martes, 22 de diciembre de 2009

Cementerio





Paseo por aquel cementerio, los pasos se oían repetidos por el eco de aquellas losas de piedras. Los nombres grabados se difuminaban en mi memoria, las inscripciones en francés siquiera llegaban a entrar pues en mi corto entender nunca tuvo lugar la lengua de los hombres al norte de España, o como los llamaba cariñosamente. Gabachos.
Un árbol marcó que tenía que desviarme a la derecha, pero me quedé allí, pensativo, mirando aquella losa, mi memoria recorrió muchos años atrás, a un invierno lejano, cuando los sueños eran muchos y la esperanza se conservaba al igual que la pasión.
En la losa había una pequeña manta. De colores blancos y rojos, decorada por motivos de cerezas. Encima de aquel mantel se brindaba un pequeño almuerzo, un par de emparedados, una botella de zumo, de algún supermercado local.
A los lados del mantel una pareja compartía la comida.
Ella era bajita, se encontraba apoyada en una piedra con una pierna cruzada por debajo de la otra, su pelo caía, hasta tapar mas de la mitad de la espalda, de un color castaño. El la miraba ensimismado, reía mientras la miraba a los ojos distraído, su miraba no paraba en otro lugar, ni en las tumbas, ni en el paisaje, ni en la iglesia que coronaba el lugar y ella le explicaba como era, de estilo barroco.
La imagen se difumino y el rozo la losa, intentando rozar aquel mantel que había desaparecido, torció el camino y siguió recto, mas tumbas, de muchos franceses, en cuanto avanzaba veía nombres mas españoles, antiguos exiliados que habían preferido morir en suelo francés a morir en el suelo de una España que no era su España. Vio otra vez la imagen, la pareja andaba entre las tumbas, ella las miraba, ojeaba cada nombre y le hablaba a el, le decía quien podían ser, porque habían huido, imaginaba cuales serian sus oficios en Francia, cuanto echarían de menos. Ella se dio la vuelta y corrió hacia el, su pelo ondeo en el viento y su cuerpo se estremeció al contacto con el de su pareja, el la abrazo dulcemente, dejando que se cobijara entre sus brazos.
-Imaginate que nos llega a pasar a nosotros, que estamos allí-dijo mientras le abrazaba-tuvo que ser horrible.
El la abrazo mas fuerte besándola en la cabeza y susurrándole unas palabras de consuelo, la sonrió y la beso dulcemente, mientras sus manos se posaban en su cintura, la elevo con cierta facilidad y le dio una vuelta, ella sonrió y el llevo sus labios con los de ella mientras la apretaba contra el, la imagen volvió a difuminarse.

Las tumbas fueron dejando paso a un claro, algo apartado, no había ningún alma allí, hacia demasiado tiempo que la gente había olvidado el nombre que allí estaba. Paseo hasta el claro, melancólico en el medio de aquel lugar había una tumba, mas grande que las demás, atada a ella una bandera llena de polvo y suciedad descansaba, llevaba tres colores, a el se le acelero el corazón recordándolo.
Las visiones volvieron, veía a la pareja llegar hasta allí. Ella llego primero, a la carrera, el detrás con una cara de reproche, habían sido los primeros. La chica rebusco rápida en su bolso, y saco un pequeño tarro. Miro al chico esperando su aprobación, el le sonrió. Ella inclino la cabeza y se dispuso a hablar.
-Don machado-dijo con voz dulce y serena-Se que no es mucho, y es mucho menos de lo que merece, pero ya que no podemos hacer que vuelva con su esposa, le hemos traído un trocito de ella.
La chica abrió el bote, lleno de tierra y la esparció por encima de la tumba, el chico la ayudo, vaciando la ultima parte del bote, ella la abrazo.
-ojalá nunca nos pase esto, quiero estar al lado tuyo, aunque este muerta-dijo ella mientras sus ojos se llenaban de lagrimas apunto de caer. El la abrazo de nuevo, le dijo que siempre estarían juntos, que ni la muerte podría separarlos y que su espíritu siempre buscaría al de ella, porque desde siempre había estado destinado para ella. Ella lloro, le beso y le dijo que le amaba. El le dijo que siempre estaría a su lado, le hizo prometer que ella también lo estaría. La imagen volvió a difuminarse. Estaba de pie junto a la estatua, Saco un pequeño tarro lleno de tierra y lo esparció por la tumba.
-Yo también se lo que es perder a tu mujer, amigo poeta-dijo mientras miraba la tumba abstraído- lo que es perder a tu musa, tu amor, lo único que te importa mas allá incluso de la poesía-hizo un alto, la voz se le quebró-al menos puedo traerte su tierra amigo, porque nadie puede traerme nada de ella.
El hombre se fue después de vaciar el tarro, por el camino que había cogido, pero las imágenes no le siguieron, permanecieron en el cementerio, porque ese era su lugar, siempre juntas, pues eran recuerdos que no le pertenecían a el, si no al lugar y así vivirían siempre juntos, junto a la tumba del gran poeta.