viernes, 1 de abril de 2011

Hida Hiroko II


Los pasos retumbaban en el tatami, se acompasaban, adelante y atrás, en una combinación arrítmica. Hiroko contuvo la respiración, observando a su alrededor, sus manos aferraban fuertemente el tetsubo que Hiroki le había regalado.
El pelele se encontraba delante de ella, y también detrás, y a la izquierda y a la derecha. Los cuatro peleles estaban en su posición. Eran muñecos de madera que Hiroki usaba para entrenar con ella, para entrenar los múltiples enemigos.

Los muñecos empezaron a moverse en la mente de Hiroko, danzando alrededor suyo. Sus miembros de madera empezaron a convertirse en manos que sostenían espadas. Sus piernas se separaron del suelo, y ellos empezaron a moverse, cada uno individualmente, mientras la acechaban para atacar. 
El primero fue el de la parte de atrás, Hiroko se movió ligeramente hacia el lado y girando sobre sus tobillos ladeo al hombre golpeándole en la espalda con el tetsubo, y haciendo que cayera al suelo, demasiado herido para levantarse. Los otro dieron un paso para atrás, asustados por el golpe, pero fue sólo un amago. El que tenía a la derecha se dirigió, con la katana desde arriba hasta abajo, ella colocó el tetsubo para protegerse, como le había enseñado Hiroki, para después desviar la espada hacía abajo y golpear con su tetsubo hacia arriba. El hombre cayó al suelo, con la cara destrozada por el impacto. El siguiente no esperó a que se diera la vuelta, y saltó a la carga, apoyado por el otro, ambos golpeaban a la Cangrejo mientras esta bloqueaba arriba y abajo, rápidamente con su tetsubo mientras movía sus pies con rapidez, como le había enseñado su madre. 

Hiroki le había dicho que cuando no pudiera golpear, debía debilitar a sus enemigos, dejar que se cansaran. Estuvo bloqueando hasta que vio el cansancio en los ojos de los bushi. Blandió el tetsubo con rapidez y golpeó al primero en el pecho, rompiendo su armadura en pedazos y dejándolo en el suelo, el segundo dio un paso atrás asustado, pero aferró fuerte su arma, Hiroko no dudó, saltó encima de él aplastando su cabeza con el arma. El cuerpo se desplomó, inerte. Hiroko jadeó, cansada, se apoyaba con las manos sobre sus rodillas, y el sudor empapaba su cuerpo. Se secó con un paño que había traído, dejándolo en un cubo que tenían en el dojo para tal fin y se sentó a descansar. 

Su corazón latía fuertemente, aquellos combates eran extenuantes y eso que los peleles no se movían… Se moría de ganas por ir a las Tierras Sombrías a cumplir su Gempukku. Había escuchado mil veces las historias que su tío le contaba sobre las Tierras Sombrías, sobre las criaturas que moraban allí, los muertos que se levantaban, los demonios que hacían que tu alma se consumiera en llamas, los ogros tan grandes que llevaban troncos de árboles como armas, las oleadas de innumerables trasgos que azotaban las tropas sin descanso alguno hasta su extenuación. Hiroki le había contado cada una de sus expediciones, de sus batallas, de sus victorias y también su Gemmpuku, donde consiguió la cabeza de un gran ogro, todo el mundo estuvo muy orgulloso de él.

Hiroki siempre se las había contado con una mezcla de orgullo y terror, quería atemorizarla para que ella no fuera, pero cada vez que le contaba esa sensación en batalla, cuando todo su cuerpo se ponía tenso, y casi sin pensar, por pura inercia sus manos se movían, golpeando los cuerpos de los enemigos y protegiéndose de ellos, cuando los kamis de fuego recorrían su cuerpo dándole energía y los kamis de tierra lo hacían como una montaña impracticable.
Ella le admiraba, quería estar con él en batalla, ver lo que mil personas contaban contaban sobre La Montaña, el terror de las Tierras Sombrías; los Hiruma bromeaban diciendo que los trasgos contaban historias a los más jóvenes, diciéndoles que un demonio con caparazón de Cangrejo iría a llevárseles si no hacían caso y los Onis mas grandes temblaban con el simple hecho de escuchar ese nombre de los labios de alguien. Los más atrevidos incluso decían que en las Tierras Sombrías le llamaban “el que no debe ser nombrado”. Hiroko sonrió, las historias de su tío eran impresionantes. Incluso intentó en varias ocasiones leer la novela que su otro tío había escrito, aquella interminable epopeya, que usaba más como pesas que como libro de dormir.

