta descansaba un hombre algo pasado de edad, rondando los cuarenta y tantos. Iba vestido con el uniforme de la Grulla. Sus atuendos le delataban como maestro de la escuela Kakita.
-Kakita-sensei -Dijo ella inclinándose hasta tal punto que parecía exagerado.
-Levanta, Nailah -se acercó a ella, pero los ojos de ella se desviaron hacía la katana que él llevaba enfundada.- Sigues deseándola ¿no?
-Sí -dijo ella, y acto seguido agachó la cabeza, avergonzada. En ese momento se dio cuenta de lo indecoroso de su atuendo y se apresuró a taparse.- La-lamento mi estado y mi falta de respeto, Kakita-sensei.

El hombre rió, y la carcajada sobresaltó a la samurái, haciendo que levantase la mirada, a esos ojos rasgados y muy marcados, de un color cobre parecido al de su piel, pero mas brillante. Volvió a posar la mirada sobre la katana de su antiguo sensei. Era una hoja Kakita, una de las pocas espadas legendarias que rondaban por el imperio y ella la había deseado desde el primer momento que la había visto en manos de su sensei. El acero era de las tierras del Cangrejo, bendecida por las fortunas, la había trabajado un gran artesano Kaiu, hacía al menos cuatrocientos años, en una de las fraguas legendarias del clan. Y el acero seguía brillando con la misma intensidad que cuando se le entregó a su dueño. 
En el interior del acero descansaba un kami, un gran kami de fuego que decían que podía derretir el acero con su mera presencia. Pero no era sólo el espíritu lo que le importaba sino la calidad de la espada, una espada trabajada con cariño, con mimo, con años de artesanía. Y la vaina era igual de sorprendente, trabajada con los mejores materiales y sin incrustaciones, ni ostentaciones, era simple pero bella. Esa espada había pasado de generación en generación en la familia de su sensei desde que se entregó a su ancestro.
-Adoras esa espada, pero eso es tu mayor defecto, pues quién sabe qué harás para conseguirla -la voz del maestro sonó algo más dura.
-Kakita-sensei, yo jamás...-dijo ella, pero él levantó la mano y la interrumpió.
-Ya no soy tu sensei, no tienes que tratarme como tal, si quieres la katana tendrás que arrebatármela en un duelo.

Nailah sonrió abiertamente y su mano buscó el mango de su katana sin pensarlo. Su sensei hizo lo mismo. Ambos se quedaron callados al instante, mirándose a los ojos, la mano del sensei tembló en el mango de la katana y Nailah soltó el mango, recuperando la posición.
-No voy a combatir-dijo ella y se dio la vuelta, oyó a su maestro temblar, dudar y erguirse.
-Nailah... ¿por qué te rindes? -Preguntó él, dubitativo- Habrías ganado...
-Pero la katana es suya, y no quiero ganarla así, ella vendrá a mí, es demasiado importante para ganarla de esta forma. -Ella empezó a andar hacia la puerta, recogiendo la peluca que había en el suelo, de un color blanco como las nubes.
-Tengo una ultima pregunta... ¿por qué elegiste ese nombre gaijin en tu gempukku en lugar de cambiártelo?-Dijo el hombre.
-Porque quiero demostrar que da igual quién fueras,  lo importante es quién eres, Kakita-sensei, eso es algo que me enseñó usted -dijo ella inclinándose levemente en señal de despedida a su sensei. 

Después, lanzó la peluca al suelo, ya no la llevaría maá, ya no seguiría las normas de esos cortesanos que se avergonzaban de su herencia, ella no.

Kakita Nailah, Duelista Grulla.

