lunes, 21 de septiembre de 2009

Biblioteca







Las semanas habían ido transcurriendo en el aquel pueblecito alejado de la mano de Dios. El dolor cada vez menos tangible se desvanecía durante aquellas largas horas de clase en que los alumnos, sumergidos en la explicación, me miraban absortos en mi pulpito. Sin duda esas cosas me recordaban a cuando daba clase en la ciudad, aunque allí nunca se dio esa atención como la de los practicantes cuando van a misa y el cura empieza su sermón.
Las horas que no pasaba dando clase se convertían en un suplicio, en una espera demasiado larga en la que los que recuerdos me asediaban, acosándome en cada esquina, en cada objeto y sobretodo en cada olor. Me había prohibido salir a pasear al campo, pues la primera vez casi no soy capaz de volver atado por una mezcla de tristeza y ensimismamiento.
A su vez, mi dieta se había reducido a legumbres, lo único que podía pagar con mi ajustado sueldo.
La casa que me prestó el alcalde…bueno… siempre fui una persona simple, sin muchas pretensiones materiales así que me vino estupenda para encontrarme cara a cara con mi soledad. Era una casita situada en el final del pueblo, lindando con el vergel que se extendía anunciando la primavera. El comedor, el cual podía recorrer en tres zancadas, estaba amueblado con un pequeño sillón, una mesilla que bien llegaría a las rodillas y de un área suficiente para una taza y un libro de bolsillo, había una estantería semi-vacía, digo semi-vacía porque dudo que alguna vez fuera a estar llena. Las paredes lucían con cuadros de caza e imágenes de santos, las cuales me apresuré a quitar y devolver al alcalde con la excusa de que seguramente algún devoto las necesitaría mas que un humilde ateo. Desde el primer momento aquella revelación de la no creencia supuso un golpe duro para unos conservadores pueblerinos, pero supuse que podría remediarlo de alguna forma.
El resto de la casa consistía en un pequeño cuarto de baño, la cocina y un cuartito en el que cabía una cama si tenías un master en tetris…
¿ves isabella? Ni aún en medio de la nada puedo…


La casa en general podía decirse que era una chabola, pero eso si, no necesitaba mas para un par de horas que pasaba despierto en ella.
Aquel pueblo me ocupa las horas que en otro caso daría a pensar, me da la tranquilidad que necesita mi alma atormentada, dolorida, muerta… De vez en cuando sara sube al pueblo, es la viva imagen de tu madre, cada vez que viene tengo que aguantarme las ganas de llorar isabella, porque me viene su imagen ese día.

Tu estabas trabajando isabella, serian casi las 9 de la mañana. Yo tenía que entregar un proyecto para que me dieran un presupuesto para iniciar la investigación, pero me había levantado con fiebre y dolores de cabeza. Tu madre estaba trajinando en la cocina exprimiendo unas naranjas como le delataba el sonido inconfundible del exprimidor y aquella sonrisa con la que se levanto de la cama semidesnuda añadiendo: “ahora vengo amor”. Aun puedo oler el olor de aquella naranja, y las tostadas con mermelada y manzana corta a cachos, como hacía siempre que me veía decaído… Fui a levantarme, a ir a entregar el proyecto pero ella se ofreció a llevarlo, tenia libre en la universidad, no tenía que dar clase hoy…me acuerdo de sus palabras de lo que dijo de lo que llevaba en ese instante : “vuelvo en nada, tranquilo”…”mas te vale” fue mi respuesta, fue lo último que le dije, ella se fue riendo, con esa sonrisa que tanto me enamoró. Me había prometido no llorar isabella, pero cada vez que lo recuerdo soy incapaz de cumplir mi promesa…Hay muchas cosas que no sabes y que nunca has sabido, quizá te las cuente, para que mi vida no sea solo una historia mas y sobretodo para que la suya pueda ser recordada, al menos como la viví yo…

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