miércoles, 1 de diciembre de 2010

Hida Hiroki

Los golpes se sucedían uno detrás de otro, acompasados por una respiración agitada, por el cansancio físico que se había acumulado en su cuerpo durante toda la semana. Iba saltando hacía atrás y hacía delante, bloqueando golpes que le venían por todos los lados, esquivando y atacando. Su brazo caía como una columna, firme contra su objetivo y se detenía en el momento que la sombra imaginaria era golpeada, desapareciendo, pero había más sombras. Y cada vez se acercaban más, y su furia aumentaba, notaba su corazón latir cada vez mas fuerte, y un calor que emanaba de su mancha se extendía por su cuerpo, dominándolo.

Con una rabia arrebatadora, se lanzó contra las sombras que lo acechaban, debía de haber más de cien y por cada una que destruía, salían cinco más. Le iban golpeando una detrás de otra, en cada parte de su cuerpo, pero su cuerpo no cedía, no lo notaba cansando, notaba que la furia le dominaba y no pararía hasta estar muerto.
Las sombras le cubrían cada vez más, hasta hacer que no viera nada, sólo oscuridad, una oscuridad densa, como si de una grasa se tratase, le cubría el cuerpo entero, e intentaba inmovilizarlo, pero en medio de su furia, golpeaba aquellas sombras, su arma se había caído pero con las propias manos arrancaba aquellas sombras que se aferraban a su carne, desgarrándola. Pero por cada sombra que se separaba de su carne aparecían más que ocupaban su lugar, Hiroki sudaba sin saber como combatir a aquellas criaturas y cerró los ojos, impotente.

Al abrir los ojos, se encontraba en el claro en el que había estado entrenando, su daisho se encontraba apoyado en un tronco, justo al lado de la hoja Shizume que le había dado el padre de Tomoe.
Hiroki jadeaba, cansado, el sudor recorría sus brazos y su tetsubo se encontraba en el suelo, se había hecho múltiples heridas en los brazos con sus propias uñas debido al pánico de aquellas escenas. Apoyando la rodilla en el suelo intentó levantarse, pero un reflejo en jade llamó su atención desde el suelo. Al acercar la vista un poco más vio el colgante que su abuelo le había regalado, el verde que días atrás había lucido impoluto, ahora tenía una veta enorme de color negro obsidiana, que la recorría de arriba abajo, desde el centro, extendiéndose como el agua sobre el jade. Su martillo había quedado igual, por el poder de corrupción que Akuma no Oni había lanzado.

Agarró la pluma que reposaba sobre el suelo aferrándola con su mano, como si aquel acto pudiera retener a alguien.
-¿Qué puedo hacer, abuelo? -Dijo en voz baja, casi susurrando- No puedo proteger al grupo, ni siquiera he podido proteger los objetos que quedaron de ti, tu legado, ahora todo está corrupto, como yo, todo se pudre. Y me encuentro luchando en esta tierra, y a cada paso que doy hacia delante parece que doy cuatro hacia atrás.- Hiroki dio un puñetazo con su mano libre al suelo, maldiciendo su debilidad.- ¿Qué puedo hacer, abuelo? ¡No soy un héroe! No soy el samurai honorable de tus cuentos, no puedo hacer nada en este mundo oscuro, no puedo seguir…

Un pequeño tintineo llamó su atención, y el  sonido de un objeto golpeando el suelo hizo que se girase bruscamente hacia el tronco donde yacía su daisho. Y allí seguía apoyado contra el tronco, y en el suelo la hoja Shizume, y justo encima un pequeño cuervo que lanzó un graznido hacia Hiroki.
-Cuervo -dijo Hiroki, olvidándose de todo- Tú otra vez… -De pronto Hiroki vio la imagen de Tomoe, cayendo ante la espada de la acólito del Dragon Oscuro de agua, y al Lord Oni desapareciendo junto al recuerdo de Keiya. 

Hiroki se levantó casi con lágrimas en los ojos, y acercándose al cuervo le ofreció otra ofrenda en forma de comida.
-Gracias ancestro del cuervo -dijo recogiendo la katana que había portado Tomoe y por la que habría muerto.- Tienes razón, no puedo parar aunque no sea un héroe, tengo algo por lo que luchar.

El cuervo graznó y dio el vuelo, mientras una leve brisa hacía mover las hojas de los árboles hasta llegar a Hiroki y refrescarle el rostro. Una brisa que olía como la tierra de los Cangrejo. Y con la brisa le pareció escuchar la voz de su abuelo, cómo le contaba una de sus historias, y al final recordó una frase que su abuelo le dijo una vez, aunque no recordaba el motivo: 

"Los héroes no son aquellos que nunca pierden, son los que, perdiendo, siguen adelante porque tienen algo que proteger."

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