jueves, 10 de marzo de 2011

Bayushi


Los pasos se apresuraban hacia el templo, como si un diablo los persiguiera hambriento de devorar el alma que corría delante de él. Era una mujer joven, bastante hermosa, su kimono delataba los colores del clan Escorpión. El rojo se mezclaba con el negro, resaltando el mon dorado que se dibujaba en su kimono, un escorpión encerrado en un circulo.

Alguien gritó un nombre, pero ella no se giró para saber quién era, solo corrió más rápido, sujetándose su tripa, que con 8 meses ya era lo suficientemente grande como para molestarla. Sus pasos se hacían cada vez más torpes, y el cansancio invadía su cuerpo, haciendo que disminuyera su velocidad.

Detrás de ella los cascos de los caballos empezaron a sonar y las voces desgarradoras de sus perseguidores se acercaban cada vez más hasta casi tocarla. Solo tenía que llegar al templo.

Apenas le faltaban unos metros.

Oyó una de las voces que la perseguía, la del hombre que había desgarrado con su espada de demonio a sus compañeros. Aquel que portaba pelajes de otras tierras, de tez oscura como las tierras sombrías y alma todavía más oscura.
Ella se giró instintivamente, como si aquello pudiera salvarla. Sus pies tropezaron, y cayó al suelo, a los pies del templo, golpeándose contra la cabeza. Por un momento todo lo vio nubloso, los caballos se difuminaban, y las formas que presentaban sus jinetes se asemejaban más que nunca a los demonios de los cuentos que se contaban en Rokugan, los demonios que vivían mas allá de las tierras de los Cangrejo, donde estos detenían su paso.
Los demonios reían mientras se acercaban, la señalaban con sus extrañas hojas, hojas curvadas como cuando la luna se escondía para no ver las vergüenzas de los seres humanos.

El jefe se acercó, ella seguía mareada y un liquido caliente resbalaba por su frente y su cara, manchándola del mismo color que adornaba su kimono.
-Tu hora ha llegado, traidora- oyó escuchar al hombre que levantaba su arma para asestarle el último golpe.

Ella cerró los ojos fuertemente, sujetando su barriga y al niño que portaba dentro. Sujetándolo fuertemente, como si así pudiera protegerlo de aquella estocada, como si su vida fuera a servir para que él viviera, pero el niño era demasiado pequeño, demasiado pequeño para poder vivir si ella moría. 
Sus lágrimas afloraron, recordó su niñez en la pequeña aldea, en aquel caserón que su padre más tarde perdió, su traslado a la ciudad, su aprendizaje en la escuela Bayushi. Más tarde ingresó en la corte hasta que se hartó y escapó con aquel grupo de artistas, allí le conoció… El tiempo se hacía eterno mientras esperaba la estocada, había escuchado varias veces aquello de que el tiempo se detenía y veías tu vida pasar delante de ti, pero notaba que el tiempo seguía y nada pasaba.

Abrió lentamente los ojos, una sombra enorme caía sobre su cuerpo, ocultándola por completo. Delante de ella se erguía un hombre tan grande como el caballo que portaba al demoníaco jinete. La vista de la mujer fue centrándose. Aquel hombre estaba delante de ella y sujetaba con su mano la hoja curvada del Unicornio. Tenía el pelo largo que caía por su espalda, sujeto por una cinta. Su espalda era inmensa, recubierta toda con una cota de metal, en la que se dibuja el gran mon del clan Cangrejo.

El jinete intentó deshacerse de la pinza del intruso que aferraba el metal con su mano, pero era inútil, era como si la espada estuviera pegada a la mano del Cangrejo. Intentó encabritar al caballo, haciendo que se levantara para golpear el pecho del Cangrejo, pero este cogió las riendas que caían y obligó al caballo a bajar, haciendo caer al Unicornio de su montura.
-¡Sucia escoria de las Tierras Sombrías! -Gritó, escupiendo las palabras, como si con las propias palabras pudiera herir a su oponente.- Vuélvete detrás de tu muralla, a ocuparte de demonios y fantasmas. Este es mi trabajo.

El cuerpo del Unicornio se adelantó, como si pudiera intimidar a todos los que había allí con una simple mirada. Sus compañeros, no sabían qué hacer. Algunos tenían la mano en sus espadas, otros en las riendas de sus caballos, para tranquilizarlos. Pero todos tenían miedo a esa figura que protegía a la pequeña Escorpión, a la sombra de aquel templo, bastante austero, con una pequeña pluma de color jade adornando su entrada.
El Cangrejo no se inmutó ante las amenazas de su contrincante, ni se movió ni emitió ninguna frase, sólo se mantenía quieto, como una montaña, con la espada que le había arrebatado de las manos. El Unicornio no se atrevía a adelantarse más, pero no daba un paso hacia atrás, no podía, porque entonces sus hombres perderían el valor.