miércoles, 6 de enero de 2010

Muñeco





Las velas temblaron, por culpa del viento que recorrió la estancia. Era un lugar lóbrego, sin ninguna ventana que diera al exterior. El único contacto con el mundo era una pequeña puerta de madera, sin ningún detalle salvo una marca dibujada en blanco.
En el cuarto apenas había cosas, una mesa del mismo material que la puerta, llena de telas e hilos. Varios libros se esparcían por toda ella, folios de patrones y varias soluciones en frascos. Solo un armario vestía las paredes, desde el suelo hasta tocar el techo. En el centro de la sala había un pentagrama a medio dibujar y en el centro de este un muñeco de trapo inerte a lo que pasaba a su alrededor.
De lo que parecía la cabeza del muñeco brillaban dos pequeñas gemas, a modo de ojos, de un color verde. La nariz estaba hecha con un botón de alguna túnica que el señor había arrancado. La boca, era apenas unas cuantas puntadas de aguja, cerrando un corte que hacia agujero.
Dos extremidades colgaban de lo que era el tronco, un viejo saco de patatas relleno de algodón. No tenia dedo alguno. Era un muñeco de trapo que bien podía haber sido de cualquier neo nato.
El hombre terminó el pentagrama y se levanto con un pequeño quejido, su edad ya se hacía notar y le faltaba el tiempo, si tuviera todo aquel tiempo que de joven había desaprovechado...Se sacudió la cabeza diciéndose que así no conseguiría nada. Se movió hasta la puerta y la cerró, dando dos vueltas a la llave para que nadie pudiera molestarle.
Anduvo hasta el atril que estaba situado delante del pentagrama, se arremangó la túnica, preparándose para lo que le acontecía. Miró la página que tenia señalada, leyendo las primeras letras, eran rúnicas, de un lenguaje que se remontaba a los albores del tiempo. Saco de una bolsa que llevaba a la cintura unos polvos, había tardado un mes en encontrar las hierbas y machacarlas, pues tenían que crecer bajo ciertas condiciones.
Las lanzó al circulo, dibujando lo que parecía una cruz, o una equis, depende de como se mirase. Empezó con el cántico, las letras salían de su garganta, profundas, y retumbaban en la pequeña estancia, haciéndose notar. El volumen aumento y la sala empezó a vibrar, los polvos que estaban sobre el suelo brillaban y temblaban e iban juntándose hacía el centro, adheriendose a la piel del muñeco de trapo.
Los años empezaron a pasar rápidos por el anciano, siendo casi viejo. Su barba se volvía gris por momentos, abandonando el blanco puro que antes había tenido. Sus manos se arrugaban como pasas, su espalda se encorvaba, cansada, su voz se hacía cada vez mas floja, siendo apenas un susurro, en ese momento cogió un orbe, de color verde, las velas del cuarto se había apagado pero aquel orbe emitía suficiente luz como para iluminar la sala entera.
Avanzó por el circulo, el polvo se había depositado sobre el tronco del muñeco haciendo una forma, un símbolo, el mismo que había en la puerta. El anciano coloco el orbe allí y este relampagueo un momento y después, se introdujo dentro, la sala quedó a oscuras completamente. El hombre caminó lento, hasta llegar a las velas y las encendió una a una, la sala estaba como antes de todo, nada se movía, el muñeco seguía inerte en medio del circulo.
Un minuto pasó y después otro y la sala se mantenía en silencio. Las llamas crepitaban y se movían de un lado para otro, el viejo tosió y su espalda se encorvó. Pasó la manga por la boca, al mirarla, una mancha oscura asomaba en ella.
Un movimiento hizo que girara la cabeza, al centro del la sala, el muñeco seguía ahí inerte, pero había un brillo nuevo en sus ojos, la gema brillaba con luz propia. El muñeco movió levemente el brazo dejándolo caer, el hombre se movió unos pasos, el muñeco levantó el otro brazo y volvió a caer.
El hombre parpadeo, incrédulo, sus manos temblaban, mezcla de la emoción y el frío que recorría la estancia de piedra. El muñeco movió las piernas y poco a poco fue repitiendo el proceso. Levantó las manos y las acercó a su cara tocándose el cosido que simulaba su boca, pareció como si fuera a gritar. El hombre se movió hasta el muñeco, despacio, trastabilló y tuvo que apoyarse en el atril, el muñeco reparó entonces en el anciano apoyado en el atril, y se movió hacia atrás asustado. El anciano quiso decir algo pero la voz se le ahogo, débil. El muñeco se levantó y cayó al suelo, pues sus piernas no fueron capaces de aguantarle, el las miro y un brillo salio de sus ojos, estaba temblando. Volvió a intentarlo, sus manos se apoyaron en el suelo y volvieron a hacer fuerza, sus piernas se doblaron y volvieron a intentar aguantar su peso. Consiguió levantarse, la piernas temblaron y el muñeco volvió a caer al suelo, impotente.
El anciano quiso moverse a ayudar a su criatura pero el muñeco levanto la mano haciendo un alto al viejo apoyado en el atril. Se quedó un momento quieto, mirando al muñeco, lo intentó por tercera vez, luego vino una cuarta y después de esta una quinta. Al final, el muñeco se levanto, aguantándose sobre sus menudas piernas. Dio un paso, y después de ese otro y repitió la operación hasta acercarse al hombre que se sujetaba a duras penas en el atril. Al ver al muñeco avanzar hasta el se dejó caer en el suelo, con un pequeño golpe, sus fuerzas decaían y la visión se tornaba borrosa.
El muñeco llegó hasta la altura del anciano, hizo varios gestos abriendo el cosido que tenia por boca, que cedió levemente y emitió un quejido, se salio algo de algodón perteneciente al cuerpo del muñeco, este recogió lo caído y lo volvió a introducir dentro de su cuerpo, parecía avergonzado.
El anciano alargó la mano rozando la cara del muñeco, este levantó su brazo y rozó la mano del mago, volvió a abrir la boca, un quedo salio, un ruido hueco y un pequeño susurro que el anciano escucho perfectamente.”Papa..:”. El anciano sonrió, el abatimiento abandonó su cuerpo, sus ojos se fueron cerrando poco a poco y una frase abandonó sus labios “gracias...hijo”.
El anciano cayó inerte al suelo y la puerta se abrió poco a poco, gracias a las ordenes del difunto conjurador. El muñeco se quedó quieto, delante del anciano. Le toco varias veces la pierna intentando llamar su atención, varios gemidos salieron de la boca, llamaban al hechicero muerto, “Padre”, repetía una y otra vez mientras le golpeaba inútilmente en la pierna. Sus ojos brillaron en verde mientras dos pequeñas gotas caían al suelo, dos lágrimas de color verde que brillaron antes de caer contra la piedra y apagarse entre las juntas de las baldosas.
El muñeco desistió, cansado, se arrastro al rededor del anciano, tropezando varias veces, cayó de rodillas y golpeo el suelo, las piernas le temblaban. Poco a poco se arrastró hasta la puerta y giro la cabeza, vio al mago tendido, su rostro no parecía contraído por el dolor, estaba alegre, toda la grandeza del mago se veía reducida a la felicidad de un hombre que había alcanzado su meta, el muñeco intento sonreír, imitando al mago pero no lo consiguió, las costuras le retenían la boca, o quizá es que realmente no podía, no importaba. Miró fuera de la puerta, unas escaleras subía hacia arriba, allá al fondo se veía algo de luz, el muñeco se despidió del anciano con la mano y comenzó a escalar, camino a la salida.