martes, 4 de mayo de 2010

Hiruma Tomoe


Las flores del cerezo caían sobre el tejado del porche de la casa de Tomoe. Ella miraba por la ventana. Era muy pronto para salir, su marido todavía dormía en la cama. Se encontraba desnuda, tapada por una ligera sábana de seda. Su cuerpo se dibujaba perfectamente, ayudando a la imaginación.
Se levantó con sigilo para no despertar a su marido y caminó hacia el cuarto de baño. Según andaba iba recordando los momentos de la noche anterior. Su marido había querido otra vez estar con ella, en la intimidad, y otra vez la había tomado. Le repugnaba tanto el contacto con aquel hombre…

Un escalofrío recorrió su cuerpo y se metió en la bañera, con el agua caliente. Necesitaba olvidar aquella noche, aquel hombre, aquel contacto. Se frotó fuertemente los brazos, esperando así poder limpiar todo su cuerpo. Sabía que eso no estaba bien, que tenía que amar a su marido y respetarlo, pero no lo conseguía, él no le gustaba, no era la persona que despertaba sus más vergonzosos instintos. Su mente se fue hacia su rostro, vio a la persona a la que le profesaba su amor secreto. Recordó su cuerpo y sus manos buscaron debajo del agua hasta encontrar respuesta a sus oraciones.

Cuando salió del baño su marido ya se había ido, la habían casado con un importante diplomático imperial, por todos sus logros y además para estrechar las relaciones del clan con la familia imperial. Ella seguía manteniendo su apellido, gracias al favor del Emperador.
Después de vestirse se colocó su katana y wakizashi, aun no le habían asignado ningún grupo. Desde que vivía en palacio, sus actividades eran cada vez mas pasivas, nunca atendía misiones para su clan y su marido no le permitía ejercer misiones que pudieran poner en peligro su vida. Harta de todo eso, le pidió a la Voz del emperador algún trabajo, este la asignó como profesora de los grupos que estaban preparándose para ser magistrados esmeralda. Allí conoció a Nailah.

Paseó por el jardín de su casa, hacía un perfecto día, sin duda, ella estaría entrenando en el dojo del viento.
Atravesó el espacio que separaba su casa con el dojo del viento corriendo y se apresuró a decelerar cuando llegó a la puerta. Con mucho cuidado, abrió la puerta y se metió dentro, descalzándose para poder pasar. Los alumnos que estaban la saludaron como era debido y la sensei que estaba allí le profirió un caluroso saludo.
-Buenos Días Hiruma-san -dijo con voz dulce. Era una mujer bastante extraña para aquellas tierras. Llevaba el cabello blanco como la nieve, como los Grulla. Su tez era algo más morena, sus ojos muy rasgados, con unos labios bien perfilados. Era más alta que ella, aunque con un cuerpo grácil. Tenía grandes pechos que abultaban por el estrecho kimono que ella llevaba.
-Buenos días Nailah-chan -dijo ella algo mas descortés, pues se tomaba mil libertades con la pobre Grulla. 

Esta se avergonzó un poco porque la llamara así delante de sus alumnos e intento escurrir el bulto.
-Bien, clase, ahora que Hiruma-san esta aquí, practicaremos la lucha cuerpo a cuerpo -Nailah los repartió por parejas y ella misma se encaró con la Cangrejo que desanudo su kimono y soltó sus brazos por fuera, para ganar flexibilidad. Los alumnos emitieron un sonido al ver el descaro de la Cangrejo, que apenas contaba con unas vendas para tapar su torso.

La clase continuó y ambas lucharon, quedándose muy cerca. Tomoe notaba el olor del cuerpo de la Grulla. Era un olor dulce, no tan brusco como el de su marido, un olor agradable que le provocaba irrefrenables deseos de querer más. Tomoe intentaba mantenerse al margen pues cada vez que se acercaba a la Grulla su cuerpo se moví  irrefrenablemente hacia el de la chica, buscando su cintura, agarrándola disimuladamente para hacerle una llave o simplemente tumbándola para poder sentir el roce de su piel y el olor de su pelo.

Al terminar la clase los alumnos recogieron y se marcharon en orden, charlando acerca de la clase. Cuando todos se habían ido, la grulla suspiró profundamente.
-Te has pasado esta vez, Hiruma-san -dijo mientras frotaba su espalda- me has hecho daño.
-Oh, yo no quería…-respondió preocupada por la espalda de su compañera.
-Tranquila, mañana se me pasará -dijo la Grulla mientras hacía unos estiramientos- Espero que te den tu grupo pronto, no aguantaré esta marcha mucho tiempo -bromeó.
-Claro… seguro… -dijo apenada, no quería separarse de al lado de la Grulla, quería estar con ella, tanto por el día en el dojo, como por la noche en su cuarto, pero eso era algo que nunca le podría decir.- Déjame ver tu espalda, sé algo de ese tipo de lesiones.

La Grulla se sujetó el pelo con una cinta en una coleta larga y dejó caer la parte de arriba de su atuendo, justo hasta los codos, dejando su cuello y la parte de arriba de su espalda al descubierto. Tomoe se acercó, notaba su corazón acelerado, notaba como su piel se erizaba y un calor intenso empezaba a subirle entre sus piernas. Colocó las manos en la espalda de la Grulla, era una piel suave como la tela más exquisita que pudieran fabricar.
-Tienes una piel muy suave -comentó Tomoe que inspeccionaba cada parte de su cuerpo con minucioso detalle. Justo en la espalda, por encima del omóplato, tenía un tatuaje, un circulo negro que encerraba una pirámide- ¿y este tatuaje?

La Grulla se dio prisa por apartarse y tapar su desnudez.
-No se, lo tengo desde antes que tuviera memoria -contestó ella. Y disculpándose, se marchó por la puerta del dojo.

Tomoe volvió a casa, en su memoria volvía a ver la espalda de Nailah, con su tez tostada, tan perfecta, tan dulce, tan suave. Volvía a recordar el olor de su cabello, ese olor que le impregnaba el alma y hacía que un escalofrío le recorriera sus partes más intimas. Un calor que no podía sofocar empezó a nacer en lo más profundo de su ser. La deseaba, deseaba a la Grulla como nunca había deseado a nadie, como nunca desearía a su marido. Cuando llegó a casa, él todavía no había llegado. Mandó a sus criados a preparar un baño caliente como el de aquella mañana, lo necesitaba y aquella noche le daría igual que aquel hombre quisiera poseer su cuerpo, pues su alma estaría buscando la de la Grulla, al igual que su mente.

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