viernes, 12 de abril de 2019

Lo escribí mientras soñaba con beber...

El bar era un viejo tugurio que se habría abierto hacía más de medio siglo y había pasado de dueño en dueño sin renovar apena nada del mobiliario que contenía. Mesas de madera se colocaban contra las paredes rodeadas de unos asientos viejos y robustos, un esqueleto de madera maciza recubierto por un forro de piel oscura, en la mayoría de casos ligeramente rota y en algunos pocos rajada de arriba a abajo, dejando parte del relleno al aire libre. El suelo no importaba las veces que se limpiara pues era imposible que perdiera ese aspecto de sucio, además, el alcohol que se vertía cada noche en el local hacía que fuera inviable no pegarse al suelo según andaba la noche. El ambiente era una mezcla entre alcohol, tabaco y un olor a viejo y cerrado que solo se podía apreciar si eras de los primeros en entrar antes de que el resto de olores taparan el olor de los muebles semicentenarios.

-Un escritor, un poeta, necesita una musa - Los dedos golpeaban nerviosos la mesa de madera, habían grabado en aquella mesa mil y un nombres, a veces era solo el nombre de alguien que había tenido la necesidad de pasar a la posteridad de alguna forma, otras era una forma de impresionar a alguien con el uso del cuchillo contra la madera, a veces alguna frase de la que se podía rescatar algo con sentido. - Pero una musa no tiene por que ser una persona, no tiene porque ser un ser amado, Tu musa puede estar en una persona, claro, pero también puede estar en un objeto, en un pensamiento recurrente, en un sentimiento en un momento dado o incluso a veces, una musa puede estar al final de una botella de Jhonny Walker.

Mi amigo se rió mientras volvía a pegar un trago a su cerveza, allí nadie se acercaba a la mesa a preguntarte si querías algo más, nadie se acercaba a tu mesa a limpiar con una bayeta si se te caía un poco de liquido por esta. Si algo faltaba en aquel bar de mala muerte eran comodidades, pero aún así nos sentíamos como en casa. Quizá sea triste que un sitio donde pasas la mitad del tiempo borracho lo consideres tu casa, pero aquella idea nos parecía que pegaba con aquel estilo de escritores bohemios, decadentes y descastados. De todas formas la mitad de las veces no teníamos que lidiar con esos pensamientos pues o estábamos borrachos o estábamos durmiéndola.

- ¿Y tu musa puede ser un polvo? - Mi amigo sonrió, era un cerdo, pero era lo mejor que había podido encontrar y el único que me aguantaba después de tantos años. Muchos más decentes habían estado pero al final mi modo de vida decadente y auto destructivo había hecho que la mayoría acabaran prefiriendo dejar de estar a mi lado antes que quedarse a ver como volvía a recaer en otra espiral de autodestrucción y autocomplacencia.

-Tu musa puede estar en cualquier parte, hasta en la puta idea de una triste paja en los cuartos de baño de un triste restaurante, mientras piensas en todas esas mujeres que alguna vez has deseado y no te han hecho caso, porque ellas se merecen algo mejor que un cerdo ególatra, narcisista y descastado que no piensa mas que en si mismo y en echar un polvo, en cualquier cosa. - Torció el ceño, siempre lo hacía cuando le decía algo que no le gustaba, pero solo tenías que ir a por un par de cervezas más, que a esta hora ya no estaban frías si no que te las servían templadas, pero ibas tan jodidamente ciego que te importaba una mierda y pagas igual por ellas, para que se le pasara el enfurruñamiento y te volviera a hablar como antes.

Me levanté del siento, la piel se despegó del pantalón con ese sonido característico de cuando algo se queda pegado. Apuré la cerveza y me acerqué a la barra mientras mi amigo se centraba en su bebida. Siempre tardan bastante en servirte en la barra, a menos que supieras abrirte paso entre los idiotas que esperaban pacientemente, o a menos que alguno de los camareros se conociera tu cara y a mí me conocían todos, podía haber empapelado todo el bar y todo el edificio con la cantidad de pegatinas de botellas y botellines que habíamos vaciado en ese sitio. La soledad se volvía amarga y se detenía en la garganta, era difícil de tragar y entraba mejor con unos cuantos litros de cerveza, de whisky o de la mierda que encontraras a mitad de precio. Desde la barra podía verse la cristalera que daba paso a la calle, un cristal lleno de papeles sobre conciertos, charlas, meetines y mierda que se había amontonado durante años dejando lo que en un principio hubiese sido un pulido cristal transparente convertido en una superficie traslúcida que dejaba pasar La Luz y algunas leves imágenes y sombras.

Hice mi pedido al camarero que se había acercado mientras miraba de reojo por el cristal, deberían ser las 10 de la noche ya, la gente cada vez iba pasando menos por la calle. Dos cervezas de barril, servida en jarra, y dos chupitos de whisky. Una sombra pasó entre los carteles, demasiado familiar para no llamar mi atención. Salí disparado hacia la puerta y la empujé con fuerza. Las bisagras chirriaron levemente mientras la puerta daba paso a un golpe seco de frío. El contraste era brutal, dentro entre el humo y la gente se mantenía un calor constante, como si todos los pecadores y condenados que allí dentro estábamos estuviéramos en una sala de torturas del infierno, lo cuál entre la pésima calidad el alcohol, la horrible compañía y el ambiente de decadencia se me antojaba cada vez más posible. Fuera, el aire frío golpeaba contra las fachadas de los edificios y se colaba entre los callejones y los balcones de estas. Giré rápido la mirada, ví una figura a lo lejos. Un largo abrigo negro que caminaba con prisa, unas piernas esbeltas que subían interminables a esconderse en él por el frío, una bufanda rodeando un cuello y una melena rizada moviéndose hacia los lados, imitando el vaivén de la marcha que marcaban sus caderas. El corazón se me paró durante un segundo, quizá por la cantidad de alcohol que había bebido, quizá por mi insalubre estilo de vida, quizá por los recuerdos que se habían agolpado y habían hecho un muro que no dejaba que nada pasase, ni si quiera la sangre al corazón.
Alguien me movió el hombro y me despertó del ensimismamiento que tenía encima.
-Eh, tío, tienes que ir a pagar la copa, el barman está gritándote desde hace un buen rato, tienes que ir a pagar la copa - el hombre insistió varías veces, demasiadas veces, poco a poco fuí entrando en razón y empecé a ordenar mis ideas - ¿Que pasa que has visto a un ángel?
- A una ninfa, a una musa - Entré corriendo en el local, mientras el tipo intentaba discernir toque había pasado, pero dudaba que se acordará de ello diez minutos mas tarde. Cogí las bebidas y deje el dinero, sin esperar que me devolvieran el cambio me marché corriendo hacia la mesa, mi colega ya se encontraba hablando con un parroquiano que había pasado a saludar y se habían enzarzado en una discusión absurda que nadie entendía. Dejé las copas encima de la mesa, me bebí el chupito de un trago y le acerque las dos cervezas a su mano. Rápidamente alargué la mano hacia el perchero y recogí la chaqueta y la bufanda que había dejado colgadas.
-¿Que haces? ¿Dónde vas? ¿Qué pasa? - Mi amigo intentaba entender que había pasado en esos 5 minutos de barra, normalmente si salíamos tan rápido de alguna sitio era por que teníamos algún problema, habíamos cabreado a alguien o debíamos dinero a alguien.
-Tengo que irme, tengo que hacer algo - Mi amigo vio las dos cervezas llenas bajo su mirada y las acercó receloso bajo su amparo protector mientras miraba al otro tipo, haciendo entender que aquello era solo suyo.- Necesito escribir.

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