Vörj no dejaba de echar miradas a su reloj, nervioso. Habían
perdido casi toda la noche buscando aquella maldita casa en el lugar en que Yashiff
lo había indicado y no habían encontrado nada. Quedaban apenas tres horas para
que saliera el sol y entonces tendrían que esperar a la noche siguiente.
Miró a Yashiff y después a Claudia, ambos andaban apartados,
como si se quisieran evitar, pero de vez en cuando se miraban cuando estaban seguros
de que él otro no lo hacía. Llevaban una relación más que complicada, pero
siempre se iban a tener el uno al otro.
Casi entendía por qué Claudia estaba tan apegada a él a pesar de ser
casi una esclava. Se preguntó si alguna vez podría tener algo así con la djinn.
Las casas en aquella zona de nueva Orleans eran apenas un
recuerdo de lo que llegaron a ser en el pasado. La madera estaba maltrecha, la
pintura había saltado en la mayoría y no había atisbo alguno de luz. Cansados,
el grupo estuvo a punto de renunciar y marcharse, cuando una luz a lo lejos les
alertó. Se aproximaron a paso rápido hacia allá, y se encontraron con la visión
de una casa. No era una casa normal, había sido reformada pero sin perder el
encanto de las casas coloniales. Había un gran muro rodeando la finca, donde
pudieron ver varios guardas muy armados, protegiéndola.
-¿Entonces ahora tocamos y esperamos que no nos frían a
balas? -preguntó Claudia un poco escéptica; esperaba que le volaran la cabeza
nada más tocar el timbre.
-Tranquila, no te pasará nada-Yashiff lo dijo casi sin pensar, y luego trató de
ignorar la mirada sorprendida que le dirigió el grupo. Él sacudió la cabeza. Casi
la había perdido y el cainita no estaba dispuesto a meterla en un tiroteo tan
pronto.- En cambio a vosotros os prometo que os pasará algo como no avancéis y
toquéis el puto timbre.
Vörj sonrió mientras obedecía. Parecía que, al fin y al cabo,
el cainita no era tan malo; quizá podría tener a Hylissa con él y protegerla.
Si era su dueño evitaría que la poseyera alguien que la volviera a tratar como
lo había hecho Emesh. A su espalda, el resto le siguió hasta que llegaron al
portón. Cuando estuvieron al alcance de los focos de la entrada, los guardias
les apuntaron en un pestañeo. A Yashiff le incomodaba ser apuntado y más cuando
había dejado las armas porque Claudia no quería problemas. Lentamente tocaron
al timbre, y tardaron varios segundos en oír una voz al otro lado del
interfono.
-¿Quién llama? -Preguntó una voz grave y muy profunda.
-¿Es aquí donde vive la condesa de Estruch? -Preguntó Ash a
su vez, como habían acordado en el hotel.
-¿Quién pregunta por ella? -Respondió la voz, y la cámara
que observaba la entrada se dirigió a cada uno de ellos, deteniéndose para
mirarlos atentamente.
-Estamos interesados en su biblioteca -respondió el ángel,
sin perder la calma- y en la sabiduría de su dueña. Creemos que podría
brindarnos cierta información, a cambio de un volumen antiguo y valioso que
queremos regalarle.
El interfono se quedó un segundo en silencio y un momento
después la voz volvió a sonar.
-Mi señora no está interesada en vosotros. Marcha…
-Espera-dijo otra voz al otro lado del interfono. Era una voz de hombre, se oía
muy floja, como si viniera desde más
lejos. Después de la interrupción, ambas voces callaron. La cámara se volvió a
mover observando a Claudia durante un tiempo y después a Hylissa. La voz volvió
al interfono.
-Podéis pasar.
Las puertas se abrieron poco a poco, emitiendo un sonido
quedo, y una patrulla de doce hombres armados salió a recibirles. Les ordenaron
que se pusieran contra la pared para después cachearlos bruscamente. Cuando
terminaron, les acompañaron a través de la finca hasta la enorme casa de la
vampiresa. Desde lejos parecía grande, pero al llegar allí comprendieron la
magnitud del edificio. Perfectamente podía albergar a más de 100 personas en su
interior y había varios anexos exteriores para los guardias que patrullaban la
vivienda. Sin duda era un vampiro poderoso, ya que tenía un pequeño ejército en
el “jardín” de su casa. A lo lejos, se divisaba una pequeña capilla anexada a
la mansión; como había dicho Yashiff, era una mujer creyente y eso les daba
algún que otra ventaja.