El Cangrejo soltó la espada al suelo, limpia, el acero no había conseguido traspasar su piel.
-Márchate, y no vuelvas por estas tierras -La voz era profunda, con mucha fuerza y un toque de tristeza melancólica que afloraba de los más profundo de su ser y se expandía con cada palabra que sonase.
-¡Han pasado contrabando por las tierras del Unicornio, y tengo potestad del Imperio para ejercer la ley! -Gritó el Unicornio mientras enseñaba la placa con el loto imperial.
-¡Esta tierra no pertenece al Uniconio, ni al dragón, ni al mismísimo Imperio! -Gritó el Cangrejo, su voz resonó por el lugar, haciendo que los caballos y sus jinetes agacharan la cabeza.-Aquí tus leyes no tienen validez.

El Unicornio apretó los puños, enfurecido, aquel hombre se estaba burlando de él en su propia cara. El Cangrejo se dio la vuelta, se agachó donde estaba la joven y la cogió en brazos. Ella notó el metal contra su cuerpo. La cara del Cangrejo lucía varias cicatrices de batalla, al igual que otras que salían de dentro de su armadura y parecía que se internaran hasta recorrer todo su cuerpo. La armadura tocaba su cuerpo, pero no llegaba a enfriarla, aquel hombre desprendía un calor especial, como si los kamis de fuego se escondieran en su interior. 
Ella vio la mirada del Unicornio lleno de ira y cómo miraba a sus compañeros, que estaban quietos, sin atreverse a moverse. Furioso, el Unicornio saltó hacia uno de los caballos, desenvainando una de las espadas que colgaban del animal y, dando un salto, se abalanzó sobre el Cangrejo. La mujer gritó y la montaña deslizó su mano hasta una de las armas que llevaba colgada del cinto, un testubo, y de un tirón deshizo las ataduras y, golpeando el arma del Unicornio, la partió en mil trocitos que salieron volando por el suelo.

La mirada del Unicornio era de perplejidad y asombro, apenas había levantado aquel instrumento con una mano y había hecho añicos su preciada espada.
-Hiroki, te he dicho siempre que en mi templo no se desenfunda un arma -dijo una voz proveniente del interior del templo, seguida por unos pasos. Cuando se acercó lo suficiente para que la luz de la luna lo alumbrase, vieron a un hombre. 

No aparentaba muchos años, pero si alguien le hubiera mirado a los ojos hubiera dicho que aquel hombre había vivido siempre. Portaba el pelo rapado, con unos ropajes verdes, muy austeros, no llevaba adornos. En su cuerpo se exhibían partes de tatuajes que subían por sus brazos, trepaban por su cuello y se adaptaban a su cuerpo. En la mano sujetaba un bastón.
-Hiroki…-dijo uno de los jinetes que miraba perplejo al hombre que estaba delante de ellos, con la mujer en los brazos- Señor Moto, es él, el que volvió de las Tierras Sombrías.

Sus palabras hicieron mella en el ánimo de todos los jinetes, incluso su señor vaciló dando varios pasos atrás. Todos habían oído hablar de Hiroki Hida y la Pluma de Jade, eran una leyenda en Rokugan.
El Unicornio se dio la vuelta, y subió a su caballo.
-Cangrejo, hoy me marcharé, pero cuidado, porque esta afrenta no quedará así. 

El Unicornio espoleó a su caballo y marchó, con la comitiva detrás. Todos se giraron, observando a aquel guerrero que había vuelto de lo más profundo de las Tierras Sombrías.
Hiroki sonrió a la joven, una pequeña Escorpión, ella estaba asustada, los kamis de fuego de aquel hombre bullían dentro de él, incapaces de apagarse con agua.
El monje se acerco al guerrero y puso los brazos para que la depositara.
-Déjamela a mí, yo me ocuparé de sanarla.

Hiroki accedió, dejando a la pequeña en brazos del monje, cuando él la dejó con el monje, notó como si todo su cuerpo se relajara, como si el miedo no pudiera alcanzarla entre los brazos de aquel pequeño hombre, como si la muerte no se atreviera a aparecer para llevarse su alma. Notaba cómo cada elemento se mezclaba dentro del monje con total equilibrio, sin desbordar ninguno más que otro.
-Tengo que ir a hablar con ella -dijo Hiroki, su voz se tornó queda de pronto, todo el fuego que había derramado su espíritu se extinguió, dando paso a una tranquilidad, a una triste tranquilidad, ella notó cómo los elementos en su interior se desestabilizaban y el agua desbordaba, triste, queriendo salir de su cuerpo.

El monje se compadeció de él, se conocían de hacía mucho tiempo, y él le comprendía, sabía qué sentía, qué pensaba, qué quería. Pero también sabía que su dolor nunca se apagaría.
El monje dio la vuelta, tenía que atender a la mujer y el Cangrejo se quedó en la puerta de aquel templo, mirando al cielo, como si pudiera darle alguna respuesta. Estaba quieto, firme, como si nada pudiera moverle, como si nada pudiera derribar su espíritu. 
Había escuchado hablar de La Montaña y ahora sabía por qué le llamaban así. Pero mientras entraba en el templo, vio el reflejo de una lágrima y supo que hasta la más dura y seca de las montañas guarda en su interior algo de agua para quien consigue entrar en lo más profundo.

1 comentario:

  1. Me encanta, ya lo sabes. La verdad, estoy zipeada y no sé muy bien qué decirte xD
    Todo lo que escribes es muy emotivo, transmite muchas sensaciones. Me gustaría que escribieras algo más personal, más para mí xD

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