Cuando Hiroko levantó la cabeza, la luna despuntaba en el cielo, en un cielo descubierto, y desde el Tengoku reflejaba su imagen en las aguas del Nigen-do. Por la posición de la luna, debía pasar de medianoche, y sabía que por la mañana su tío era implacable con los que dormían poco. Sus pasos se alejaron de aquel destrozo, con el suelo lleno de los peleles, entre madera y paja.
Al salir sus ojos pararon en una puerta que no había visto antes, oculta debajo de la escalera. Era una pared falsa. Hiroko apretó la puerta, deslizándola luego hasta dejarla abierta. Dentro no había luz alguna, sólo la completa oscuridad. Cuando dio un paso hacia delante, una pequeña ráfaga de aire golpeó la cara de la chiquilla, la cual dio un paso hacia atrás, asustada. Aquel viento le había helado el corazón y le parecía que también le había llevado un mensaje, un mensaje cargado de maldad. 

Hiroko miró hacia los lados, confundida y vio un pequeño mueble con una piedra de fuego y una antorcha colgada encima del mueble, en la pared. Rápidamente cogió la piedra encendió la antorcha, que crepitó débilmente, dando un pequeño haz de luz a la habitación. Era un pasillo corto, de apenas un metro y poco que desembocaba en una puerta de madera, con una cerradura de metal, digna de un artesano Kaiu. La puerta tenía un kanji grabado en ella “redención”. Otra ráfaga de aire paso a través de ella, volviendo a llevar ese sentimiento frío y un mensaje, un nombre…le pareció oír Hiroki.
Ella se acerco mientras la llama luchaba por resistirse, por mantenerse viva, como si luchara contra algo.
La puerta grande hizo un pequeño ruido y se abrió, apenas unos centímetros, dejando una pequeña obertura por donde ese frío gélido salía.
La llama crepitó, haciéndose un poco más pequeña, como si se hubiera asustado.

Hiroko avanzó hasta tocar la puerta, su corazón latía fuertemente, casi desbocado, aquello que había detrás de la puerta la asustaba y la intrigaba. Empujó ligeramente con los dedos, haciendo que se abriera, dejando ver una capilla. La capilla tenía el mon del clan Cangrejo dibujado en una gran tela, con un tono negro como la noche. Delante del mon, una pequeña estatuilla de un cangrejo, el cangrejo luchaba contra una sombra que lo devoraba. Al lado una urna que contenían unas cenizas y un nombre escrito “Hida Hiroshi”. En el suelo, reposando, una caja de metal, negra como la noche. En la caja había dibujada una historia, una historia de un cangrejo, que salía de la playa, para buscar alimento y se internaba en una selva oscura, oscura como la noche que lo fue devorando, hasta convertirse en un animal de aquella selva oscura, y empezó a cazar a sus compañeros cangrejos, devorándolos. Hasta que otro cangrejo le derrotó, devolviendo su cuerpo a la playa, para que todos recordaran porque no debían de internarse en la selva oscura.

La caja estaba cerrada con cadenas de metal y varios candados que parecían muy resistentes.
Aquella caja empezó a llamar su atención, como si la llamara, como si la instara a abrirla, a descubrir qué había dentro. Sus manos se movieron, como por instinto, acercándose lentamente hacía aquella caja misteriosa. Algo la detuvo, y por un momento notó el frío aquel que la rodeaba, colándose por cada rincón de su cuerpo, y como poco a poco iba desapareciendo, retirándose, tal como el fuego lo había hecho.
-Hiroko -sonó una voz profunda y fuerte, era la voz de su tío, que la llamaba desde la puerta. Ella se giró algo avergonzada, su cara estaba roja de vergüenza y su cabeza se agachó por haber ofendido así a Hiroki.-Ve a la cama, es tarde -concluyó el Cangrejo, con tonó mas afable. Ella no pudo moverse, le temblaban las piernas.
-Lo siento mucho Hiroki-sama -dijo mientras se mordía el labio.-No quería….

El cangrejo se adelantó, abrazándola, ella sintió el calor que emanaba el cuerpo del Cangrejo; como había escuchado tantas otras veces, los kuni decían que los kamis del fuego hervían dentro de Hiroki.
-No es culpa tuya, ahora vete a dormir -contestó él, mientras la acompañaba hasta la puerta. E

lla se dejó llevar, hasta haber salido de aquel cuarto, y del pasillo oculto. Allí ella avanzó hasta las escaleras para subir a su cuarto, y se detuvo antes de subir.
-¿De quién es la capilla? -Preguntó Hiroko.
-De mi padre -la voz del cangrejo se apagó, pero sus ojos siguieron mirando con ternura a la joven chiquilla, esbozó una sonrisa y atravesó la puerta que llevaba a la capilla oculta.

Hiroko subió algo confundida, y al meterse en la cama, los pensamientos de aquella capilla le asediaron y en sus sueños apareció un hombre, un hombre que portaba una armadura negra como el carbón, con el mon y la figura del cangrejo retorcidos en una blasfema burla.

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