Al llegar a la puerta se encontraron a un hombre negro
frente a ella. Era enorme, de más de dos metros de altura, sus brazos parecían
enormes troncos y su torso era como el de dos personas. Las luces de la entrada
brillaban sobre su calva.
Llevaba un traje negro muy sobrio, pero hecho a medida de
forma que le quedaba como un guante. Cuando llegaron al pie de la escalinata de
entrada, él les observó con el único ojo que tenía. La otra cuenca estaba
ocupada por un ojo de cristal dorado, que le hacía, si cabía, más amenazador. El
hombre no dijo una palabra, esperó en silencio hasta que la puerta que había a
su espalda se abrió, dejando paso a una chiquilla algo menos de quince años.
Cuando ésta salió, Yasshiff confirmó lo que le había dicho
la vampiresa; la hija de puta daba mal rollo. Llevaba el cabello largo y blanco
como la nieve recogido en un complicado moño italiano a la altura de la nuca,
su piel era casi tan pálida como su pelo, mucho más pálida de lo que cualquier
vampiro hubiera sido nunca. Sus ojos, enmarcados por pestañas blancas, de un
rojo tan brillante como un rubí, contrastaban con aquella piel tan clara,
haciéndola parecer como mínimo una hija del demonio. Vestía un traje de
chaqueta de color crema, decorado con un collar de perlas que le llegaba hasta
el ombligo.
-Jod… -Yashiff pisó a Claudia antes de que pudiera decir
algo de lo que pudieran arrepentirse más tarde. La vampiresa los miró a cada
uno de ellos con aquellos ojos rojos, especialmente a las dos mujeres, a las
cuales dedicó una mirada de ira.
-¿Quiénes sois?-Preguntó sin rodeos. Había vivido demasiados años peleando
contra los Giovanni, y los desconocidos no solían traer nada bueno.
-No somos nadie -dijo Vörj- nadie importante, su excelencia. Sólo queríamos
echar un vistazo a su biblioteca, hemos escuchado hablar de ella y necesitamos…
cierta información.
Inés se removió del gusto al volver a escuchar a alguien
llamarle así; la gente había perdido las buenas costumbres y ya no había nadie
que usara la terminología adecuada al hablar a los que poseían, como ella,
títulos nobiliarios. Aquella buena educación y el que estuvieran tan bien
informados, la hizo sospechar.
-Tú eres un cainita-dijo señalando al árabe, después se
dirigió al resto- Pero el resto no se qué sois.
-Nada de interés –respondió, Claudia mirándola directamente
a los ojos.- No somos nada que quiera dañarte.
La Lasombra miró a la chica descarada, tan joven y tan
bella. Una punzada de ira le recorrió por dentro.
-Me han dicho que habéis traído un presente ¿no?
-Así es, lo tenemos-dijo Ash, rápidamente, para relajar la
situación. Sacó una bolsa de papel antiguo, atado con un cordón, del interior
de su abrigo.-Aunque preferiríamos enseñároslo bajo techo si es posible.
-Tafari -dijo la vampiresa como toda respuesta.
El negro, que se había mantenido quieto como una estatua
hasta entonces, avanzó hacia Ash y le cogió el libro de entre las manos.
Deshizo el nudo que envolvía el cordel y retiró el papel, observando el libro
con detenimiento. Después miró hacia su señora, asintiendo, como diciendo que
el libro estaba limpio, y lo cerró, colocándolo bajo su brazo. Inés miró hacia
el grupo.
-Bien, podéis pasar, pero si se os ocurre hacer una tontería…-la
vampiresa hizo una señal y los hombres levantaron las armas, apuntándoles.
Aquello sin duda era una medida muy agresiva, pero eso explicaba cómo había
sobrevivido tanto tiempo.
La vampiresa se dio media vuelta y avanzó hacia la entrada
de la casa. Todos le siguieron hasta cruzar el umbral. El negro esperó a que lo
hicieran para cerrar tras de sí. Los hombres armados se quedaron fuera.
Al entrar en la habitación, las sombras parecieron cobrar vida moviéndose
ligeramente por toda la estancia. Claudia se inquietó. Durante muchos años
había convivido con alguien que también manejaba las sombras, aunque nunca había
hecho algo como aquello. La oscuridad se extendía sobre el suelo, cubriéndolo y
haciendo imposible ver por dónde pisaban. Debía ser increíblemente poderosa. Se
estremeció. Yasshiff la cogió del brazo y la apretó contra él.
Avanzaron por un pasillo muy grande, las paredes se
encontraban revestidas por grandes cuadros con Naturalezas Muertas, y sus
pisadas no levantaban sonido alguno, así que supusieron que caminaban sobre una
gran alfombra.
-Vanitas -murmuró Ash, mirando hacia los cuadros. Inés paró
en seco y se volvió hacia él.
-¿Qué has dicho?
-Vanitas –repitió el ángel en voz más alta- son naturalezas
muertas que ponen de manifiesto los pecados de los seres humanos, y la
fugacidad de su vida.
La vampiresa no dijo nada pero pudieron ver una sonrisa en
la comisura de los labios.
Una vez llegaron al final del pasillo, giraron a la derecha
y recorrieron una gran distancia hasta llegar a un pequeño salón, decorados con
decenas de retratos de ella misma, siempre mirándolos con aquellos ojos rojos.
En la estancia había un par de divanes puestos de frente, y un piano al fondo,
sobre una pequeña plataforma que hacía las veces de escenario. Una gran lámpara
de araña iluminaba tenuemente el lugar. En el centro, una mesita con un par de
tazas de té completaban el conjunto. Inés hizo un gesto para que se sentaran y
todos lo hicieron.
-¿Y bien? –preguntó, cruzando las piernas. Tafari colocó el
libro sobre sus manos- Aún no me habéis dicho qué es lo que os ha llevado a
buscar la ayuda de la Condesa de Estruch. ¿Qué clase de información precisáis?
Ellos se miraron entre sí.
-Religiosa -contestó Hylissa- sobre las Reliquias de Cristo.
-Reliquias, hmm-respondió Inés distraída, se había puesto
unas gafas de montura fina y con ellas
revisaba el contenido del libro. Sus pupilas se dilataron de placer. Sus
dedos acariciaron la superficie de las páginas y los remaches en plata de los
cantos.
-Su Excelencia…-dijo Ash-No tenemos mucho tiempo. Quedan
apenas unas horas para el amanecer, y…
-Shhh -dijo Inés mientras terminaba de leer una página.
Después alzo la cabeza- Sé exactamente cuántas horas quedan para el amanecer,
mi vida depende de ello. Bueno, hablando de reliquias… Tengo muchos libros que
hablan sobre ello, aunque no me siento cómoda llevando a unos extraños a mi
biblioteca.
-Igual si nos traes tú los libros…-dijo Claudia sin
atreverse a terminar la frase. La vampiresa la fulminó con una mirada.
-No me gusta que los mortales se atrevan a decirme lo que
tengo que hacer.-contestó ella con voz seca. Yasshiff sacó los colmillos, amenazador.
El negro apretó los brazos, preparado por lo que pudiera pasar, la tela de su
traje crujió.
-Mi señora, no pretendemos hacer eso-dijo Ash mirando de
reojo a Yashiff. El vampiro parecía experto en joder las situaciones, y esta
podía acabar demasiado mal.
-Tú pareces el más educado, vendrás conmigo y te diré qué
libro puedes coger -contestó la vampiresa, harta de ver a las dos mujeres- El
resto os quedareis aquí, ellas dos tienen prohibido moverse por fuera de esta
habitación.
Inés se levantó y le tendió el libro a Tafari, que lo sujetó
con sus manos grandes como tapacubos. Antes de abandonar la estancia, la
Condesa se giró hacia los presentes; sus ojos brillaron como no lo habían hecho
antes. Las sombras empezaron a bailar por la habitación, con vida propia,
incluso les pareció que estas se levantaban, como con vida propia, alargándose
como grandes tentáculos de oscuridad.
-Creo que no hace falta decir lo que os pasará si alguno de
mis volúmenes resulta dañado-Todos tragaron saliva. Yasshiff gruñó, aceptando
lo que había dicho la Lasombra.
Esta salió del cuarto con Ash tras de sí y el negro cerrando
la comitiva. Al cerrar la puerta las sombras volvieron a su lugar original,
quedando tranquilas sobre la pared.
-Joder creo que me lo he hecho encima-comentó Claudia,
cuando creyó que nadie podía escucharla.